Desde que fuera creado por Edgar Rice Burroughs en 1912, Tarzán se convirtió en un inesperado icono de la cultura estadounidense que conoció toda suerte de adaptaciones a otros medios ajenos a la literatura: con cerca de ¡¡noventa!! títulos listados en la IMdB con el rey de los monos como protagonista, no cabe duda de que fueron las cintas con Johnny Weissmuller las que más han quedado grabadas en el inconsciente colectivo junto con la soberbia traslación a viñetas que comenzó en 1929 el incomparable Hal Foster antes de dejar al personaje en favor de su magistral 'Príncipe Valiente'.
Tamaña ha sido la influencia que el personaje de Burroughs ha llegado a ejercer en la cultura popular universal, que no son pocas las versiones nada veladas que se han hecho del mismo a lo largo de las décadas, siendo el cómic el medio que quizás más ha sabido aprovechar las posibilidades que le otorgaba el legado de Tarzán con conocidos personajes como Ka-Zar o Kamandi —de Marvel y DC respectivamente— como mejores exponentes masculinos de las iteraciones del mismo y la que hoy nos ocupa como el máximo representante en el femenino de los "clones" del rey de la selva.
'Sheena, queen of jungle', el cómic
Contando con puntos en común con Tarzán el que ambos son huérfanos que han crecido en la jungla y el hecho de que pueden comunicarse con extrema facilidad con cualquiera de las especies animales que habitan su entorno, 'Sheena' fue creada en 1937 por un tándem histórico dentro del noveno arte del que ya hablaremos —sobre todo de uno de sus miembros en concreto— en profundidad más adelante: el compuesto por Will Eisner y Jerry Iger, una pareja de artistas cuyo estudio fue fundamental para el desarrollo del arte secuencial durante el corto espacio de tiempo que estuvo en funcionamiento.
Aguerrida rubia con un talento sin igual para luchar con armas blancas y sorprender a sus enemigos, 'Sheena' sería el primer personaje femenino de la historia del cómic en contar con colección propia, algo que hoy puede parecernos una sandez pero que en la década de los cuarenta del pasado siglo fue un hito de gran relevancia en un momento en el que el concepto de igualdad para la mujer estaba todavía a años luz.
Inspirando como ya había hecho Tarzán a futuras generaciones para la creación de personajes muy similares a ella —esa 'Shanna' de Marvel—, la presencia de 'Sheena' en el mundo del cómic ha sido irregular a lo largo de las décadas, contando la heroína con diversas encarnaciones que, cada vez más y de forma muy obvia, han ido explotando su fuerte componente sexual —sólo hay que ver la grandiosa ilustración del desaparecido Dave Stevens que encabeza esta sección— perdiendo en no pocas ocasiones de vista sus orígenes.
'Sheena, reina de la selva', sacando los colores
Con tan sólo una olvidada serie de televisión de veintiséis episodios emitida entre 1955 y 1956 como antecedente audiovisual, 'Sheena, la reina de la selva' ('Sheena', John Guillermin, 1984) fue una apuesta en la que Paul Aratow, productor del filme, invirtió más de diez años hasta que pudo llevarla a la gran pantalla: comenzada pues a desarrollar a principios de los setenta, Aratow contaba con la contundente Raquel Welch para protagonizar a la heroína hasta que, por motivos de las incontables re-escrituras que se llevaron a cabo del guión, la cinta comenzó a estancarse en el limbo de la pre-producción.
Guionista asignado en primera instancia al proyecto, David Newman terminaría siendo sustituido por Leslie Stevens y Lorenzo Semple Jr. cuando John Guillermin se embarcó en el proyecto a petición del estudio, poniendo así fin al prolongado hiato en el que se había sumido la producción y comenzando un rodaje de siete meses que se encontraría con los típicos problemas que suelen tener los filmes que se graban en localizaciones naturales, siendo en esta ocasión Kenya el lugar elegido por el equipo de producción para poner en pie la historia de Sheena.
De similares formas a como era imaginado cinco décadas antes, el origen del personaje narra como Janet, una pequeña de raza blanca, queda huérfana en plena jungla cuando sus padres, científicos que investigan las milagrosas propiedades curativas de las tierras del monte sagrado de Gudjara, en el imaginario país de Tigora. Rebautizada como la profetizada Sheena por la chamán del pueblo Zambouli —encargado de velar por la montaña—, la pequeña se convertirá con los años en una hermosa mujer capaz de comunicarse de forma telepática con los animales y de luchar como la guerrera más aguerrida que se haya visto.
Unas habilidades éstas que le serán de mucha utilidad cuando la ambición de un mundo al que ella es completamente ajeno comience a cernir sus garras sobre el poder que se esconde en las tierras Zambouli, y Sheena se vea inmersa en una guerra que no comprende por algo que siempre ha pertenecido a los habitantes del lugar, encontrando una inesperada ayuda en la figura de un periodista que, cómo no, caerá perdidamente enamorado de ella. De hecho, es a Ted Wass, el actor que encarna a dicho periodista, al que le debemos una afirmación que creo es la que mejor caracteriza lo que uno puede encontrarse cuando se aproxima a 'Sheena, reina de la selva':
Hacer una película es como ir a la guerra. Puedes ser el mejor general del mundo que, si no tienes un buen ejército, as a perder la batalla.
Huelga decir que los "miembros de la armada reclutados" por Paul Aratow y Columbia para librar la batalla que es este filme no estuvieron a la altura en ningún momento y, puestos a buscar cabezas de turco que poder mandar al paredón, son máximos responsables del intenso desaguisado que es la producción tanto su pareja de guionistas como un John Guillermin al que le había ido mucho mejor con sus dos filmes de Tarzán, quemando un rascacielos gigante o actualizando al mono más grande de la historia del cine.
El libreto de la cinta es un cúmulo constante de despropósitos al que ningún actor es capaz de aportar el mínimo de verismo —algo que, en el caso de Tanya Roberts, se une a la notoria incapacidad de la actriz de interpretar más allá de la desnudez de sus senos— y las situaciones que se van sucediendo son de un ridículo tan vergonzante que resulta inevitable apartar la mirada de la pantalla para pasar el trance de la forma más disimulada posible.
Poco ayuda a tal percepción la dirección de Guillermin, que parece más preocupado en documentar la belleza de la naturaleza de Kenya que de plantear una narrativa mínimamente atractiva y, salvo un interesante prólogo, la cinta se sufre más que visiona, algo a lo que no resulta nada ajeno el score de Richard Hartley, que da nuevos significados al término inadecuado y que, de alguna manera, sirve como perfecto exponente de las lamentables decisiones que rodearon un filme del que, gracias sean dadas, nunca llegó a rodarse una pretendida secuela.
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