Tras unas pequeñas semivacaciones, no tanto de escribir por aquí como del hecho de ver películas –he estado casi dos semanas sin ver una, algo extraordinariamente raro en mi caso e imprescindible para poder escribir críticas-, ha llegado el momento de retomar esta pequeña aventura que inicié hace ya casi dos meses con la intención de ofreceros una visión sobre la forma en la que la figura del psychokiller ha sido abordada por parte del séptimo arte.
Han sido ya varias las ocasiones en las que os he hablado de slashers como ‘Afterparty’ (id, Miguel Larraya, 2013), pero dicho subgénero debe muchísimo al giallo italiano, que es el que hoy nos interesa. Los giallos son películas de corte criminal que tienden a coincidir en la presencia de un misterioso asesino que utiliza guantes negros y acaba con sus víctimas con armas blancas, mientras que a nivel formal hay una marcada querencia por la utilización del plano subjetivo desde el punto de vista del asesino y en no pocos casos se abusa en demasía del zoom. Dario Argento es quizá el director que más renombre consiguió gracias a sus giallos —aunque deba mucho al trabajo previo de Mario Bava— y hoy me gustaría hablaros de su ‘Terror en la ópera’ (‘Opera’, 1987), una de sus últimos trabajos en los que aún podía divisarse con claridad su talento.
El toque Argento
‘Tenebre’ (id, 1982) está considerado por muchos expertos como el canto de cisne del giallo, un subgénero que ya entró en clara decadencia durante la segunda mitad de los años 70 pese a la aparición de estimulantes rarezas como ‘La violación de la señorita Julia’ (‘Pensione Paura’, Francesco Barilli, 1977). Eso no impidió que siguieran rodándose más giallos, incluyendo esa especie de plagio/homenaje a ‘Tenebre’ titulada ‘Cuchillos en la oscuridad’ (‘La Casa con la Scala nel Buio’, Lamberto Bava, 1983). Sin embargo, Argento prefirió desmarcarse con ‘Phenomena’ (id, 1985), un singular thriller de terror protagonizado por una jovencísima Jennifer Connelly, antes de volver al giallo con ‘Terror en la ópera’, un enorme éxito comercial en la que se notan pequeños síntomas de agotamiento que luego fueron agudizándose cada vez más hasta alcanzar la decadencia total con la lamentable ‘Giallo’ (id, 2009).
Los guiones siempre han sido un problema el giallo en general y Argento en particular, siendo especialmente curioso esto último, ya que Argento trabajó varios años como guionista antes de dar el salto a la silla de director con ‘El pájaro de las plumas de cristal’ (‘L'uccello dalle piume di cristallo’, 1970), donde no tardó en demostrar su talento tanto la composición de los planos como para el manejo de la cámara, dos aspectos vitales de la puesta en escena. En ‘Terror en la ópera’ hay rastros de ello, ya que Argento hace especial hincapié en las secuencias de los homicidios y por lo demás parece tener una única y exclusiva preocupación: El uso reiterado de los planos subjetivos para incidir más que nunca en su cine, y eso que es uno de los grandes ejes del mismo, en la importancia de la mirada.
La mirada de la muerte
No hay más que acordarse del poema de Poe para ver que el plano inicial de la película, un ojo de un cuervo en el que aparece reflejado el patio de butacas de un teatro, es toda una declaración de intenciones de lo que está por llegar, algo que se llevará al extremo cuando toque desvelar la identidad del asesino. La asociación a la muerte de dicho animal sirve para reforzar en la carga zoológica de sus giallos —en otro tiempo los cuervos hubieran sido protagonistas del propio título de la cinta—, pero lo realmente esencial es que marca de entrada el hecho de que el sentido de la vista será clave en todo lo que está por venir.
Argento no duda en recurrir a los planos subjetivos en infinidad de ocasiones, pero lo hace con tal desmesura que su capacidad para incidir en la sensación de acoso del asesino —echad un vistazo a la reivindicable 'Angustia de silencio' ('Non si sevizia un paperino ', Lucio Fulci, 1972) si queréis ver un giallo que haga un excelente uso de dicho recurso— se debilita, en especial durante los primeros 30 minutos de metraje. Eso sí, esta obsesión de Argento ayuda a que pasen más desapercibidos otros elementos —¿Qué fue de su innata capacidad para explotar los colores utilizados y la intensidad de los mismos?— y que vayamos conociendo a sus personajes en general y a su frágil heroína en particular, siendo esta última la única en alcanzar suficiente entidad para que su destino pueda llegar a interesar al espectador.
El director de 'Rojo oscuro' ('Profondo Rosso', 1975), seguramente su mejor giallo, ya había utilizado en anteriores ocasiones a heroínas jóvenes, mostrando un incipiente interés al respecto al echar mano de una niña para ayudar a Karl Malden en sus investigaciones en 'El gato de las nueve colas' ('Il gato a nove code', 1971), aunque 'Terror en la ópera' guarda más similitudes en este punto con 'Suspiria' (id, 1977), quizá la mejor película de todas las rodadas por Argento, y 'Phenomena'. Sin embargo, el trabajo de la española Cristina Marsillach queda lejos de lo que consiguieron Jessica Harper y Jennifer Connelly, aunque ciertas estupideces del guión del propio Argento —su reacción ante el primer ataque del asesino es un tanto absurda— tienen mucha culpa de ello, pero justo es reconocer su gran capacidad para mostrar el sufrimiento por el que pasa su personaje en ciertas escenas.
Una de las grandes diferencias entre 'Terror en la ópera' y la abrumadora mayoría de giallos, incluyendo ahí a los rodados por Argento, es que aquí no hay problemas en utilizar armas de fuego —un personaje es asesinado de un disparo a través de la mirilla de una puerta— si esto sirve para volver de nuevo sobre el peso de la mirada. Argento también reincide en su querencia por lo sádico a través de los peculiares y sangrientos métodos del asesino, quien obliga a la protagonista a ver sus crímenes bajo pena de desgarrarse los párpados con las cuchillas que sitúa estratégicamente con tal fin. Una retorcida forma de tortura psicológica con la que busca conectar de forma directa con los espectadores.
Algo menos estimulante es la sobreexposición sobre este punto en la típica charla entre verdugo y víctima en el tramo final, pero donde todo está a punto de venirse abajo es en el innecesario epílogo, seguramente consecuencia directa del auge de los finales sorpresa gracias a su uso y abuso en los slashers, que sólo sirve para alargar innecesariamente el metraje y deslucir el conjunto, ya que se ha de echar mano de un —aún más— inverosímil giro de guión.
‘Terror en la ópera’ es el último giallo con auténtico interés de su director, y eso que su propuesta no deja de ser un irregular cruce entre ‘El fantasma de la ópera’ y ‘Aquarius’ ('Deliria', Michelle Soavi, 1987) —no entro en más detalles sobre esto último porque es posible que forme parte del ciclo en un futuro no muy lejano—, pero la capacidad de Argento para explorar uno de los grandes ejes temáticos de su obra —la importancia de la mirada y la relación de ésta con la muerte— y lo inspirado de algunas escenas la convierten en una propuesta recomendable para los aficionados a este subgénero.
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