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Cine de psicópatas: 'Cannes, ciudad del miedo', parodia y cinefilia

Uno de los principales activos de Blogdecine son sus lectores, por lo que resulta imprescindible estar atento a los que nos comentéis en cualquier artículo. En ocasiones puede parecer que pasemos muchos por alto, pero hoy vengo a demostraros que no es el caso, ya que si he elegido ‘Cannes, ciudad del miedo’ ('La cité de la peur', Alain Berbérian, 1994) para formar parte de este ciclo de cine de psicópatas es porque uno de vosotros habló muy positivamente de ella cuando os comenté las que consideraba que eran las mejores películas de parodias realizadas hasta la fecha.

Imagino que muchos recordaréis que antes incluso de hablar de este especial ya dediqué una crítica a ‘13 asesinatos y medio’ ('Student Bodies', Mickey Rose, 1981), la primera y no demasiado inspirada parodia realizada a costa de los slashers. Durante un tiempo parecía que sólo el cine americano tenía la capacidad de burlarse de dicho subgénero, pero ‘Cannes, ciudad del miedo’ demostró que eso no tenía que ser así, incluyéndose también varios dardos envenenados hacia el cine de autor. Por desgracia, tan estimulante cóctel acaba dando pie a una película muy irregular, donde se pasa con tremenda facilidad de las risas a la incredulidad hacia lo que sucede en pantalla.

Una parodia con voz propia

El éxito de ‘Scary Movie’ (Keenen Ivory Wayans, 2000) fue definitivo para que el cine de parodias se centrase en exceso en la ridiculización de determinadas escenas de títulos recordados por el público. Sin embargo, es una tendencia que ya había empezado a generar interés en los productores durante los años 90, ya que solamente así se entiende la existencia de cintas como ‘Distracción fatal’ (‘Fatal Instinct’, Carl Reiner, 1993), ‘El silencio de los borregos’ (‘Il silenzio dei prosciutti’, Ezio Greggio, 1994) o ‘Plump Fiction’ (Bob Koherr, 1997).

Por suerte para nosotros, ‘Cannes, ciudad del miedo’ sólo cae de forma parcial en ello —y tiende al fracaso cuando lo hace, como en las escenas que nos remiten a ‘Instinto básico’ (‘Basic Instinct’, Paul Verhoeven, 1992) o ‘Pretty Woman’ (Garry Marshall, 1990)—, optando en líneas generales porque el humor no se base en exclusiva en una referencia más o menos inspirada otras obras. Estamos además ante la única incursión en la gran pantalla del grupo cómico Les Nuls, muy popular en Francia a finales de los 80 y principios de los 90 y que ya se había disuelto oficialmente un par de años antes del rodaje de la película que nos ocupa.

El Festival de cine de Cannes es el más prestigioso de todos los que se celebran, pero eso no quiere decir que entre los títulos que allí se presenten no haya espacio para un tipo de películas muy alejado de lo que uno asociaría a dicho certamen. En ‘Cannes, ciudad del miedo’ recurren a ello, ya que también se exhibe ‘Red is Dead’, una ridícula —y muy divertida— cinta de terror condenada al mayor de los fracasos, o al menos eso parecía hasta que los proyeccionistas son asesinados después de cada pase de la película. Esta es la atractiva premisa que alcanza su cénit particular durante los primeros 10 minutos, ya que su simpático arranque es la única parte de ‘Cannes, ciudad del miedo’ con algo de consistencia.

Gags a la deriva

La gran constante de ‘Cannes, ciudad del miedo’ es que apuesta sin rubor alguno por mantener en todo momento un tono absurdo, dejando así la puerta abierta a que todo exceso cómico encaje dentro de lo que sucede en pantalla. Ninguna pega tengo a lo que considero uno de los principales aciertos del guión de Alain Chabat, Dominique Farrugia y Chantal Lauby, quienes también se reservaron para sí mismos a los tres personajes principales —algo exagerados en sus roles, pero cumplen bien con su cometido—, pero se nota que apostaron más por una abundancia de diálogos delirantes —sin que eso quiera decir que no sean recitados con toda la naturalidad posible— que por el hecho de cuidar su efectividad. Es obvio que algunos funcionan e incluso pueden provocarte una carcajada, pero la mayoría son un buen ejemplo de querer y no poder.

Ni que decir tiene que la presencia de un psicópata en ‘Cannes, ciudad del miedo’ es una mera anécdota utilizada para estirar al máximo la absurdez de lo que sucede en pantalla durante sus minutos finales. Por lo demás, es el mecanismo necesario para que la investigación funcione como el hilo conductor de la acción y su mayor aportación a la comicidad de la historia es la última frase pronunciada por el primer proyeccionista asesinado —divertido el cameo de Tchéky Karyo—, ya que la revelación final y el running gag que se crea entonces resultan bastante fallidos. De hecho, se tiende entonces tanto a la saturación que el espectador ya está agotado cuando se hace una broma a costa de la identidad del asesino que en otras condiciones seguro que al menos me hubiese arrancado una sonrisa.

‘Cannes, ciudad del miedo’ es una parodia con muy buenas intenciones, pero que a la hora de la verdad únicamente funciona a ráfagas si exceptuamos todo lo que sucede hasta el primer asesinato. Es entonces cuando la película se convierte en una propuesta irregular, donde un puñado de buenos gags no compensan lo fallidos que resultan los demás. Con todo, nunca cae en el mal gusto —el gran mal del cine paródico de los últimos 15-20 años es abusar de ello—, la parte de la historia que parodia a los slashers sí que funciona y uno no llega a aburrirse durante su visionado. Algo es algo.

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