Por mucho que en el mismo año estuvieran producciones como 'Depredador' ('Predator', John McTiernan, 1987), 'Robocop' (id, Paul Verhoeven, 1987) o 'El chip prodigioso' ('Innerspace', Joe Dante, 1987); no sólo es que a la hora de apuntar al mejor filme que se estrenó en 1987 servidor lo tenga muy claro, o que si hubiera que señalar diez títulos imprescindibles de la década de los ochenta el filme que hoy nos ocupa formaría parte inexcusable de la lista, es que 'La princesa prometida' ('The Princess Bride', Rob Reiner, 1987) terminaría apareciendo, SÍ o SÍ, en la selección de mis películas favoritas de todos los tiempos.
Obra maestra de su director en términos absolutos —dicho de otra manera, que no hay ningún título de la filmografía de Rob Reiner que supere al presente filme— y, por extensión, Obra Maestra del séptimo arte, la adaptación que William Goldman llevó a cabo de su propia novela es uno de esos cuentos imperecederos que nos cautivaron siendo adolescentes, nos siguen cautivando —con mucha mayor intensidad— ahora que somos adultos y nos cautivarán sin duda alguna por mucho que transcurran los lustros y la distancia con aquél mes de diciembre de 1987 sea aún mayor.
Una novela irrepetible
A la hora de depurar responsabilidades acerca de la grandeza sin par que encierra 'La princesa prometida', está claro que la primera figura a señalar es la de William Goldman, guionista al que el cine le debe títulos del calibre de 'Dos hombres y un destino' ('Butch Cassidy and the Sundance Kid', George Roy Hill, 1969) o 'Todos los hombres del presidente' ('All the President's Men', Alan J. Pakula, 1976) y con el que la literatura universal tiene una gran deuda por mor de la genialidad constante que destilan las casi quinientas páginas que componen esta versión reducida del relato original de S. Morgenstern.
Con un punto de partida que ya anuncia de forma inequívoca la originalidad en la que se va a mover toda la historia —el tal S. Morgenstern nunca existió y todo es invención de Goldman— la novela queda redactada en un estilo asombroso que, rompiendo constantemente la cuarta pared para hablarle al lector de forma directa, nos termina haciendo íntimos conocedores de mil y un detalles extraídos de la supuesta realidad que refleja el supuesto texto redactado por el ficticio literato oriundo de Florín, uno de los dos países que se citan en el transcurso de 'La princesa prometida'.
Probablemente el libro que más veces me he leído desde que lo descubriera siendo adolescente —algunos años después de haber visto la cinta—, el manuscrito de Goldman es de esos textos que en sucesivas lecturas van revelando más y más capas de significado que, llegado el momento, trascienden el mero cuento por más que su origen sea las historias que el escritor contaba a sus hijas y que, como tal, pocos relatos haya en la literatura moderna que puedan colocarse a su altura.
¡Inconcebible!
Desde el momento en que se publicó a principios de los setenta, los intentos por llevar a la gran pantalla la novela de William Goldman fueron sucediéndose sin mucha fortuna. Ya en el mismo año de edición, 1973, la Fox pagó al escritor la nada desdeñable suma de medio millón de dólares en derechos de adaptación y como pago por su labor de guionista. La productora asignó a Richard Lester como director y la cinta estuba en un tris de hacerse realidad cuando el responsable de producción de los estudios fue despedido.
Según revelaba Goldman, fue para esta interrumpida intentona que Arnold Schwarzenegger se interesó por el papel del gigante Fezzik, un interés que iba camino de hacerse realidad ya que la primera opción del escritor, André el Gigante, no estaba dispuesto a encarnarlo. Ironías del séptimo arte, después de haber recuperado los derechos del libro y conseguir que Rob Reiner se asegurara la financiación necesaria, el "Chuache" se había convertido en tal estrella que el presupuesto que se manejaba no podía permitírselo, y el papel terminó yendo a parar al gigante.
