Fue terminar de verla y, antes de ponerme a buscar información con la que completar este artículo más allá de mis apreciaciones personales, mi memoria audiovisual se puso a trabajar como loca. ¿Dónde había visto ya esta historia? ¿Dónde?. Sin querer depender de una búsqueda en Google, ejercité las neuronas hasta que dí con la respuesta: la había visto en 'The twilight zone' (id, 1959-1964) en un capítulo llamado 'An occurrence at Owl Creek bridge' ('La rivière du hibou', Robert Enrico, 1962). Con el dato ya en mente, la investigación acerca de este episodio reveló que se trataba de un corto de origen francés basado en el relato homónimo de Ambrose Bierce y premiado con la Palma de Oro, el BAFTA y el Oscar y que terminó en la mítica serie de Rod Serling por su más que especial adecuación a la temática fantástica que caracterizó a aquellos 'Límites de la realidad'.
Corriendo presto a mi edición en DVD de la serie, el revisionado del capítulo —que podía hacer más de una década que no veía— sirvió primero para redescubrir un ejercicio cinematográfico brillante que, casi sin diálogos y con la especial intensidad de sus imágenes, cumplía con el firme propósito de dejar al espectador con mal cuerpo para el resto del día y, después, como constatación de que con sus noventa minutos más, el guión que Bruce Joel Rubin había escrito y que Adrian Lyne había puesto en pie en 'La escalera de Jacob' ('Jacob's ladder', 1990) no funcionaba ni de lejos de forma tan precisa como sí lo hacía el adaptado por Robert Enrico.
En el filme, Lyne y Rubin nos acercan la historia de Jacob Singer, un veterano de Vietnam que comenzará a tener tenebrosas visiones conforme vaya rememorando episodios del conflicto. Tan escueta sinopsis responde al deseo de no incurrir en unos temidos spoilers que lamentablemente no voy a poder evitar si quiero entrar en profundizar sobre lo que este singular thriller de terror es capaz de ofrecer. Así que, avisados quedáis, de aquí en adelante, habrá revelaciones acerca de la trama de la cinta.
A la pregunta "Tres títulos de Adrian Lyne" lo primero que a muchos os vendrá a la cabeza será 'Nueve semanas y media' ('9 1/2 weeks', 1986), 'Atracción fatal' ('Fatal attraction', 1987) y 'Una proposición indecente' ('An indecent proposal', 1993), la terna de filmes por los que el realizador británico será siempre recordado para bien o para mal —más de lo segundo que de lo primero—. Así las cosas, y completada su filmografía con otras producciones como 'Flashdance' (id, 1983), el infumable remake de 'Lolita' (id, 1997) o la no menos olvidable 'Infiel' ('Unfaithful', 2002), está claro que 'La escalera de Jacob' supone una rareza de gran envergadura en la trayectoria de un cineasta que casi siempre ha buscado el escándalo fácil a la hora de dar a conocer unas propuestas que revelan, de forma indefectible, sus muchas carencias tras el objetivo.
Carencias que, alejadas aquí del morbo de cualquiera de sus más conocidas producciones, se exponen descarnadas al servicio de una historia llena de lugares comunes e intragables influencias pseudo-religiosas de la mano de un guionista que el mismo año que este filme veía la luz estrenaba la pastelosa 'Ghost: más allá del amor' ('Ghost', Jerry Zucker, 1990). Haciendo directa referencia a la historia bíblica del mismo nombre que aparece en el Génesis, Rubin afirmó en su momento que veía la historia de la cinta como una moderna interpretación de 'El libro tibetano de los muertos', descubierto durante los dos años que el autor pasó en un monasterio tibetano en Nepal. Una estancia que cambió su percepción acerca del mundo y que varió su visión sobre la vida y el más allá, visión que ya pudimos ver en 'Brainstorm' (id, Douglas Trumbull, 1983).
Con tal mezcla de referencias, y la idea de base extraída del corto francés, 'La escalera de Jacob' resulta un filme ecléctico en extremo que encuentra sus mejores momentos en las terroríficas visiones que aterran a un espléndido Tim Robbins y que servirían de posterior inspiración para la saga de videojuegos de 'Silent hill'. Más allá de la indudable fuerza que acompaña a esos planos llamados a hacernos dar un respingo en la butaca —en este caso en el sofá— la cinta de Lyne y Rubin atesora muy pocos valores capaces de trascender su visionado para quedarse en la memoria del espectador.
A la impersonal dirección del cineasta y un guión que estira hasta lo indecible el Mac Guffin de la acción —que no es otro que el hecho de que todo lo que vemos es producto de la imaginación del personaje de Robbins en los instantes previos a su muerte en Vietnam—, se une la labor de un reparto poco convincente encabezado por una Elizabeth Peña y un Danny Aiello que no saben muy bien qué hacen por allí —la cara de pánfila de la primera es tanto o más insoportable que lo sobreactuado del segundo—, sumándose a la mediocridad que reina en la función la anodina partitura de Maurice Jarre.
Al respecto del final de la cinta (spoiler alert), y como cierre de este artículo, cabe señalar lo mucho que el filme trastoca lo que Rubin había planteado en su guión original, con una escena de marcado carácter onírico —y difícil traslación a un filme que Lyne rodó sin efectos especiales añadidos en post-producción— en la que Jacob comienza enfrentándose a una suerte de encarnación física de la muerte —que se habría visualizado con las criaturas de "cabezas vibradoras" que aparecen de cuando en cuando en el metraje— para después dar a un repaso de la "vida" del protagonista con planos cortos de diversos momentos de su ficticia existencia. Todo ello se obvia en el filme con un simple fundido a negro antes de que Robbins se reencuentre con el hijo que perdió —o que no perdió dado que nunca llegó a nacer—, un Macaulay Culkin que lo llevará de la mano al estado de perpetua paz que vemos reflejado en el rostro de un Jacob ya muerto en el hospital de campaña.
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