Tras esa primera incursión en territorio yanqui que fue la muy envejecida 'Soldado universal' ('Universal Soldier', 1992), Roland Emmerich se encontró en disposición de abordar proyectos algo más ambiciosos bajo el amparo de la buena recepción económica que había encontrado el filme protagonizado por Jean-Claude Van Damme y Dolph Lundgren. Continuando su asociación con Dean Devlin, con quien co-produciría y co-escribiría sus cuatro primeros filmes en Estados Unidos, Emmerich estrenaba en 1994 la que, creo, es la mejor cinta de su carrera.
Considerando la trayectoria de la misma y lo irregular de buena parte de su cine —por no decir de todo su cine— quizás esto no sea afirmar mucho, pero lo cierto es que el mimo y el cariño puestos en levantar 'Stargate: puerta a las estrellas' ('Stargate', 1994) son unas cualidades que dejarán de estar presentes en el momento en el que el cineasta alemán estrene 'Independence Day' (id, 1996) y la taquilla internacional convierta a la cinta cuya secuela nos llegará este mes de julio en la más taquillera de su año.
Personajes que importan
Como quiera que ya tendremos tiempo de analizar a la cinta que también supuso el mayor hito en la carrera de Will Smith cuando lleguemos a ella en este mismo ciclo, centremos nuestra atención en una 'Stargate' que fundamenta su buen funcionamiento —ni espléndido ni soberbio, simplemente bueno— en un guión que sabe como captar la atención del espectador desde el primer minuto echando mano de esa hipotética conexión que habría existido entre los egipcios y sus enormes e imposibles construcciones y una raza de extraterrestres.
Partiendo de una base que, como digo, capta de forma inmediata la atención del respetable, el libreto de Emmerich y Devlin pronto gira su atención hacia los dos pilares en los que se sustenta una muy considerable parte de la cinta: James Spader y Kurt Russell, intérpretes cuyos respectivos papeles de historiador experto en el antiguo Egipto y militar recto reciben los suficientes aderezos como para tender la mano hacia los que nos sentamos al otro lado de la pantalla y que nos impliquemos con ellos en el grado exacto para meternos de cabeza en la historia.
Más allá del enorme acierto que supone el contar con los carismas de ambos, la definición de Spader como el típico ratón de biblioteca a cuyas alocadas teorías nadie da pábulos y la correspondiente de Russell como el padre atormentado que ha perdido a su hijo por un accidente en el que éste se mató con la pistola de su progenitor, provocan nuestras inmediatas simpatías y sirven para garantizar que estaremos pendientes del destino de ambos hasta la conclusión.
La primera, entre las tres mejores
Valor cada vez menos cuidado en las producciones cinematográficas —ya me diréis, en comparación con los ochenta o los noventa, cuántas bandas sonoras podrían destacarse por año de la última década— la música de 'Stargate' supuso el muy feliz descubrimiento por parte de Emmerich del que se convertiría en el compositor que mejor ha sabido entender a 007. Nos referimos, cómo no, a David Arnold.
El músico británico, que hasta entonces no había prorrumpido en la escena cinematográfica, lo hace mediante esta cinta de aventuras y ciencia-ficción con un score rico, de fuertes connotaciones épicas y algunos de los mejores temas que ha escrito a lo largo de los veintidós años que nos separan de 1994. Ejemplo claro de ello son el 'Mastagde Drag', que cubre la secuencia en la que el personaje de Spader es arrastrado por una cuadrúpeda criatura o, por supuesto, el 'Kasuf Returns'.
Éste último, que puntualiza el enfrentamiento final entre las fuerzas del bien que representan los héroes y los habitantes del lejano planeta del universo al que van a parar al atravesar la Stargate, y las del mal encarnadas en el Ra al que da vida la ambivalente belleza de Jaye Davidson, es perfecto ejemplo de las tempranas capacidades de un compositor al que se echa bastante en falta a raíz de otros intereses que lo han tenido apartado de la gran pantalla desde 2011.
'Stargate', predecible pero muy entretenida
Recorriendo caminos más que habituales y sin que en ningún momento sea complicado anticiparse a lo que va a ir discurriendo, 'Stargate' es un entretenimiento de primera cuyas dos horas de metraje pasan volando por la presentación de la premisa y los personajes, el descifrado de la clave que activa la puerta, el viaje del grupo al planeta en el otro confín del universo, el contacto con los humanos habitantes de dicho mundo y el encuentro con la encarnación de Ra, el dios del Sol de la mitología egipcia.
Avanzando sin pausa, el ritmo que Emmerich imprime al guión evita que podamos fijarnos en exceso en las evidentes —si bien no muy alarmantes— carencias de su dirección y en la bisoñez que, aún contando con seis producciones previas en su haber, denota el realizador en el manejo de un presupuesto bastante más considerable que aquél del que había dispuesto en 'Soldado universal'.
Dicha bisoñez, patente en la torpona resolución de las secuencias de acción o en algunos risibles momentos dramáticos —ese primer plano de Spader anunciando que ya sabe cuál es el séptimo símbolo para activar la puerta estelar— no consigue deslucir un conjunto que cuenta con unos efectos visuales que han envejecido bastante bien y con un diseño de producción espléndido si de lo que hemos de hablar es de esa nave extraterrestre en forma de pirámide en la que habita Ra.
Ejemplo muy significativo de lo que el cine de género ofrecería durante los noventa, 'Stargate: puerta a las estrellas' será generadora de una estirpe de series televisivas que, con bastante fortuna, perpetuarán el buen nombre del filme hasta bien entrado este siglo. Si a eso unimos el más que probable hecho de un reboot del filme en forma de trilogía cuya primera parte dirigiría el propio Emmerich parece que tendremos Stargate para un buen rato. Si mantienen el encanto del producto original...bienvenido sea.
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