Cine en el salón. 'El experimento Filadelfia', los años no pasan en balde

Con la voluntad de construir esta sección con vuestra ayuda —y no sólo guiándome por mis filias—, es mi firme intención ir añadiendo las propuestas que podáis hacer en los comentarios de cada entrada a la ya extensa lista de filmes de los ochenta que en los últimos días he ido confeccionando. Tanto es así que ha sido su simple mención en un apunte de nuestro lector Osky lo que ha provocado la elección de 'El experimento Filadelfia' ('The Philadelphia experiment', Stewart Rafill, 1984) como siguiente entrega de 'Nostalgia ochentera'.

Un filme que, al igual que sucediera con 'El final de la cuenta atrás' ('The final countdown', Don Taylor, 1980), formó parte indeleble de mi infancia, siendo incontables las veces que pude verlo hace tres décadas y del que guardaba, como no podía ser de otra manera, un gratísimo recuerdo apoyado tanto en la ineludible nostalgia como en el hecho de no haber visto el filme (aún teniéndolo en DVD) en algo más de veinte años. Pero, al contrario de lo que la revisión de la cinta con Kirk Douglas revelaba el otro día, el enésimo visionado de 'El experimento Filadelfia' de cara a preparar esta entrada ha derrumbado por completo lo que mi recuerdo guardaba de la cinta protagonizada por Michael Paré y Nancy Allen.

Con el nombre de John Carpenter como productor ejecutivo y máximo reclamo del filme, la premisa de partida de la cinta se basa en la leyenda urbana que rodeó —y rodea— al Proyecto Arcoíris, uno que supuestamente llevo a cabo la marina americana para hacer invisibles al radar a sus barcos durante la Segunda Guerra Mundial, pero que ha sido demostrado hasta la saciedad que no se llevó a cabo —entre otras cosas por imposibilidad científica—, alimentando por el camino toda clase de teorías conspiratorias de esas que hacían felices a Los Pistoleros Solitarios de 'Expediente X' ('X-files', 1993-2002).

Utilizando pues como base dicho experimento, el guión del filme, firmado a ocho manos, lo utiliza como excusa para montar un relato de viajes en el tiempo —con ridícula historia de amor de por medio— que si bien mantiene más o menos el tipo durante buena parte de su metraje, hace aguas por todos sus flancos conforme enfila su tramo final y el espectador comienza a cuestionarse aquello de que el tiempo no es lineal ni avanza en una sola dirección, disquisición que hace que la totalidad de la idea que apuntala el libreto se venga abajo y destruya la suspensión de credulidad que otras cintas de desplazamientos espacio-temporales manejan con mucha mejor holgura. La opción clara, si uno no quiere llevarse una notoria decepción, al menos en lo que al libreto se refiere, es obviar cualquier reflexión acerca del mismo, abrazar su implausibilidad y obviar cualquier posibilidad de reflexión una vez terminada la cinta, ya que no soportaría ni el más mínimo raspado superficial.

Harina de otro costal son la dirección y la labor de los protagonistas. De Stewart Rafill no es que pudiéramos esperar mucho, y sólo hay que atender a otros dos títulos que firmó durante los ochenta—las muy olvidables 'Guerreros del espacio' ('The ice pirates', 1984) y esa copia descarada e infumable de 'E.T, el extraterrestre' ('E.T, the extraterrestrial, Steven Spielberg, 1982) que fue 'Mi amigo Mac' ('Mac and me', 1988)— para darse cuenta de ello. Aún así, salvo algún vergonzoso zoom y un planteamiento algo erronéo de cara a la persecución por los viñedos, el trabajo de Rafill no es del todo molesto, al menos no tanto como el que sí comporta el de cierto actor protagonista.

Guapetón sí, pero con la capacidad dramática de un aguacate

Decía mi compañero Alberto en la entrada que dedicaba a 'Calles de fuego' ('Streets of fire', Walter Hill, 1984) que las limitaciones de Michael Paré como intérprete le venían que ni pintadas al papel de Tom Cody —algo con lo que no podría estar más de acuerdo—, una idoneidad que aquí se va a tomar viento, siendo el trabajo de un actor que el tiempo ha relegado a producciones directo-to-video de un risible que en ocasiones raya lo doloroso: su nula capacidad para otras emociones que no sean la de ser un tipo duro se ven aquí claramente expuestas tanto en la inexistente química que se genera con una correcta Nancy Allen como en esa escena en la que debe despedirse de ella y tiene que poner a flor de piel sus sentimientos, momento en que es más que probable que el espectador aparte la mirada de la vergüenza ajena.

Completado el núcleo principal de actores con Bobby Di Cicco —otro de esos intérpretes de los ochenta que llegó a protagonizar '1941' (id, Steven Spielberg, 1979) y del que nunca más se supo— y con unos efectos visuales muy de la época —con todo lo bueno y lo malo que ello implica—, 'El experimento Filadeldia' no es un ejemplo de esos filmes de hace tres décadas que han soportado con estoicidad el paso del tiempo y a partir de ahora forma parte de ese nutrido grupo de películas que nunca volveré a ver. Una lástima.

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