Cine en el salón: 'Más extraño que la ficción', escribir la realidad

Lo que uno espera de una cinta, y lo que al final esta puede llegar a aportarle son dos cosas muy diferentes. Este razonamiento a priori tan simple encuentra a veces paradojas muy curiosas cuando las luces de la sala se apagan. Tanto es así que muchas veces las expectativas puestas en una película son inversamente proporcionales a lo que al final ésta acaba haciendo mella en las filias del espectador. Con muchas experiencias negativas acumuladas en este sentido a lo largo de los años, es un hecho que esa regla no escrita también se cumple a la inversa, esto es, que una película cuyos avances no te hayan dicho gran cosa y que terminas acudiendo a ver de casualidad porque la cartelera no tiene nada mejor que ofrecerte se convierta en una experiencia inolvidable. Tal fue el caso de 'Más extraño que la ficción' ('Stranger than Fiction', Marc Forster, 2006).

Tan inusual como apasionante, tan excéntrica como excelente, tan inconformista como estimulante, la cinta de Marc Forster resulta, en primera instancia, una oportunidad única para ver a Will Ferrell dando cuerpo y alma a un papel situado en el extremo opuesto del espectro de las chorradas por las que se ha hecho famoso. Y esa es la primera sorpresa de esta cinta, el asombro que produce la capacidad de Ferrell para concretar a un personaje que por excéntrico y maniático no resulta menos cercano: Harold Cricket puede ser cualquiera de nosotros. Y esa es una conclusión que asusta.

En un mundo en el que el anonimato es cada vez más apreciado, Ferrell es capaz de trasmitir con su impresionante actuación la necesidad que todos tenemos de definirnos a través de otra persona, ya sea un amigo, un compañero de trabajo, o la mujer a la que amamos. De hecho, es en este último punto donde la labor de Ferrell brilla con más intensidad. Cuando su personaje se enamora perdidamente del interpretado con no menos brillantez por Maggie Gyllenhaal, es cuando más llegamos a identificarnos con la curiosa idiosincrasia del personaje. A ello ayuda la innegable y poderosa química que se crea entre los dos actores: confirmando que los polos opuestos se atraen, los personajes del metódico Harold y la revolucionaria Ana encuentran su perfecto reflejo en las interpretaciones de Ferrell y Gyllenhaal hasta tal punto que, aunque la diferencia de edad entre ambos es considerable —en la vida real los separan 10 años—, no podemos pensar ni por asomo que no sean la pareja perfecta.

Lo grandioso de 'Más extraño que la ficción' es que el resto del reparto no le va a la zaga a la labor creada por la pareja protagonista. Encabezando la terna de secundarios encontramos a una inspiradísima Emma Thompson. Que la cámara adora a la actriz inglesa es algo que hemos podido observar en la práctica totalidad de las cintas en las que la actriz ha intervenido desde que su ex-marido tuviera a bien descubrírnosla en 'Enrique V' ('Henry V', 1989). Y aquí, en la piel de una excéntrica escritora que en cierto modo evoluciona a la par que el personaje de Harold, Thompson da lecciones de esas que uno se siente afortunado al poder contemplarlas, robando todas y cada una de las escenas en las que aparece, ya sea a Queen Latifah, a Ferrell o a Dustin Hoffman.

Ello no quita, no obstante, para que el trabajo del veterano actor se quede atrás. Para alguien que lleva más de cuarenta años en la pantalla y más de cincuenta películas a sus espaldas tiene que ser muy difícil encontrar la motivación y la inspiración necesarias para poder sorprender al público. Pero ese factor es el que marca la diferencia entre los grandes y los mediocres, y huelga decir que Hoffman no pertenece a este segundo grupo. Su interpretación de un excéntrico pero afable profesor de filosofía en la literatura es la que roba las mayores carcajadas del público, y si algo demuestra es que, mientras le sigan quedando fuerzas, tenemos Dustin Hoffman para rato.

Un valor más que completa las virtudes de tan redonda producción es la labor tras el objetivo de un Marc Forster en estado de gracia. El alemán, obstinado en no encasillarse en un tipo de género concreto llegaba al presente filme después de haber pasado por cuatro producciones a cada cual más diferente. Para empezar, y sin tener en cuenta la vista y no vista 'Un grito en la noche' ('Everything Put Together', 2000), tenemos 'Monster's Ball' (id, 2001), irregular dramonazo con tintes de realismo sucio que proporcionó el Oscar a la bellísima Halle Berry. Tras ella llegaría el que personalmente considero su mejor filme junto al que nos ocupa, ese cuento de hadas biográfico que fue 'Descubriendo nunca jamás' ('Finding Neverland', 2004). Y justo antes de embarcarse en 'Más extraño que la ficción', el cineasta firmaba 'Tránsito' ('Stay', 2005), sin lugar a dudas la más extraña del cuarteto y un thriller psicológico al que tiempo ha dejé de intentar buscarle algún sentido.

Ya desde el primer plano Forster transmite ese carácter de universalidad al que hacía referencia al comienzo de la entrada cuando afirmaba que el protagonista de la acción podría ser cualquiera: un largo travelling nos lleva, casi de forma azarosa, desde el exterior del globo terráqueo al cuarto de baño de nuestro particular héroe. A partir de ahí, el cineasta va pasando con comodidad de la comedia al romance, y de éste al drama, echando mano por el camino de varios recursos visuales que, haciendo referencia a la personalidad de Cricket, marcan con precisión el devenir de la historia.

El más llamativo y mejor trabajado de ellos es el que aparece cada vez que la calculadora y cuadriculada mente del protagonista comienza a trabajar: mediante imágenes que se van superponiendo a la acción en forma de menús desplegables con iconos, listas de datos y elementos más propios de un ordenador, Forster nos acerca a un mundo muy particular de una forma tan original como sorprendente. Especialmente hilarante es el momento en el que Harold se queda en su casa para que su vida se detenga y, cuando siente la necesidad de ir al baño, vemos como una ventana de opciones surge de su cabeza deteniéndose el cursor en el correspondiente al inodoro.

Todo lo anterior se apoya en un guión que bien podría haber salido de la fértil imaginación de Michael Gondry o Charlie Kaufman. Y lo chocante del mismo es que viniera de las manos de un desconocido treintañero llamado Zach Helm que, al margen de la presente cinta, sólo contaba en su haber hasta el momento con la escritura de una cinta para televisión. Analizando la innata calidad del manuscrito de Helm para la producción, lo primero que se constata es el consciente alejamiento del guionista de cualquier parámetro pre-establecido por el mainstream hollywoodiense; y aunque llegando el final del metraje el guionista se permite jugar peligrosamente con el concepto de forzado final feliz, el resultado está tan bien argumentado que no queda la sensación de haber sido manipulado para llegar al mismo punto que otras muchas producciones de menor calidad.

A ello hay que añadir que Helm dota de voz propia a cada uno de sus personajes, sabiendo definir a la perfección desde la rebeldía de Ana hasta la histriónica personalidad de Kay, evitando al tiempo caer en la reiteración o la copia de trilladas fórmulas que mucho habrían dañado a la percepción final sobre esta espléndida propuesta cinematográfica que se alzaba con suma facilidad como uno de los puntos álgidos del cine de 2007 —aquí llegó en enero de dicho año— y, por ende, en uno de esos títulos llamados a la consideración futura —que no lejana— de obra de culto.

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