Hace nada os hablaba de ‘Rompenieves’ (Snowpiercer’, Bong Joon-ho, 2013), actualmente una de las mejores películas, para quien esto suscribe, de las proyectadas en salas de cine, la cual ambientaba al ser humano en un paisaje desolador, una distopía de ciencia-ficción que profetiza sobre la humanidad partiendo de problemas actuales. ‘La hora final’ (‘On the Beach’, Stanley Kramer, 1959) también es un film de ciencia-ficción que se aventura a hablar sobre el futuro de la humanidad, con una visión más terrible, mucho más, que el film citado. Que muchos films.
La película es una de las grandes obras de Stanley Kramer, quien muchas veces gustó de meter el dedo en la llaga sobre ciertos temas que aún resultan polémicos en un presente que presume de civilizado. Películas como ‘La herencia del viento’ (‘Inherit the Wind, 1960), ‘Vencedores o vencidos’ (‘Judgment at Nuremberg’, 1961) o ‘Adivina quién viene esta noche’ (‘Guess Who's Coming to Dinner’, 1967) son films incómodos, pero también muy necesarios. Caso también del que nos ocupa.
Dramática ciencia-ficción
Gregory Peck quiso protagonizar esta película porque siempre estuvo en contra de las armas nucleares o atómicas. El futuro que plantea el film, gloriosamente enmarcado en una ciencia-ficción, por así decirlo, invisible, es absolutamente aterrador. Peck da vida al capitán de un submarino atómico que, desde Australia se dedica a buscar supervivientes a una hecatombe atómica que ha acabado con la vida en la mayor parte del planeta. La radiación se ha extendido por todo el planeta, excepto Australia, lugar donde quedan los últimos seres humanos a la espera del fatídico fin.
Si algo llama poderosamente la atención de ‘La hora final’ es su condición de drama, contextualizado en el citado género, y en el que la palabra esperanza es destruida por una simple botella de Coca-cola —alucinante, ingenioso y deslumbrante detalle de guión—, como fiel reflejo del fin de la civilización. En el tiempo que les queda por vivir a los personajes, da igual lo que decidan hacer, nada importa, algunos elegirán morir haciendo lo que aman, otros tendrán un poderoso e incontrolable miedo, otros se volverán irrazonables —el primer síntoma de la radiación—, y otros rechazarán el amor, con irónica comprensión de que éste no durará.
‘La hora final’ pudo tener acceso a filmar en un submarino de verdad, pero no recibió ayuda alguna del Ejército de los Estados Unidos, pues estos no estaban nada contentos con el contenido político del film ni con el rechazo, completamente abierto y lleno de una coherencia aplastante, hacia las armas atómicas. En ese aspecto el film es duro hasta la médula. El mensaje final en el solitario cartel de la calle vacía de una ciudad es bien claro: “Aún hay tiempo”, y no deja lugar a dudas.
El fin del mundo
En este viaje hacia el final de la esperanza, destacan sobremanera la música de Ernest Gold, épica y lírica a partes iguales, el soberbio blanco y negro de Giuseppe Rotunno, gran operador italiano, formado en la mejor época de su cine; y sobre todo ideas de puesta en escena sorprendentes. Por ejemplo, el encuadre de la conversación entre Gregory Peck y Anthony Perkins mientras caminan por la cubierta del portaviones, como engullidos por el plano y cada vez más cercanos a la sombra, secuencia profética con lo que va a pasar. O la conversación nocturna entre Peck y Ava Gardner, con la cámara cambiando de inclinación dependiendo de quién lleva la voz cantante en la desoladora charla.
Un tira y afloja que se verá a lo largo del film en la relación entre personajes abocados a un destino inevitable, y que nunca encontrará el punto justo de equilibrio. Tan descorazonador como todas esas calles desiertas en San Francisco —con imágenes tan poderosas como aquellas que parecen un precedente de la futura amenaza de Robert Wise—, como ese soldado que prefiere morir en su hogar, como Fred Astaire, en el inicio de su andadura no musical, liderando una carrera de coches que Karmer mete pasada la mitad de metraje, como meteórico momento de placer.
Uno de los apuntes más terroríficos, por inteligentes, de ‘La hora final’ es que en cierto instante se habla de la locura que llevó a alguien a pulsar un fatídico botón, significando el inicio del fin. El primer síntoma de la radiación es una breve locura, la primera señal de irracionalidad que asoma a la víctima al abismo. Irónico, directo, descorazonador, terrible. Y de fondo una playa como último resquicio de la humanidad, el mismo año que Truffaut hizo correr por una a Antoine Doinel hacia un futuro también desolador y triste.
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