Ciencia-ficción: 'Sin límites', de Neil Burger

Observando la existencia de una suerte de corriente dentro de las series de televisión que parecía estar dándole la vuelta a la más que probada obsesión de la gran pantalla de adaptar lo que se le ponga a tiro, el pasado mes de julio este redactor escribía estas líneas sin saber que, "a la vuelta de la esquina" —o de las vacaciones, como queráis— le esperaba una mayúscula sorpresa que iba a posicionarse con holgura entre lo mejorcito que hemos podido ver en esta temporada.

Dicha sorpresa era, como supongo habréis adivinado, la traslación a la "caja tonta" de 'Sin límites' ('Limitless', Neil Burger, 2011), la cinta protagonizada por Bradley Cooper en la que el actor encarnaba a un escritor sin éxito que, gracias a una droga llamada NZT, accede al 100% del potencial de su cerebro y, de la noche a la mañana, da un giro radical a su existencia.

Expandir un microcosmos

Arrancando su acción cuatro años después del final de la película que hoy ocupa nuestro tiempo en el ciclo de ciencia-ficción, 'Limitless', la serie de televisión, ha sido manantial de constantes alegrías durante veintidós episodios que esta misma noche, al otro lado del charco, tocarán a su fin. Pendiente todavía del esperado anuncio de renovación por parte de CBS, muchas son las razones que podríamos aducir aquí para que la cadena ni se lo pensara en dar luz verde a una muy merecida segunda temporada por más que la audiencia haya ido cayendo de forma gradual semana a semana.

Entre ellas, qué duda cabe, la forma en la que los responsables de la cabecera se han esforzado al máximo en que cada capítulo sea diferente y en que su estructura de procedimental haya sido un simple matiz que aparecía y desaparecía disolviéndose en el espléndido hilo argumental entre el carismático protagonista encarnado con extrema simpatía por Jake McDorman, la agente del FBI a la que da vida Jennifer Carpenter y, por supuesto, las puntuales apariciones de Edward Morra, el senador en el que se ha convertido Bradley Cooper.

Plena en recursos visuales de lo más elocuente, el ritmo de 'Limitless', el que siempre queramos ver más de la forma en la que Brian, gracias al NZT, va a terminar resolviendo el caso de turno con alguno de sus geniales esquemas hechos a mano —"¿sabes que existe una cosa que se llama Power Point?" le llegan a espetar alguna que otra vez— y la intriga que ha ido rodeando a la droga hasta lo que pudimos ver la semana pasada han conseguido, a la postre, que tengamos en mejor estima a la cinta de la que surge la producción televisiva.

'Sin límites', efectiva

Obviamente, como comenté al hilo del 'Daredevil' de Netflix, casi diecisiete horas de televisión dan para que, en las manos adecuadas —y las de Craig Sweeny, el showrunner de la serie, lo han sido— haya oportunidad de desarrollar mejor las ideas que los ciento cinco minutos de la cinta exponían, admitámoslo, con menor fortuna, quedándose el filme de Burger muy corto en haberle echado imaginación a la hora de mostrar el inmenso potencial del NZT.

Con apuntes notables aquí y allá —que, de nuevo, palidecen en la comparación con lo que hemos visto en la pequeña pantalla— entre los que sobresale ese "efecto túnel" de la visión de Cooper cuando se encuentra bajo los efectos de la droga o la forma en la que se superponen elementos sobre la pantalla mostrando cómo funciona el cerebro del protagonista, donde 'Sin límites' funciona con precisión es tanto en la elección del actor como en la inclusión de Robert De Niro y la química que se genera entre ambos intérpretes.

Una química que David O.Russell explotará a conciencia un año más tarde en la irregular 'El lado bueno de las cosas' ('Silver Linings Playbook', 2012) y que, como digo, se salda aquí con resultados más que notables. Más allá de eso, la estructura de thriller de 'Sin límites' y los giros que van jalonando el devenir de la acción carecen de la muy necesaria cualidad de sorpresa indispensable para que la cinta hubiera funcionado con mayor efectividad.

Desafortunadamente, si desproveemos a la trama del McGuffin que supone la droga de diseño, aquélla se descubre como base de un filme al uso con pocos atractivos y limitadas armas con las que convencer al respetable. Demos gracias pues a Alan Glynn, el autor de la novela en la que se basa el filme, por la idea de esa sustancia que nos convertiría en genios y, sobre todo, a los que vieron aquí la base sobre la que construir, y me repito, una de las mejores y más entretenidas series que hemos podido ver en los últimos tiempos.

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