Prometiendo a todo aquél al que le importe que la próxima semana pondremos punto y final al recorrido por esa terna de filmes que conforman lo mejor que Don Bluth nos ofreció durante los años ochenta, hacemos una nueva parada en Cine en el salón para, aprovechando los sacros festejos en los que nos encontramos inmersos, acercarnos a una de esas producciones que deberían ser estación de penitencia obligada para cualquier cinéfilo que se precie, importando poco o nada sus filias por un tipo de cine determinado o por uno o varios géneros en concreto.
A fin de cuentas, 'La vida de Brian' ('Life of Brian', Terry Jones, 1979) no sólo es la mejor cinta salida de la elocuente y disparatada imaginación de los Monty Python sino que, en cierto sentido, es acaso epítome de lo que el grupo formado por John Cleese, Michael Palin, Terry Jones, Terry Gilliam, Graham Chapman y Eric Idle llegó a desarrollar tanto en su mítico 'Monty Python's Flying Circus' como en cualquiera de las cuatro incursiones cinematográficas que los integrantes de la legendaria agrupación cómica llevaron a cabo entre 1971 y 1983 —tres si no contáramos con esa colección de gags que es 'Se armó la gorda' ('And Now for Something Completely Different', Ian MacNaughton, 1971).
Los Python A.B..."antes de Brian"
Gracias a los 45 episodios emitidos por la BBC entre 1969 y 1974, los Monty Python se habían convertido en un fenómeno de escala nacional que, con su paso a la televisión estadounidense a partir de octubre de 1974, comenzó a escalar hasta cotas que sus seis integrantes habrían considerado impensables cuando decidieron formar un grupo que, gracias a su humor cínico, elocuente, rompedor, irrespetuoso, cáustico, negro, surrealista hasta decir basta y completamente diferente a cuánto se había visto hasta entonces, se encuentra por derecho propio entre los mejores que ha parido la historia de la comedia universal.
A la hora de repasar la trayectoria del grupo en la televisión y acercarnos a esos innumerables sketches que componían los episodios de 'Monty Pythons Flying Circus' es más que obvio que cada uno tendrá sus favoritos pero, como quiera que es servidor quien suscribe estas líneas, no hacen falta más justificaciones para apuntar aquí a momentos de genio de la comedia de todos los tiempos como son el sketch del loro, el de la "entrevista estúpida", los muchos que se recogían bajo el emblema de "Maneras de irritar a la gente" —y ahí me quedo con el del avión—, el dedicado a la inquisición española, aquél en el que Hitler intenta ganar votos en un pequeño pueblo de Inglaterra o, por supuesto, mi preferido, el del "Ministerio de andares idiotas" que os dejo a continuación:
Trascendida su gloria televisiva y habiendo finalizado el show de forma algo abrupta debido al eventual abandono de John Cleese bajo la firme convicción de no tener nada que ofrecer que no hubieran hecho ya —y por razones que también incluían lo complicado de trabajar con Graham Chapman, por aquél entonces un alcohólico empedernido—, los Monty Python decidieron dar el salto a la gran pantalla contando la leyenda artúrica a su particular manera, lo que provocó que Cleese retornara al grupo por considerar que, de nuevo, estaban encaminados a romper moldes. El resultado, la hilarante 'Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores' ('Monty Python and the Holy Grail', Terry Jones, 1974).
El éxito de la cinta no se hizo esperar a ambos lados del charco y sus cinco millones de recaudación —que multiplicaron por ocho los exigüos cuatrocientos mil dólares con los que se filmó— la convirtieron en la cinta británica de mayor taquillaje en su año. Una popularidad que se extiende hasta nuestros días y que, por ejemplo, la elevó a ser considerada la mejor comedia de la historia en una encuesta realizada en 2007 por el Channel 4 británico o la segunda mejor por detrás de 'Aterriza como puedas' ('Airplane!', Jim Abrahams, David Zucker y Jerry Zucker, 1980) en el especial de las mejores películas que la ABC estadounidense emitió en 2011.
De la mofa artúrica a la burla bíblica
En plena efervescencia por el éxito cultivado por su producción cinematográfica, la prensa comenzó a acosar a los Monty Pyhton acerca de cuál sería su siguiente incursión en la gran pantalla. Y aunque el grupo no tenía ni la más remota idea, no ya de cuál sería, sino de si filmarían otra película, fue Eric Idle el que, harto de tanta pregunta, terminaría afirmando en una entrevista que su siguiente filme se titularía 'Jesus Christ – Lust for Glory' —algo así como 'Jesucristo - Codiciar la gloria'. La broma, porque no fue más que eso, se convirtió en la respuesta que cualquiera de los seis cómicos dio en adelante, llegando al punto en que comenzaron a plantearse si no habría potencial en acercarse al Nuevo Testamento en los mismos modos que habían hecho con 'Los caballeros de la mesa cuadrada...'.
