En 2008, contaba yo con veinte años y caí, como no podía ser de otra manera, en el huracán publicitario que anunciaba el nuevo Indiana Jones como una especie de salvación ante un cine de acción aparentemente más vulgar y menos mágico. La nostalgia de cierto cine comercial norteamericano de los años ochenta no era real.
Nacido en 1988, mi recuerdo de las películas de esa década es de segunda clase.: las vi por vez primera en televisión y nunca fueron experiencias tan constituyentes como el Disney del Renacimiento o la primera 'Toy Story' (id, 1995). La publicidad, como siempre sucede cuando triunfa, me convenció de algo que no era real: que necesitaba y añoraba esas películas. En realidad, no. Pasados ya unos cuantos años, 'Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal' (Indiana Jones and the Kingdom of Crystal Skull, 2008) nos puede servir para discutir de temas a partir de un ejemplo concreto. El tema es ¿cómo era ese cine de antaño? ¿Recuperó la película ese cine de antaño? ¿De verdad eran lo mismo?
En este caso, haré un examen de un director, el más emblemático, Steven Spielberg y del estilo que emplea en tres de sus Indiana Jones.: 'En busca del arca perdida' (Raiders of the Lost Ark, 1981), 'Indiana Jones y la última cruzada' (Indiana Jones and the last crusade, 1989) y esta última. Obvio la segunda entrega porque le dedicaré su propio post.
Condiciones técnicas
El cine se transforma. Las dos primeras entregas de Indiana Jones contaban todavía con la presencia de efectos visuales de viejo cuño (maquetas, maquillajes, efectos ópticos) frente a la cuarta, que se estrena en una época de esplendor digital. Este cambio es significativo.: la imaginación digital permite secuencias de acción más espectaculares respecto al sentido de la escala (ya no importa la altura del edificio, el número de explosiones, la presencia de uno o varios monstruos) mientras que los efectos de la década de los ochenta permitían, con todo, secuencias llenas de acrobacias, gracias al trabajo de especialistas y a la evolución de las cámaras.
A todo esto hay que sumarle un cambio de los patrones de montaje. El cine contemporáneo se caracteriza por planos hiper-cortos y por haber logrado este estilo compositivo, que en la década de los ochenta era considerado frenético, poco menos que una condición normativa. A diferencia de entonces, el estilo de montaje de planos de un segundo de duración o menos se ha extendido en el audiovisual para masas de televisión.
Cambios y problemas
Los problemas de la película han sido notados ya en muchos textos. El exceso de protagonistas y aliados del héroe central; la falta de conflicto definido....Todos ellos se atribuyen al guión, que firma David Koepp, un escritor bastante distinto a los convocados anteriormente. La pelicula, significativamente, borra el elemento icónico que tan hábilmente habían usado otras entregas. No hay Arca de la Alianza, ni Santo Grial: los protagonistas buscan un reino (que finalmente se revela extraterrestre) perdido pero el espectador no recibe mayor información.
El cambio más visible y radical es el de la fotografía. Resulta deprimente ver como Janusz Kaminski, el laureado colaborador habitual de Spielberg desde 1993 (con alguna que otra excepción), opta por iluminaciones exageradas en interiores.
Comparemos esto con el trabajo del legendario Douglas Slocombe, ya anciano en su colaboración con Spielberg en sus Indianas. Resulta bastante irritante la incoherencia visual asombrosa que hay entre Kaminski y el estilo hermoso.
Estilo Compositivo
Spielberg no compone del mismo modo y esta es quizás la novedad más decepcionante de la cuarta entrega. Tiene algún momento inspirado.
Pero su película, al estar tirada por los personajes y el barullo digital pierde inventiva.
No estamos ante las certezas compositivas, expresivas y acertadas de las entregas anteriores. ¿Es posible que el tiempo y la técnica hayan perdido a Spielberg para según qué aventuras? La precisión matemática de la que gozaba en los ochenta, en las aventuras del arqueólgo, me siguen pareciendo muy buenas.
Es recomendable revisar las películas con cautela, al margen de la aprobación (del todo legítima) que pueda despertar esta cuarta entrega en espectadoras y espectadores. Pero los clichés extendidos, como el de que se trata de cine de antaño, se usan con fines más publicitarios que descriptivos: como hemos visto, la película no se parece a las anteriores (visual, argumental, estilísticamente). En este caso, ha sido el tiempo el que ha sido el mejor elemento para vertebrar una discusión más calmada.
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