Lo nuevo de Erice logra momentos conmovedores dentro de una narrativa excesivamente literaria que deja la sensación de montaje inacabado
Se respiraba la emoción en la sala Debussy durante una de las noches más esperadas del 76 Festival de Cannes: por fin llegaba el momento de descubrir 'Cerrar los ojos', la nueva película de Víctor Erice, 31 años después de 'El sol del membrillo' (1992). La conversación previa estaba marcada por el entusiasmo pero también por la cautela debido al prolongado retiro del artista de 82 años y la extraña ausencia de su trabajo en Sección Oficial. De hecho, Erice no acudió a Cannes.
El inicio de su nueva obra es de lo más desconcertante: al estilo de un noir clásico de Hollywood, José Coronado llega como un Humphrey Bogart a la mansión francesa de un señor excéntrico que se ha llamado a sí mismo "Rey Triste" (Josep Maria Pou) y que vive solo junto a un fiel mayordomo chino que lleva gafas de sol. Por supuesto, se ponen a fumar.
Tiene lugar una extraña conversación muy teatral donde ese Rey Triste cuenta parte de su historia y encarga al Bogart español que encuentre a su hija para sentir "su mirada" por última vez. Lo manda ni más ni menos que a Shanghai (guiño a 'La promesa de Shanghai', adaptación frustrada de Erice). Cuando uno ya se ha acomodado en la butaca ante esta extraña premisa, llega un volantazo: este prólogo es parte de otra película dentro de la ficción, un proyecto interrumpido por la misteriosa desaparición de su protagonista.
Historias y sensaciones de un artista oxidado
Sinceramente, respiré con alivio cuando 'Cerrar los ojos' volvió a empezar, pensando que esos diálogos tan forzados y literarios, y esas actuaciones y con gestos tan artificiales eran parte más o menos lógica de un intento por recrear un material antiguo, subrayando su diferencia y la condición de reliquia. Pero no. Ese es el tono en el que van a hablar casi todos los personajes de la película, regada por una voz en off que aporta aclaraciones y reflexiones. Se hace pesado de escuchar durante 169 minutos.
Afortunadamente, Erice tiene a sus órdenes un estupendo reparto que, a pesar de tener que declamar las líneas del guion como si estuvieran sobre un escenario en directo, insuflan de vida a gran parte de la película, que tiene ideas hermosas y momentos muy inspirados, pero que a menudo parece el ensayo de una representación teatral. Manolo Solo se apodera de su personaje y sostiene sobre sus hombros esta complicada e irregular narrativa, incluso durante el tramo más ridículo de la película: la realización de un programa de televisión que queda totalmente inverosímil en pantalla.
José Coronado tiene el otro papel más exigente de la película, el amigo y actor que desaparece y funciona como excusa para desarrollar toda la historia. Su material como el galán Julio Arenas es tan acartonado como las frases que recita pero borda la faceta más dramática y humana de su personaje, ese señor anónimo y reservado de mirada enigmática; tiene junto a Solo las escenas más inspiradas de la película. Incluyendo ese tramo final que es maravilloso, sin duda lo mejor de la película.
'Cerrar los ojos': la vida es cine, y el cine es vida
De hecho, la historia es bonita, la búsqueda de un amigo que conlleva reabrir heridas, una investigación y relectura del pasado, reflexiones sobre la memoria o la identidad (hay un divertido juego de nombres alternativos), las experiencias o relaciones que nos moldean. Pero, sobre todo, es otra carta de amor al cine escrita por un Víctor Erice melancólico que parece estar entregando su testamento cinematográfico, donde reúne todo lo que le ha obsesionado como cinéfilo y creador.
'Cerrar los ojos' transmite la fascinación por el cine, la reivindicación de su magia y de su poder para conectar con el alma humana. Viene a recordar que esas imágenes fantasmagóricas pueden devolvernos la vida, pueden salvarnos. Y como amante del séptimo arte, solo puedo aplaudir. De hecho, todos los presentes en la proyección aplaudimos con fuerza a los miembros del equipo de la película que acudieron a la proyección en Cannes. Erice no estaba pero sí varios de los actores y responsables de una película muy imperfecta pero que va a quedar como un tesoro de la cinematografía española.
Cuestión aparte es el montaje de un largometraje excesivo, agotador, muy expositivo; deja la sensación de edición inacabada, por pulir. Más allá de escenas de duración cuestionable, hay detalles como, por ejemplo, incluir una llamada telefónica con problemas de conexión que obligan a repetirla en otro escenario para luego aclarar lo hablado. O explicar acciones con información irrelevante. O dejar las despedidas de personajes que se van a dormir, incluyendo cómo se levantan y se marchan. Es como mantener toda la acción de alguien que se acerca a una puerta, la abre, la cruza y la cierra; ya entendemos qué ocurre, no hace falta ver todo el proceso. Repito: casi 3 horas de película.
En resumen, el esperadísimo regreso de Víctor Erice en 'Cerrar los ojos', que aparentemente apunta a despedida definitiva, deja suficientes razones para quedar conmovido y disfrutar una vez más de la sensibilidad del artista, pero creo que también exige una posición de rendición total a una narrativa oxidada, una actitud de pasar por alto y disculpar todo lo que no funciona. Merece la pena llegar hasta el final pero el viaje es complicado. Quizá no es mala idea verla con un refresco y chucherías a mano, con la misma calma con la que actúan los personajes.
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