Hubo una época en la que censura hacía estragos en la libertad creativa de los cineastas, no tanto en la línea actual —rebajando el contenido para conseguir una calificación por edades más favorable en Estados Unidos— como por el hecho de verse obligados a recortar escenas ya grabadas por la polémica suscitada. España era uno de los países en los que esto más se agravaba dada la férrea censura ejercida por el régimen franquista, aunque eso no impidió la participación de compañías españolas en coproducciones de marcado cariz internacional.
La consigna a seguir en el caso de las cintas en las que predominaba su españolidad era la de la doble versión, es decir, un montaje con más desnudos y contenido gore para el exterior y una versión más casta y recatada para su estreno español. La cosa cambiaba cuando la presencia española era reducida, ya que la última preocupación en esos casos era su vida comercial en nuestro país, donde los cortes podían llegar a afectar significativamente a la historia que se nos quería contar. Uno de los ejemplos más singulares de esto es ‘Diabólica malicia’ (James Kelley y Andrea Bianchi, 1972), una coproducción entre Reino Unido, Alemania, Italia y España en la que no solamente nosotros tuvimos que sufrir los efectos del remontaje.
Una autoría dudosa
Dificultad para establecer autoría, según el país se da como director a James Kelley o Andrea Bianchi. El primero que había debutado un par de años antes con la curiosa 'Las perversas solteronas' ('The Beast in the Cellar', 1970) no volvería a dirigir película alguna hasta su fallecimiento en 1978, mientras que Bianchi no había rodado nada con anterioridad, aunque luego tendría una larga carrera. Entre las cintas de Bianchi sobresalen 'Desnuda ante el asesino' ('Nude per l'assassino', 1975), un giallo formulario con un importante componente sexual que no dudaba en aprovecharse de la presencia de Edwige Fenech, cuya anatomía estaba muy de moda por aquel entonces en Italia, y 'Posesión de una adolescente' ('Malabimba', 1979), una tardía explotación erótica de 'El exorcista' ('The Exorcist', Wiliam Friedkin, 1973) que llegó a contar con un montaje en el que había insertos pornográficos, algo más o menos habitual en esos años.
Lo más probable es que cada uno rodase partes diferentes, aunque los hay que prefieren ceder su autoría casi por completo a Bianchi —quien firmó la película bajo el seudónimo de Andrew White en Italia—. Sea como sea, no hay una versión oficial a la que acogernos, con lo que todo lo que podamos decir al respecto no irá más allá de la mera conjetura. Si tuviese que aventurarme, no me extrañaría que Bianchi se encargase de las cintas con alto contenido erótico y que Kelley llevase la voz cantante en el resto —aunque la participación en el guión del primero invita a pensar en otra dirección—, decidiendo no volver a ponerse tras las cámaras por la polémica que acompañó a la película al mostrar a una mujer desnudándose ante la mirada de su hijastro en la escena más recordada por los que han podido ver 'Diabólica malicia'.
Eso sí, el tema tan espinoso que aborda la película, una variante fuertemente sexualizada de 'La mala semilla' ('The Bad Seed', Mervyn LeRoy, 1956), provocó la existencia de dos montajes de 'Diabólica malicia'. El montaje sin cortes no tardó mucho en caer en el olvido, priorizándose una versión más suave de la historia, tanto en su aproximación hacia la problemática personalidad del chaval protagonista como en los salvajes recortes a las escenas de desnudo de Britt Ekland, en especial la de su polémico striptease ante la atenta mirada de Mark Lester.
Un relato incómodo
El mero hecho de unir el recurso de convertir a un menor de edad en psicópata —no falta el tópico de la tortura a los animales— con el hecho de que éste tenga un claro apetito sexual, ya sea a través del voyeurismo o forzando hasta donde puede a su madrastra para iniciar un romance con éste, convierten a ‘Diabólica malicia’ en poco menos que un relato tabú.