Y así fue —o al menos esa es la anécdota más extendida sobre el origen de la cinta que hoy nos ocupa— como los Monty Python, de nuevo bajo la dirección de Terry Jones, terminaron por decantarse por una cinta que se desarrollara en los tiempos de Cristo....pero no con él como protagonista de los hechos: firmes no-creyentes y anti-clericales confesos, tras unas primeras reuniones de brainstroming los ingregantes de la agrupación coligieron que Jesús era "un buen tipo" y que "No es particularmente gracioso, no hay nada en lo que dice que pueda ser parodiado, es material muy decente...". De ahí que, en lugar de centrarse en Jesús o en la temporal idea del decimotercer apostol, Python decidiera tomar a un personaje ficticio llamado Brian que es confundido con el redentor.
Intepretado por Chapman, que abandonaría temporalmente la bebida para poder afrontar a su personaje con vigor, el Brian cuya vida es aquí relatada es un bastardo hijo de romano y judía que ha crecido detestando la ocupación romana de Judea y que, en consecuencia, termina uniéndose al Frente Popular de Judea, un grupo de radicales que pasan las horas debatiendo sobre los temas más inanes y que, por supuesto, no debemos confundir bajo ningún concepto con otros corpúsculos vindicativos sin importancia como el Frente Popular del Pueblo Judaico, el Frente del Pueblo Judio, el Movimiento por una Galilea Libre o, por supuesto, la Unión Popular de Judea.
A la premisa anterior se añade el que, llegado el momento, Brian sea confundido con el salvador y que, aún sin querer serlo, desde ese momento su palabra sea dogma y cada acción suya sea considerada por los fanáticos de turno como un milagro que refrenda la llegada de tan esperada figura. Y estos son los mimbres sobre los que Cleese, Palin, Idle, Jones, Gilliam y Chapman construyen una comedia desopilante de principio a fin que arranca con la errónea visita de los Reyes Magos al pesebre donde ha nacido Brian y termina con él crucificado cantando 'Always Look at the Bright Side of Life'.
Entre medio lo que encontramos es una cinta que, haciéndose fuerte en lo que siempre caracterizó mejor al grupo británico —esto es, su tremendo talante corrosivo— encuentra sus mejores bazas en unos diálogos con los que reir a mandíbula batiente y lo irreverente y surrealista de un humor con el que, ya te quedas ojiplático, ya reflexivo, pero siempre maravillado: si de los primeros hay dos mil ejemplos, son las secuencia de la aparición de la nave extraterrestre y la de los grafitti en la fachada del palacio de Poncio Pilatos las que quizás mejor ejemplifiquen, bien ese surrealismo que Gilliam sigue hoy en día cultivando, bien hasta qué últimas consecuencias estaban dispuestos los Python a llevar sus hilarantes gags.
Unos gags basados, de nuevo, en unos diálogos descacharrantes que no dejan títere con cabeza y que aquí van desde el que encabeza esta sección hasta el segundo video que podéis encontrar después, sin duda, uno de los momentos más famosos de la cinta junto con su canción final. Y si algunos como éste de "Pijus Magníficus" son un divertimento sin más, otros como los que escuchamos arriba o aquellos que hilvanan el alzamiento de Brian como salvador son claro ejemplo de la fuerza con la que los Python arremeten aquí contra los fundamentalismos religiosos, ese absurdo máximo de la raza humana que lleva ha llevado a guerras y asesinatos y que, hoy por hoy, continúa presente como una lacra más de nuestra especie.
De acuerdo, la dirección de la cinta deja algo que desear en no pocos momentos, y la improvisación y lo casual del cosido de una secuencias con otras demuestra que los Python tenía mucho que aprender en cuanto a narrativa de largometrajes se refiere, pero este es uno de esos casos en los que hay que relativizar la importancia de tales pilares del séptimo arte en aras de valorar unos gags que se cuentan como los mejores que ha dado la historia del cine. Estamos, en definitiva ante una cinta que ha sabido envejecer de forma inmejorable y que, a colación del comentario con el que finalizaba el anterior párrafo, está de rabiosa actualidad. Y eso no es algo que una película con treinta y seis años a sus espaldas pueda afirmar con la facilidad que lo hace esta.
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