Diecinueve años y cinco películas es el saldo actual de la franquicia de 'Mission: Impossible' (id, Brian De Palma). Una franquicia que se iniciara en 1996 con el primer filme que producía Tom Cruise y que adaptaba para el cine una de las series de televisión míticas de finales de los sesenta y principios de los setenta en Estados Unidos. Una serie que pasaría a la posteridad entre otras cosas por los mensajes que se autodestruían y por el enérgico tema principal compuesto por Lalo Schriffin y que Paramount quiso rescatar a mediados de los noventa para una generación que, debido a la gran aceptación que han ido teniendo las sucesivas entregas, se ha convertido en varias.
Anticipándonos de nuevo en Cine en el salón al estreno el próximo viernes de 'Misión: Imposible - Nación Secreta' ('Mission: Impossible - Rogue Nation', Christopher McQuarrie, 2015), esta semana me saltaré toda la "programación" habitual de especiales y la dedicaré a cubrir desde hoy al jueves las cuatro producciones que hasta el momento nos han acercado a las aventuras de ese incombustible Ethan Hunt encarnado por Cruise y al cambiable grupo del IMF, la rama ficticia de los servicios de inteligencia estadounidenses que encarga a sus agentes esas misiones que nadie más puede cumplir.
De improbable a posible
Propietaria de los derechos desde hacía bastantes lustros, Paramount llevaba ya tiempo intentando poner en pie una adaptación a la gran pantalla de 'Misión imposible' cuando Tom Cruise se interpuso en su camino y los convenció de que ya era hora de rendir homenaje a una de sus series favoritas de todos los tiempos. Estrenándose, como decía antes, en su faceta de productor junto a Paula Wagner, Cruise se las arregló para llegar a un acuerdo mediante el cual el estudio pondría un máximo de 70 millones de dólares para rodar una cinta que, en palabras de De Palma —que fue contratado a los pocos meses de tener el proyecto luz verde— "quería sorprender constantemente a la audiencia".
Bajo esa perspectiva, el mayor escollo que se encontró 'Mission: Impossible' desde un primer momento —un escollo que, por mucho que se intentó subsanar, acabaría por dar la cara en el producto final— fue poder concretar un guión que convenciera a todo el mundo y que trascendiera el talante inicial de varias secuencias de acción espectaculares cosidas a un esqueleto de lo más enclenque. Un problema éste que nadie parecía adecuado para subsanar y que necesitaría en última instancia de muchas manos.
Así, varios serían los nombres que irían sucediéndose en la autoría de ese libreto que no terminaba de cuajar: desde Sidney Pollack, primero de los escritores con los que Cruise colaboró en la redacción de la historia hasta David Koepp y Robert Towne, autores acreditados en el filme como los responsables de dar forma última al guión, pasando por Willard Huyck, Gloria Katz y Steve Zaillian, que también figura acreditado como artífice del relato. Un maremagnum de gentes que provocaría, en última instancia, que la cinta entrara en fase de pre-producción sin un hilo conductor cerrado, con De Palma volcado en diseñar las secuencias de acción y un Towne que sería el que terminaría por poner orden entre tanto desconcierto.
De posible a 'Mission: Impossible'
Un orden éste que, como apuntaba algo más arriba, no termina por cuajar del todo en un filme que, sujeto a una sucesión que parte del binomio base de (exposición + set-piece), encuentra en el primer término del mismo constantes inconsistencias. Inconsistencias que, por otra parte, lastran indefectiblemente el espléndido ritmo que De Palma confiere, no sólo a las soberbias secuencias de acción —las tres que jalonan el metraje— sino a casi dos horas de metraje que, como digo, sólo resultan insulsas en contados momentos en los que la atención de la historia se desvía hacia todo el entramado de traiciones y dobles agentes que mueve el cotarro.
Con la lista NOC —un listado de todos los nombres de los agentes del IMF— como McGuffin del asunto, está claro que lo que menos interesa en una cinta como 'Mission: Impossible' es buscarle tres pies al gato y hacer sangre en las lagunas que pueblan el avance de la acción cuando es ésta una producción pensada para entretener y hacerlo de tal manera que el espectador se quede pegado al asiento con la inventiva visual y narrativa de De Palma. Un director que, tres años después de habernos dejado mudos con el final de 'Atrapado por su pasado' ('Carlito's Way', 1993), echaba aquí "el resto" para no volver a encontrar el favor del público con sus ulteriores propuestas.
Marcando el filme de forma inequívoca con su sello —no faltan ni los encuadres angulados ni las instantáneas en las que se juega a mostrar con igual claridad primer plano y fondo— la imaginativa acción que el cineasta idea para 'Mission: Impossible' encuentra precisa exposición en la muy imitada secuencia del robo de la citada NOC en las instalaciones de Langley, veinte minutos en los que De Palma maneja al espectador a su antojo, que son un prodigio de montaje y que, a día de hoy, casi veinte años despúes, siguen siendo probablemente los más recordados de cualquiera de las entregas de la saga.
Coronando el clímax a toda velocidad a bordo del TGV francés con una set-piece de mayor intensidad pero menor personalidad, 'Mission: Impossible' se hace también fuerte tanto en lo efectivo de su reparto —un epíteto que no aplicaría a Emmanuelle Beart, quizás la decisión de cásting menos afortunada de la producción— como en la ajustada labor de Danny Elfman a los pentagramas. La partitura de Elfman, juguetona a la par que potente cae, no obstante, en el saco de esos trabajos de encargo que tanto se alejan del mundillo en el que más cómodo se siente el compositor y en el que ha compuesto sus mejores obras —el de Burton, por si había alguna duda—.
Fallas, airadas reacciones de los fans de la serie contra el personaje de Jim Phelps —el héroe de la encarnación televisiva tornado aquí en villano con el rostro de John Voight— y recepción crítica moderada incluída, 'Mission: Impossible' se alzó de forma indiscutible como uno de los mayores éxitos de taquilla de 1996, batiendo varios récords y superando, tan sólo en Estados Unidos, el doble del presupuesto final de 80 millones que terminaría por costar a las arcas de la Paramount la película. Servida quedaba pues en bandeja de oro la oportunidad de abrir una saga que, cuatro años más tarde, sería vehículo para el aburrimiento, John Woo y unas cuantas palomas.
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