¿Alguno de vosotros recuerda la última vez que le inquietaron en el cine con una película de terror? No me refiero a llevarse uno de esos sustos que resultan previsibles gracias al incremento de la banda sonora, que más que asustarnos nos deja sordos. Me refiero a inquietarse de verdad, y en algunos casos a pasar auténtico miedo. En mi caso particular, si hablamos de miedo, me tengo que remontar unos once años, cuando ‘El sexto sentido’ (‘The Sixth Sense’, M. Night Shyamalan, 1999) lograba ponerme los pelos de punta. Luego el salto temporal sería mucho mayor, concretamente hasta cierta obra maestra de Ridley Scott ambientada en el espacio, o mucho más allá, cuando Dreyer me dejaba sin aliento en ‘Vampyr’, o Jack Clayton me hacía mirar para todos lados gracias a ‘Suspense’ (‘The Innocents’, 1960).
Actualmente el cine de terror está basado en golpes de efecto más o menos gratuitos, ya no hay un interés en dejar huella en el espectador, quieren asustarlo lo justo —mediante esos subidones de volumen comentados— y se acabó. En el peor de los casos hasta adornan las películas con argumentos literalmente ridículos, o echan mano de films conocidos para ofrecer una nueva visión sobre los mismos —ya sabéis, esas cosas llamadas remakes (no todos son malos, de acuerdo, pero sí la mayoría)—. Así podrían resumirse tres películas que recientemente me he tragado en la calidez de mi hogar y que me han hecho perder el tiempo. ¿Por qué las he visto?, preguntaréis. Ni yo mismo lo sé, los cinéfilos tenemos una maldición: procuramos tragarnos todo lo que llega a nuestras manos, ¿o eso eran los cinéfagos?
Las chicas son guerreras
Desde que el inefable Michael Bay nos descubrió a Megan Fox en la risible ‘Transformers’ (2007) —hasta ese momento se le podía haber visto en algún episodio de distintas series de televisión, y muy fugazmente en ‘Dos policías rebeldes II’ (‘Bad Boys II’, 2003)—, muchos espectadores del planeta Tierra entraron en un estado de nerviosismo puro, y ahora cada vez que esta mujer asoma por la pantalla se monta la de Dios. Nunca lo entenderé, un buen cuerpo o unos ojos bonitos no llegan para ser actriz, de hecho a esta tipa desconoce el significado de la palabra interpretar, y ‘Jennifer´s Body’ (Karyn Kusama, 2009) es la prueba latente de ello. Como los productores seguramente comparten esta particular opinión al respecto de la señorita Fox, decidieron lanzar esta película apoyándose en una publicidad totalmente engañosa, algo que no debería coger por sorpresa a nadie, aunque luego muchos piquemos.
Con la excusa de ver a la Fox —¿zorra en inglés, no?— en pelota picada, cosa que evidentemente no ocurre como muy bien dice mi compañero Juan Luis en su crítica, nos cuelan una historia sobre sacrificios de vírgenes para conseguir la fama. Resulta que la niña de cara bonita no es tal virgen y eso traerá consecuencias, en concreto ser poseída por una especie de demonio que se dedica a comerse al personal, a los que atrae con su espectacular nuevo cuerpo. Para desarrollar esta delirante premisa se ha echado mano de Diablo Cody, la ganadora del Oscar por el libreto de la estupenda ‘Juno’ (Jason Reitman, 2007) y guionista de la serie de televisión ‘United States of Tara’ protagonizada por una pletórica Toni Collete. ¿Parecidos? Sí, uno, todas están protagonizadas por mujeres.
Alusiones al sexo como arma las dejo para las discusiones entre machistas y feministas que suelen ser tan aburridas como las de fútbol. ¿Influencias de Francesca Woodman? Si nos metemos en un análisis profundo, puede que hasta las encontremos, ¿y? ¿desde cuando una influencia por sí sola convierte una película en buena? Y ya no hablemos de si dichas influencias están mal adquiridas. Lo bochornoso de ‘Jennifer´s Body’ es la poca convicción con la que está narrada por su directora, Karyn Kusama —la misma perpetradora de esa abominación titulada ‘Aeon Flux‘—, desaprovechando las posibilidades dramáticas de Amanda Syfried, mejor actriz de lo que parece. La pirueta final en la historia es para morirse de risa.