Para suavizarlo se opta por introducir la duda en el espectador a través de la posibilidad de que todo lo que está sucediendo no sea más que un trastorno del personaje interpretado con inesperada soltura por Britt Ekland, que en 1972 también estrenaría la notable ‘Refugio macabro’ (‘Asylum’, Roy Ward Baker). Sin embargo, son apuntes que provienen más del guión que por aciertos de puesta en escena, donde en ningún momento se consigue desarrollar esa hipótesis pese al acertado respaldo que consigue por parte de la música de Stelvio Cipriani, una composición a caballo entre un agradable naturalismo y una ligera sensación de irrealidad que le viene como anillo al dedo a ‘Diabólica malicia’
Tampoco ayuda demasiado que Mark Lester, que ya estaba muy lejos de ser el adorable protagonista de ‘Oliver’ (‘Oliver!’, Carol Reed, 1968), se muestra bastante errático en su modo de abordar un personaje tan complejo como el que le toca. Gestualmente sí transmite el suficiente odio y suficiencia para actuar como lo hace, pero la cosa se complica cuando le toca recitar sus diálogos, alternando buenos momentos en su juego psicológico con Ekland con otras escenas en las que resulta demasiado mecánico, siendo incapaz de imprimir la arrolladora personalidad requerida. Eso sí, el que peor parado sale es Hardy Krüger, cuyo personaje está terriblemente deshilachado, dando más sensación de molestia que de cualquier otra cosa.
El desarrollo de la historia sufre notables altibajos, ya que los avances se producen más a través de diálogos dispersos que, por llamarlo de alguna manera, una investigación eficaz por parte de Ekland. Los desnudos de ésta sin duda servirán para que algunos no desconecten de lo que sucede en pantalla al mismo tiempo que, en ocasiones, aumentan los matices escabrosos del relato.
En lo referente a la aportación española a la propuesta, ‘Diabólica malicia’ se rodó en nuestro país —hasta puede leerse en pantalla en una señal ‘hospital psiquiátrico provincial’— y contó con la presencia en su reparto de varios intérpretes que habían trabajado con anterioridad en nuestro cine, destacando las apariciones de Lili Palmer, la temible señora Forneau de ‘La residencia’ (id, Narcio Ibáñez Serrador, 1969), y Conchita Montes, actriz fetiche del mítico director Edgar Neville, aunque solamente Palmer logra destacar dando vida a una psiquiatra sobre la que mejor no decir nada más ya que entraríamos demasiado de lleno en el territorio de los spoilers.
Las versiones de ‘Diabólica malicia’
El fuerte componente sexual con varios apuntes incestuosos de ‘Diabólica malicia’ no fue demasiado bien acogido en la época, lo cual obligó a hacer un remontaje en el que se eliminaban casi diez minutos de metraje —y aún existió un montaje televisivo aún más reducido, ya que de los 95 minutos originales se pasaba a 72—, algo que afectó a varias escenas clave como el ya mencionado striptease —muy importante al servir como base de un quid pro quo en el que ella va recibiendo información a medida que va quitándole la ropa— o una ensoñación de la protagonista en la que Britt Ekland se mete desnuda en la cama de Mark Lester con Hardy Kruger observándoles.
Son pequeños detalles que afectan a la evolución dramática de la historia, pero esto alcanza cotas surrealistas en su desenlace, en especial por los cambios de sentido introducidos por el doblaje español, donde incluso uno podría tener dudas sobre la psicopatía del chaval protagonista. Por no hablar del corte brusco a negro con el que se cierra lo que pudo verse en España —notables alteraciones sufrieron también varios diálogos—, donde la cinta tardó tres años en poder estrenarse. Por desgracia, el mayor ímpetu del montaje uncut —un poco más arriba tenéis el final sin cortes por si queréis verlo— pierde toda verosimilitud con el modo en el que zanja la historia, abrupto y poco convincente si tenemos en cuenta lo sucedido hasta entonces.
No hay nada en ‘Diabólica malicia’ que la convierta en una película ineludible para los amantes del psychokiller cinematográfico, pero sí es una rareza bastante inusual a todos los niveles que cuenta con varias escenas suficientemente potentes como para que su, en general, algo lánguido ritmo no se convierta en un escollo insalvable.
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