Y aquí es donde acaba la historia previa y empieza a configurarse la leyenda que es 'La princesa prometida'. Una leyenda que contaría con un reparto formado por nombres que iban desde sus desconocidos protagonistas, unos Robin Wright y Cary Elwes que nada o muy poco —respectivamente— habían hecho para el cine, hasta las dos caras más familiares que suponían Fred Savage y Peter Falk, pasando por un Billy Cristal irreconocible, un Chris Sarandon cuyo papel más relevante había sido el vampiro de 'Noche de miedo' ('Fright Night', Tom Holland, 1985) o unos Mandy Patinkin y Wallace Shawn que venían del mundillo de Broadway.
'La princesa prometida', como desees...
Si tuviera que apuntar a cuál es el mejor momento de 'La princesa prometida' lo haría sin duda a aquél que empieza con una tos infantil en off y el soniquete electrónico de un juego de beisbol y acaba con la imagen congelada de un sonriente Peter Falk. ¿Qué? ¿Que eso no es un momento concreto, que es toda la película? Claro, qué esperabais. ¿No os había dicho ya que considero a la cinta una obra maestra? Pues como tal, ni uno sólo de los fotogramas que conforman sus noventa y ocho minutos de metraje es prescindible.
Realizando cambios sutiles aquí y allá, la cinta de Reiner —como el libro de Goldman— tiene de todo para todos los gustos. Y no lo digo yo, que es Peter Falk el que se encarga de aclararle a su nieto lo que está a punto de escuchar: "Duelos, luchas, tortura, venganza, gigantes, monstruos, persecuciones, fugas, amor verdadero, milagros..." Con tanto dónde elegir, y tantos frentes diferentes que cubrir, hubiera sido muy normal pensar que 'La princesa prometida' no es más que un pastiche mal cosido incapaz de tratar todos esos palos con la misma fuerza. Se podría pensar, pero sería un error.
Con la aventura como género que guía una narración en la que también figuran el romance, el suspense, el terror —que levante la mano quien no se quedara acoj...cuando el príncipe Humperdink sube la palanca de "La Máquina" hasta el 200— y, por supuesto, la comedia, la cinta es un prodigio de fluidez tal que el paso de uno a otro terreno se hace en modos que resultan completamente imperceptibles, siendo imposible verle "las costuras" a hora y media de una película que te mantiene embobado de principio a fin.
Responsabilidad primera del guión, segunda de un Reiner cuya elocuencia tras la cámara se muestra igual de efectiva toque el palo que toque y tercera de la maravillosa composición que se sacó de la manga Mark Knopfler —huelga decir que el filme no sería el que es sin su música— es sin duda alguna en el reparto en el que finalmente recae el hacer creíbles a esos personajes que, derivados de los típicos de los cuentos, tanto terminan apartándose de los mismos para establecer un nuevo paradigma que, afortunada o desafortunadamente, nunca más se ha vuelto a ver.
Y aquí es imposible resaltar al talante Fairbanesco de Cary Elwes sobre la engañosa fragilidad de una bellísima Robin Wright, la nobleza extrema de André el Gigante, lo cómico de Wallace Shawn, lo terrible de Chris Sarandon o Christopher Guest o, cómo no, aquél al que se le debe la que probablemente sea la línea de diálogo más conocida de la película, un Mandy Patinkin efectivo como el sólo que llegó a afirmar hace tres años que no ha pasado un día de su vida en el que al menos un par de extraños se le hayan acercado para decirle su "Hola, me llamo Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir"
Tan impresa ha quedado esa mítica frase en el ideario cinéfilo, que es probable que su relevancia sea lo que mejor representa el hondo calado que supuso para toda una generación el descubrimiento de un filme que emociona a manos llenas, que nunca cansa y siempre sorprende, que no envejece y que es objeto de culto y veneración por todos aquellos amantes del cine que siguen creyendo en los cuentos de hadas. 'La princesa prometida' es eso, y mucho más. Es, en definitiva, CINE que hace grande al CINE.
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