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Cine de psicópatas: 'El asesino de la isla', el germen de Freddy Krueger

La tendencia del mundo del arte encumbrar a la primera persona en hacer algo es algo que muchas veces me saca de mis casillas. Es cierto que hay que reconocer la originalidad de la propuesta y que resulta casi imposible no mencionar ese antecedente para compararlos y, por regla general, señalar que no ha conseguido igualar la primera tentativa al respecto. Con esto no quiero decir que no haya casos en lo que esto sea cierto, pero también hay ejemplos como ‘El asesino de la isla’ (‘The Slayer’, J.S. Cardone, 1982) que dejan bien claro que no es algo que se pueda asumir como una verdad incuestionable.

No son pocos los que recurren a ‘La gran huida’ (‘Dreamscape’, Joseph Ruben, 1984) para relativizar los singulares logros de ‘Pesadilla en Elm Street’ (‘A Nightmare on Elm Street’, Wes Craven, 1984), pero lo cierto es que encontramos más puntos en común con ‘El asesino de la isla’ —más adelante entraremos en ellos—. El hecho de estrenarse dos años —'La gran huida' apenas llegó tres meses antes— antes abre más el debate sobre la posibilidad de que Wes Craven se apropiase de alguna de sus ideas por mucho que empezase a escribir su guión en 1981. Sea como sea, ‘El asesino de la isla’ no va más allá de ser un fallido cruce entre thriller, terror, slasher y relato de corte sobrenatural que pasó bastante desapercibido en el momento de su estreno.

El precedente de ‘Pesadilla en Elm Street’

El furor por los slashers a principios de los 80 era abrumador, dando la sensación de que cada semana se estrenaba al menos una película en la línea de títulos como ‘La noche de Halloween’ ('Halloween', John Carpenter, 1978) o ‘Viernes 13’ ('Friday the 13th', Sean S. Cunningham, 1980). Eran cintas bastante baratas que normalmente proporcionaban pingües beneficios a sus productores. Su momento de mayor auge llegó en 1983, habiendo fuentes señalando que más de la mitad de los ingresos de taquilla de ese año en Estados Unidos fueron a parar cintas de este tipo. Justo un año después de estrenaba ‘Pesadilla en Elm Street’, considerada pionera, entre otras cosas, a la hora de introducir elementos sobrenaturales al subgénero, pero lo cierto es que éstos ya tuvieron mucha presencia en ‘El asesino de la isla’.

La premisa de ‘El asesino de la isla’ es bastante sencilla: Una pintora sufre horribles pesadillas en las que un psicópata asesina gente, con el problema añadido de que esto acaba cumpliéndose en la realidad. El otro detalle es que, como podéis ver más abajo, el psychokiller en cuestión posee unas uñas extraordinariamente largas que perfectamente podría utilizar para ejecutar a sus víctimas. Parecidos razonables, pero sinceramente creo que ‘El asesino de la isla’ es más la avanzadilla de una evolución natural del slasher —la fuerza sobrenatural de los matarifes empezaban a ganar peso gracias sobre todo al auge de las secuelas— que alcanzó su cima con la aparición de Freddy Krueger.

El slasher que no quería serlo

Da la sensación de que 'El asesino de la isla' hace todo lo que puede por alejarse del slasher, empleando sólo recursos propios de dicho subgénero por la necesidad de aprovecharse del tirón comercial del mismo por aquel entonces. El más evidente es la utilización de planos subjetivos para observar los momentos previos a determinados crímenes desde el punto de vista del asesino, siendo la ejecución de los mismos el otro gran punto en común, ya que optan por una combinación de ser imaginativos con las necesarias dosis de gore para contentar a los seguidores del slasher.

Eso sí, conviene relativizar al menos hasta cierto punto el detalle de los planos subjetivos, ya que también surge por la necesidad de ocultar el aspecto físico del psychokiller y de poner a la protagonista en la piel del mismo, ya que la mayoría son presentados como si fueran parte de un sueño suyo. Es ahí donde el parecido nos remite más a 'Los ojos de Laura Mars' ('Eyes of Laura Mars', Irvin Kershner, 1978), en la que también había una conexión que forzaba a su personaje principal a ver cómo el asesino ejecutaba a sus víctimas. Por desgracia, estas ensoñaciones están resueltas de forma terriblemente rutinaria, sin ningún detalle de dirección que refuerce su componente onírico.

‘El asesino de la isla’ está más cerca de ser un thriller que cualquier otra cosa, recurriendo también a pequeños detalles más propios de los cuentos de hadas —el look del asesino, incluidas esas extensas uñas que tanto me hicieron pensar en Freddy Krueger—. Uno de sus mayores logros es la isla en la que se ambienta la mayor parte del relato, ya que el hecho de que esté abandonada ayuda a reforzar un clima de misterio del que la película se beneficia de forma notable. Por desgracia, el lánguido ritmo que imprime el debutante J.S. Cardone —‘Asesinato en 8MM 2’ (‘8MM 2’, 2005)— neutraliza buena parte de su potencial malsano, el cual acaba quedando reducido casi en exclusiva a los momentos previos a los asesinatos, donde sí se nota una puesta en escena más cuidada y no una sucesión aleatoria de crímenes sanguinarios.

Su reparto es otro de sus puntos débiles, ya que, con todo merecimiento, ninguno de ellos consiguió hacer carrera en el mundo de la actuación. Para que os hagáis una idea, una tal Sarah Kendall da vida a la gran protagonista de la función, limitándose su experiencia posterior a una minúscula aparición en ‘Karate Kid II, la leyenda continúa’ (‘The Karate Kid, Part II’, John G. Avildsen, 1986). Este cruce entre un director incapaz de imprimir la suficiente garra a la historia y un reparto tan anodino como vulgar va dañando progresivamente el interés de ‘El asesino de la isla’, aunque quizá lo peor esté en ciertos detalles del guión que el propio Cardone escribió junto al también debutante Bill Ewing, en especial en su polémico desenlace, donde dejan abiertas varias posibilidades —aunque haya una que predomine claramente sobre el resto— de un modo bastante burdo que me dejó con una sensación de haber sido estafado de mala manera.

Resulta comprensible hasta cierto punto que haya quien incluso pueda acusar de plagio a Wes Craven, pero ‘El asesino de la isla’ no deja de ser una simple evolución en la carga sobrenatural que iban adquiriendo los psicópatas de los slashers —en gran medida por la moda de las secuelas y la necesidad de volver a usarlos pese a estar supuestamente muertos—, estando el aspecto físico del mismo más influenciado por cierta tradición de los cuentos de hadas que por cualquier otra cosa. En cambio, Freddy Krueger fue algo nuevo y único —no pocos intentaron reproducirlo con resultados muy inferiores— que quizá no sea tan original como pudo parecernos cuando le vimos por primera vez, pero sigue conservando todos sus valores, amén de superar holgadamente los tímidos logros de esta ópera prima de J.S. Cardone.

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