Vaguísimo era el recuerdo que, de un único visionado furtivo una noche hace casi treinta años, guardaba sobre 'Clave: omega' ('The Osterman Weekend', Sam Peckinpah, 1983), una de esas películas que el antiguo sistema de calificación de TVE y sus dos dichosos rombos impedía que pudiera ver por mi prematura edad y que, por la razón que fuera, no he rescatado hasta hace unos días cuando, buscando potenciales títulos con los que seguir exprimiendo la década de los ochenta en Cine en el salón, apareció de repente despertando vetustos recuerdos de infancia.
Como digo, lo único que recordaba de la cinta era algún que otro seno femenino —ah, cuán selectiva puede llegar a ser la memoria— y a Meg Foster ballesta en mano. Punto. Nada más albergaba en mis "archivos" de la adaptación que Sam Peckinpah llevaba a cabo hace treinta y dos años de la novela homónima firmada por Robert Ludlum, el autor de la saga de Jason Bourne, y a la luz de lo que he podido extraer de este primer acercamiento en firme a la cinta, mejor hubiera sido que así hubiera seguido per secula seculorum.
Concepción problemática
Las razones para ello, para desear que fuera 'Clave Omega' una de esas cintas que uno nunca llega a revisar, descansan sobre todo en la errática y poco acertada dirección de un Peckinpah en la que no queda casi ni rastro de lo que le habíamos visto al legendario cineasta en 'Equipo salvaje' ('The Wild Bunch', 1969) y en un guión que nunca fue agrado de nadie durante la filmación —¡ni siquiera del propio guionista!— y que, según se dice, Ludlum se ofreció a reescribir de forma gratuita para evitar el desastre que había atisbado al recibir el libreto.
Con tamañas carencias, es normal poder hablar de 'Clave: omega' como un filme fallido casi desde principio a fin, pero lo cierto es que no son pocos los atenuantes que, al menos en lo que al director se refiere, podrían aducirse. Última producción que estuvo bajo su mando antes de su fallecimiento en 1984, el estado de salud de Sam Peckinpah durante todo el proceso de pre-producción, rodaje y post-producción fue lamentable debido a los graves problemas que el cineasta arrastraba debido a años de abusos con el alcohol y las drogas.
Derivados de ellos, su belicosa personalidad hacia los productores en general se había acrecentado, y no serían pocos los encontronazos que durante el rodaje, y después de él, llegaría a tener con Peter S. Davis y William N. Panzer: Peckinpah odiaba el guión y, aunque puso todo de su parte para que ello no deviniera en ulteriores males —y esto es algo que todos los actores sin excepción afirmarían tiempo después—, toda vez finalizó su montaje de la cinta y esta falló estrepitosamente en los pases previos, pudo apreciarse que a través de la inclusión de ciertas escenas satíricas había intentado dinamitar desde dentro la película.
Davis y Panzer, que no querían mayores disputas con el realizador, le ofrecieron la oportunidad de remontar el metraje para arreglar una escena inicial que había sido responsable del temprano abandono de muchos de los espectadores con los que se había contado para los citados pases, y eliminar todo aquello que podía interpretarse como burla hacia la cinta. Peckinpah se negó, obligando así a los productores a tomar las riendas y re-editar la cinta, decisión sobre la que el director arremetió acaloradamente aludiendo argumentos que ya se le habían escuchado en el pasado.
'Clave Omega', confusa y llena de agujeros
Y aunque ahora volveremos sobre Peckinpah y su escueta labor tras el objetivo, creo de recibo apuntar que partiendo de un material tan escaso como el que dimana del guión de Alan Sharp e Ian Masters, poco hubiera podido extraer el realizador más hábil de la historia del séptimo arte: con agujeros del tamaño del Cañón del Colorado, y un desarrollo que se percibe muy poco trabajado, llegado el momento de la gran revelación del filme, que cierra el segundo acto y da paso al clímax, la perplejidad es la que guía las impresiones del espectador.
Salido de la nada, sin ningún apoyo que lo hubiera apuntado a lo largo del desarrollo —más allá de ciertas conversaciones del prólogo, que se supone que sólo conocemos los de este lado de la pantalla— el giro que dan los acontecimientos de cara al tercio final de metraje se perciben tan desnaturalizados en infundamentados que el resto de lo que trasciende de la acción interesa entre poco y nada por más que sea la resolución de lo que hasta entonces se ha expuesto.
Una exposición que Peckinpah ha montado, como decía, de muy irregulares modos, que introduce su famosa cámara lenta con calzador en momentos que hacen añorar —y cómo— el tiroteo final de 'Grupo salvaje' y que hace gala de una edición confusa que da la cara en la persecución que cierra el primer acto del filme, caótica como ella sola hasta extremos que resultan dolorosos. De nuevo, podría descargarse parte de la responsabilidad que recae sobre el cineasta en su penoso estado de salud, pero ello no lo eximiría por completo de la podredumbre formal de la cinta.
Eliminando pues de la ecuación la práctica totalidad de lo que compete a realización y guión, lo único atractivo de 'Clave: omega' reposa en un reparto que, sorprendentemente, supera las limitaciones del libreto y ofrece un trabajo sólido en términos generales del que sobresalen un comedido Rutger Hauer, un espléndido Craig T.Nelson y el siempre soberbio John Hurt. En segundo plano quedan la energía de Chris Sarandon, lo errático de Dennis Hopper o la sobreactuada vehemencia de Burt Lancaster. Pero, ya lo dije antes, ni ellos ni las féminas consiguen levantar un conjunto muy olvidable que desmerece tanto al texto original como a la trayectoria de tan insigne cineasta.
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