¡¡Libertad!!
Los muy de moda vampiros y hombres lobo han coincidido en el cine de terror a lo largo y ancho de la historia del cine. En el presente milenio Len Wiseman —que prefirió terminar en la saga de John McLane— los reunió en las aceptables ‘Underworld’ y ‘Underworld: Evolution. Como no hay dos sin tres, la saga tuvo su continuación en una precuela que narra el principio de las disputas entre los milenarios vampiros y hombres lobo. ‘Underworld: La rebelión de los licántropos’ (‘Underworld: Ryse of the Lycans’, 2009) es la ópera prima de Patrick Tatopoulos, conocido por sus labores en los campos de efectos visuales y maquillaje, y que se lo ha debido pasar en grande filmando a criaturas feísimas en lugar de darles vida. Evidentemente se le olvidó hacérselo pasar bien al espectador.
Un imposible Michael Sheen encabeza un reparto en el que sólo se hace notar un Billy Nighy totalmente desmelenado, aunque sea con un personaje insulso. Para que no nos olvidemos del look del personaje femenino de las dos entregas anteriores nos cuelan a un clon de Kate Beckinsale, la muy morbosa, pero peor actriz, Rhona Mitra. Ella y Sheen son la Julieta y el Romeo de una historia que recoge ecos hasta de ‘Braveheart’ (Mel Gibson, 1995) con un montón de licántropos —el pueblo sometido— rebelándose a los vampiros, los amos y señores de todo. Esa mezcolanza de cine fantástico y cine de aventuras resulta más ridícula que creíble.
Tatopoulos basa su film en un incremento, con respecto a los films anteriores, de escenas de batalla cuerpo a cuerpo en las que no falta hemoglobina a raudales, y que caen en el típico error moderno: el montaje acelerado, utilizado por algunos que piensan que eso es dotar de ritmo y emoción una escena de acción. Ahora amenazan con una cuarta entrega en la que dicen que la Beckinsale regresará con su papel de Selene, lo veremos a principios del 2011.
Más Jason y más tetas
En 1980 Sean S. Cunningham, probablemente influenciado por el enorme éxito de la estupenda ‘Halloween’ (John Carpenter, 1978), se rió de media humanidad con ‘Viernes 13’, un slasher insultante que provocó una saga interminable y por supuesto un remake. Marcus Nispel ha sido el encargado de poner al día las matanzas de Jason, y lo tenía endiabladamente fácil para superar el trabajo de Cunningham, pero no, ha demostrado que por muy mal que estén las cosas siempre se pueden hacer peor. Recordemos que Nispel es especialista en destrozar films ya hechos, ahí están sus versiones de la obra maestra de Tobe Hooper, de ‘Pathfinder’, e incluso un telefilm sobre el mito de Frankestein.
Al innombrable Michael Bay no le llega con sentarse en una silla de director y torturarnos cada cierto tiempo —un día hablaré de las dos únicas películas buenas que tiene y la montamos—, también tiene que auspiciar productos de esta categoría y que casi parecen destinados a ser malas películas. Su sello es el de querer impresionar al espectador con supuestas escenas impactantes llenas de sangre o sexo. Evidentemente no lo consiguen ni de lejos, no hay nada en esta cinta que no hubiera en las anteriores entregas de la saga, y el supuesto origen de Jason está explicado de forma muy pueril e incluso ridícula, al igual que el origen de la famosa máscara.
‘Viernes 13’ (‘Friday the 13th’, 2009) comienza dos veces, tras liquidar a un grupo de jóvenes a cada cual más estúpido, aparece otro grupo de jóvenes, esta vez más estúpidos, y la matanza da comienzo de nuevo. El relato está lleno de incongruencias —la casa de Jason que parece invisible para la policía, el oficial de policía incrédulo a pesar de la cantidad de muertes que hay en su zona, la capacidad de Jason para moverse de un sitio a otro sin ser visto, etc—, los personajes simplemente no existen, son únicamente un puñado de jovenzuelos de muy buen ver únicamente interesados en beber y practicar sexo. Diálogos penosos, suspense inexistente, asesinatos brutales a los que no se les saca partido, y cómo no, un final que nos prepara para una continuación. Eso sí, el desfile de glándulas mamarias no tiene desperdicio.
Otras críticas en Blogdecine: