Es una de esas rarezas que ostenta orgullosa un 100% en Rotten Tomatoes con 37 críticas. Y es que, antes de meternos a analizarla con detalle, lo que su visionado evidencia sin lugar a dudas no sólo caracteriza a 'Mad Max 2, el guerrero de la carretera' (id, George Miller, 1981) como todo lo que su predecesora debería haber sido y no fue; es que, a la hora de hablar del cine de George Miller, esta segunda entrega de las aventuras de Max Rockatansky se sitúa por derecho como lo mejor que el cineasta australiano ha rodado hasta la fecha.
Un hito éste que habla de lo singular de la apuesta de Miller por continuar indagando en ese aciago futuro post-apocalíptico que en la primera parte era sólo rascado y que aquí, mostrado en toda su amplitud, sirvió —y sigue sirviendo, por supuesto, que es esta una de esas películas por las que no pasa el tiempo— ora para confirmar con rotundidad las inmensas dotes del director para la acción y otros particulares, ora para terminar de situar a Mel Gibson como el gran intérprete que ese mismo año íbamos también a poder apreciar en la inmensa 'Gallipoli' (id, Peter Weir, 1981).
Bajo las claves del western
Desde su comienzo hasta su conclusión, todo en 'Mad Max 2' apunta a que el interés de fondo de George Miller a la hora de poner en pie la producción —una producción por la que se decantó desoyendo los cantos de sirena de un Hollywood que había quedado impresionado por su ópera prima— no era otro que tomar muchas de las claves que habían sido definidas por los grandes artesanos del western estadounidense y aplicarlas al entorno futurista en el que se desarrolla la acción.
De hecho, por más que llegara a reconocer en su momento que una de las mayores influencias a la hora de rodar la cinta fueran los filmes de Akira Kurosawa —un cineasta cuya influencia sobre dos sobresalientes títulos del género es incuestionable— resulta muchísimo más fácil rastrear aquí tanto la forma de John Huston de visualizar los paisajes en el modo en el que Dean Semler fotografía el outback australiano o, por ejemplo, la gran influencia que los héroes silentes y monolíticos de John Wayne —y me estoy acordando de Ethan Edwards en particular— ejercen sobre la caracterización de Max.
Más allá de estas dos ¿pequeñas? puntualizaciones, la estructura misma de la que se nutre el desarrollo de la trama incide sobre una que había sido explorada hasta la saciedad en las películas fronterizas de "convoys": la del duro héroe —¿o sería mejor decir antihéroe?— que por avatares diversos es acogido en el seno de una comunidad amenazada por unos malhechores y termina redescubriendo una humanidad que creía perdida al ayudar a los "colonos" a librarse de aquellos que los hostigan.
'Mad Max 2, el guerrero de la carretera', ahora sí, a TODO gas
Dicho esquema, que es puesto en valor a partir del segundo acto, es precedido por una enérgica y vertiginosa persecución que sienta las bases del antagonismo que se producirá entre Max y Wez —uno de los dos "malos" de la función— y, a su vez, tiene como prólogo una breve secuencia en la que se nos sitúa tanto en el mundo asolado que vamos a visitar como en los antecedentes de ese "Guerrero de la carretera" en el que se convirtió el personaje de Mel Gibson al perderlo todo durante los acontecimientos que se nos narraban en el primer filme.
Establecido el esqueleto que va a sustentar el resto de los 96 minutos de metraje —una duración que en principio iba a ser mayor y que sufrió no pocos recortes dada la violencia extrema de lo inicialmente filmado por Miller—, una de las mayores virtudes de 'Mad Max 2' es lo sucinto de los diálogos que definen a los personajes. Esfuerzo consciente por parte del director y Terry Hayes, el co-guionista, la parquedad de palabra que ostentan todos los implicados en la acción termina trabajando en favor de que ésta llegue con mayor potencia al espectador.
Y es que, por si no ha quedado claro ya, lo mejor de 'Mad Max 2' son, sin lugar a dudas, las tres secuencias de pura adrenalina que jalonan el metraje. Ya estemos hablando de la inicial, ya de la persecución intermedia, ya del clímax final, el pulso que Miller mantiene con el que se sienta al otro lado de la pantalla es de una ejecución brillante y de un brío que, desafortunadamente, no encontraremos en la desangelada tercera entrega de la franquicia.
Una franquicia atípica cuyos filmes no siguen un hilo conductor estricto ni son continuación el uno del otro como las sagas que estamos acostumbrados a ver en la actualidad. En su lugar, lo que Miller construye es un universo reducido que orbita alrededor de un personaje con carisma incuestionable y que en esta propuesta intermedia —y a la espera de saber qué deparará la nueva entrega— alcanza su apogeo. Quizás no sea una cinta de diez como afirma el porcentaje de Rotten Tomatoes, pero el sobresaliente no hay quien se lo quite.
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