Ciencia-ficción: 'La masa devoradora', de Irvin S. Yeaworth Jr.

No sé si formará parte de vuestra jerga a la hora de calificar a según que películas, pero en mi grupo de cinéfilos el referirse a una cinta con un "es tan mala que es buena" es bastante usual a la hora de hablar de ciertos filmes cuando queremos hacer sangre con títulos como, por ejemplo, la inefable 'Outlander' (id, Howard McCain, 2008). Y si traigo esta afirmación a colación es, obviamente, porque 'La masa devoradora' ('The Blob', Irvin S. Yeaworth Jr., 1958) se adhiere con fuerza —casi con avaricia, diría yo— a ella, suponiendo un inesperado festival de humor cinematográfico no pretendido que, vista a la edad que se vea, ya sea uno niño, adolescente o adulto, es un vehículo seguro para la risa y, en ciertos momentos, la carcajada.

Clásico camp y uno de los mejores ejemplos de lo que la ciencia-ficción desvergonzada y sin ningún tipo de aspiraciones metafísicas podía llegar a ofrecer durante los años 50, el guión de 'La masa devoradora' sigue los patrones de toda historia de invasiones extraterrestres, con un meteorito cayendo en plena noche que contiene un ente similar a una gelatinosa mermelada de fresa que va asimilando a aquello que le sale al paso en un pequeño y típico apacible pueblo norteamericano. Allí, ante la incredulidad de sus progenitores, unos jóvenes que hasta entonces habían estado más interesados en la carrera nocturna de rigor o sentarse en la fila de los mancos del cine del lugar serán los únicos que inicialmente hagan frente a ese terror sin forma que es ¡la masa!.

Inicialmente titulada 'The Glob' hasta que alguien de producción descubrió que era el mismo título que tenía un cómic del mítico Walt Kelly —el creador de 'Pogo', queridísimo personaje de una legendaria tira cómica americana—, cambiándose entonces el título al 'The Blob' original, 'La masa devoradora' fue dirigida por Irvin S. Yeaworth Jr., un cineasta que sólo contaba con otra producción para la gran pantalla, un oscuro y moralizante filme llamado 'The Flaming Teen-Age' salido directamente de la amplísima experiencia que el realizador había adquirido como director de más de 400 títulos educativos, religiosos y motivacionales para la chavalería de la época.

Con esos antecedentes, no debería resultar extraño que, en conjunción con el exiguo guión de Kay Linake y Theodore Simonson, el presente filme sea un rosario de personajes arquetípicos hasta decir basta, algo que no llama demasiado la atención en los acartonados adultos pero que resulta especialmente doloroso en los "jóvenes" que son motor del avance de la trama, poniendo en juego Yeaworth unos pobres recursos narrativos que, salvo casos muy excepcionales, hacen uso y abuso del plano medio y de esos agotadores primeros planos cerrados sobre fondo negro que tanto abundan a lo largo y ancho del metraje.

Con el rostro de Steve McQueen —que, por cierto, no hay quien se crea al casi treintañero actor interpretando a un adolescente crecidito— como cara más conocida del reparto, las muchas limitaciones interpretativas que el actor arrastraba por aquél entonces en esta su segunda incursión en la gran pantalla quedan expuestas a cada momento que la desaparecida estrella tiene que tratar de convencer a sus vecinos de que algo peligrosísimo está a punto de asolar el pueblo, quedando sus expresiones de alarma y pánico muy lejos de ser creíbles, aunque quizás no tanto como las de Aneta Corsaut, la novia de su personaje.

Decía al principio que la risa, intencionada o no, es una expresión que aparece de forma recurrente a lo largo de la cinta, y lo hace tan temprano como desde los créditos iniciales, puntualizados musicalmente con una canción que podría estar sacada de cualquier comedia familiar de la época o de alguna de las primeras bandas sonoras de John Williams. Atribuída a Burt Bacharach e interpretada por the Five Blobs, un grupo de los estudios Paramount, 'Beware the creep' hace muy bien su trabajo y pone en precisa situación al espectador: en lugar de crear una atmósfera inquietante como si lo lograban las sonoridades iniciales de, por ejemplo, la partitura de Bernard Herrmann para 'Ultimatum a la Tierra' ('The Day the Earth Stood Still', Robert Wise, 1951), el soniquete animado y playero que es el pegadizo tema expone de forma muy temprana el pie por el que va a cojear la función.

Pero aunque pueda parecerlo por lo comentado hasta el momento y por el hecho de abrigarse bajo el manto de esa "es tan mala que es buena", no todo es olvidable en esta modesta producción presupuestada en 120.000 dólares que acabó suponiendo a las arcas de la productora 110.000 e ingresó alrededor de cuatro millones, y la gran economía de recursos de la que hace gala la producción, así como la inventiva a la hora de hacer mover al bloque de silicona que es "la masa", y esa secuencia final en el "diner" —visualizada con técnicas de animación tradicional— son pequeños factores que hacen de 'La masa devoradora' un filme de esos que, aunque quieras evitarlo, se resiste a desaparecer de la memoria cinéfila.

Tanto es así que, a pesar de sus pocos valores cinematográficos, la cinta conoció una secuela en 1972 de mano de Larry Hagman —sí, ese Larry Hagman— llamada 'Beware! The Blob' y un remake homónimo, firmado por Chuck Russell en 1988 que, cómo no podía ser de otra manera, se cebaba mucho más en los estragos del ente devorador y en lo descerebrado de los jóvenes protagonistas. Y como guinda a la herencia dejada por este simpático filme, una curiosidad de esas que os gustan: en 1991 se estrenaba en el Festival de Chicago 'Blobermouth', una intervención en la copia original del filme para la que se alteraron diálogos y argumento y en la que McQueen y el ente —al que se le añadió una boca animada— son cómicos rivales que luchan por ganarse las risas del público del pueblo. Tan cierto como lo leéis.

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