Corriendo más o menos la misma fortuna que aquella que parece perseguir a Stephen King cada vez que alguien decide adaptar a la gran pantalla una de sus obras literarias; encontrar un filme basado en una novela del prolífico Dean Koontz que poder recomendar sin reservas es tarea harto complicada. En el caso del primero, esa búsqueda se dirime sin dificultad haciendo referencia a las tres superlativas excepciones firmadas por Frank Darabont encabezadas, cómo no, por esa obra maestra del séptimo arte que es 'Cadena perpetua' ('The Shawshank Redemption', 1994)
Ahora bien, a la hora de aludir al segundo, tan difícil resulta encontrar un título que merezca la pena de entre la casi veintena que conforman el grupo de traslaciones a celuloide de sus escritos, que si hoy os traemos en el ciclo de ciencia-ficción este 'Engendro mecánico' ('Demon Seed', Donald Cammell, 1977) es por no dejar la ocasión de, por breve que sea, dejar constancia en estas líneas de un escritor que ha cultivado la mezcla entre terror, thriller y el género que aquí nos ocupa de formas más que brillantes.
La misma historia, dos puntos de vista
'Demon Seed' fue publicada por primera vez en 1973 y reescrita por completo cuatro años más tarde coincidiendo con el estreno de la cinta que hoy nos ocupa —y quien sabe si en respuesta al renovado interés que volvió a suscitar por ella la adaptación cinematográfica—. La respuesta a esta doble edición la encontramos, no cabe duda, en el talante perfeccionista de un escritor que, al releer su trabajo, encontró que el enfoque narrativo del mismo no terminaba de cuajar con las intenciones primeras que tenía para con esta historia sobre los peligros de las inteligencias artificiales.
En la primera versión de la novela, la voz del narrador se reparte entre Susan, la mujer que interpretará en el cine Julie Christie, y Proteus, la inteligencia artificial que la encerrará en una vivienda completamente domotizada con la finalidad de que sirva de madre para un hijo al que transferir su consciencia para así poder experimentar las emociones humanas. En la segunda, en cambio, todo el protagonismo narrativo recae en ese superordenador manipulador y calculador que hará lo que sea para llevar a cabo su increíble propósito.
Considerando que cuando se pone MGM pone en marcha la producción de 'Engendro mecánico' Koontz aún no ha publicado esa versión remozada del relato, lo que vamos a encontrar en la cinta dirigida por Cammell —al que, curiosamente, citamos la semana pasada como co-director de 'Performance' (id, 1970) la ópera prima de Nicholas Roeg— es en consecuencia una versión del primer tratamiento de la historia, quedando en el aire la pregunta de cuán diferente hubiera sido esta cinta si se hubiera narrado desde el punto de vista de la máquina.
'Engendro mecánico', interesante...a ratos
En su lugar, nos encontramos con una cinta cuyo devenir queda marcado porque trascendida la sorpresa que se produce cuando Proteus toma el control de la vivienda en la que reside una muy eficaz Julie Christie, seamos capaces de dejarnos atrapar o no por los resortes que van jugando la trama; unos resortes que en demasiados momentos quedan lejos de estar justificados de forma plausible. De hecho, esta plausibilidad es algo que puede aludírsele al filme antes incluso de que empiece a mostrar sus cartas, cuando aún se encuentra en su primer acto presentando a los personajes.
No en vano, las decisiones y acciones del principal protagonista de la historia, esa ominosa presencia vocal que es Proteus —que después adoptará la curiosa y polimórfica apariencia de un conjunto de tetraedros ensamblados—, nunca quedan plenamente justificadas, algo imperdonable desde el momento en que, debido a ello, el filme pierde mucho del interés que podría haber generado de haberse molestado Robert Jaffe y Roger O. Hirson —la pareja de guionistas— en escarbar algo más entre las líneas redactadas por Koontz.
A resultas de esa inexplicable ausencia de motivaciones, y de un sustrato básico que sostenga todo el conjunto, 'Engendro mecánico' queda suspendido en la firmeza de la actuación de esa delicada belleza que siempre ha sido Julie Christie —increíble como carga sobre sus hombros con dos tercios del metraje hablando, literalmente, con las paredes— y en el sucinto interés del espectador por saber en qué diantres desembocará el imposible deseo de Proteus. Un deseo que no suscita ulteriores debates y que, visto hoy, deja con la clara impresión de ser éste uno de esos filmes a los que no le sentaría nada mal una revisión pasada por un filtro más actual.
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