Cine de psicópatas: 'M, el vampiro de Düsseldorf', el primer gran psycho-killer

Hay una serie de títulos imprescindibles cuando toca hablar de cómo el cine ha abordado en pantalla a los asesinos y 'M, el vampiro de Düsseldorf' ('M', Fritz Lang, 1931) es uno de ellas. Soy consciente de que decir esto se ha convertido casi en un tópico, pero no por ello deja de estar justificado, ya que estamos ante la primera gran película, también en parte por ciertas limitaciones previas de otros títulos -pienso sobre todo en 'El enemigo de las rubias' ('The Lodger')-.

'M, el vampiro de Düsseldorf' es también la primera cinta sonora de Fritz Lang en lo que ya entraremos en profundidad más adelante, y uno de sus últimos trabajos en Europa antes de que el auge del nazismo forzara su marcha a Estados Unidos, donde no dudaron en recibir con los brazos abiertos a uno de los mejores directores de todos los tiempos que con la cinta que nos ocupa logró una de sus películas más inspiradas.

La genialidad de 'M, el vampiro de Düsseldorf'

No son pocos los que creen que 'M, el vampiro de Düsseldorf' es una adaptación de las andanzas de Peter Kürten. A ello ha ayudado mucho en nuestro país el hecho de añadir “el vampiro de Düsseldorf” al título, que era justamente el sobrenombre por el que era conocido. Sin embargo, Lang aseguró en varias ocasiones que se había inspirado en los crímenes cometidos en Alemania por diversos homicidas durante los años 20 y la investigación previa le llevó a conocer a varios asesinos de niños, entre ellos el propio Kürten.

Esta búsqueda de la mayor verosimilitud posible rivaliza en la película con la maestría demostrada por Lang a la hora de introducir el sonido en la misma, ya que no se limita a introducirlo como una mera forma de darnos más información a través de los diálogos de los personajes. El más representativo es la genialidad con la que consigue asociar cierto tema musical con la temible presencia del asesino interpretado de forma magistral por Peter Lorre, algo que gana más fuerza por el hecho de ser la única canción utilizada durante todo su metraje.

Lang también juega con la importancia del silencio en escenas como aquella en la que Lorre es finalmente identificado como el asesino y no se olvida de ciertas técnicas propias del expresionismo alemán que ya había abordado repetidas veces con anterioridad, aunque lo hace de una forma que no daña el realismo de la propuesta por mucho que haya ocasiones en las que estire sus límites de forma considerable.

Mucho se ha hablado ya del uso de las luces y sombras -espléndida la primera aparición del asesino, pero también la forma de mostrarnos después que ya podemos dar por muerta a la niña-, pero donde más de nota la herencia de anteriores propuestas es en la forma de retratar las reacciones de los personajes, como mostrando la situación emocional de los mismos -el uso de los picados y contrapicados en la escena en la que un individuo sospecha que un anciano podría ser el asesino- o en la marcada insistencia de Lang en remarcar la innegable fuerza de la mirada de Lorre.

Berlín bajo el terror del monstruo

Resulta muy curioso que la cina tenga tanta importancia dentro de la temática que nos ocupa cuando su auténtico interés no reside en profundizar dentro de la personalidad del criminal o en los actos que comete, algo que sí se explicitaría mucho más en el remake dirigido en 1951 por Joseph Losey -y en la versión argentina de 1953-. Lo que realmente interesa a Lang es mostrar el pánico que asola sobre Berlín al andar suelto un asesino de niñas -escalofriante el inicio con los críos jugando al son de una peculiar canción-.

No son pocos los que han querido emparentar este punto con el auge del nazismo en Alemania durante aquellos años, ya que la persecución a la que se somete al criminal o a cualquier sospechoso de serlo guarda ciertos paralelismos con las técnicas utilizadas por Hitler. Este cruce entre pánico y obsesión permite a Lang mostrarnos una radiografía social muy interesante que habrá quien pueda confundir con que tarde un poco en arrancar, una idea que no comparto lo más mínimo.

Esto es algo que Lang no deja de lado cuando Lorre gana protagonismo en el que fue su primer papel de importancia en la gran pantalla y que durante un tiempo le condenó a interpretar sobre todo a criminales de diversa índole. De hecho, la película nos muestra de forma impecable su lucha interior cuando se sienta en la terraza de un restaurante a tomar algo tras ver como su próxima presa se escabullía en el último momento. Tanto los movimientos de cámara como los diálogos, la entonación del actor y sus reacciones gestuales dejan claro por lo que está pasando.

No entraré en profundidad en el tramo final de la película por si alguien tiene miedo a los spoilers, pero Lorre consigue ser aún más directo en lo dicho en el párrafo anterior con su desgarrador discurso final y Lang sigue incidiendo en el hecho de que un abrumador grupo de personas comparta una idea común no hace que esta sea justa o simplemente válida. Somos personas y a los humanos que conviven con un monstruo en su interior hay que ayudarles a lidiar con él y no recurrir al lado más sádico del ojo por ojo.

En definitiva, 'M, el vampiro de Düsseldorf' es una obra esencial para todo aquel que esté interesado en cómo el séptimo arte ha abordado la figura del psycho-killer, pero también es una película imprescindible que todo cinéfilo que se precie de serlo debería ver no ya una vez, sino varias a lo largo de su vida. Así de importante y esencial es la primera cinta sonora de Fritz Lang.

Otra crítica en Blogdecine: Añorando estrenos: 'M, el vampiro de Düsseldorf' de Fritz Lang

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