En cierto sentido, la elección de 'El poder' ('The Power', Byron Haskin, 1968) como una de las citas cinematográficas ineludibles de la ciencia-ficción —a fin de cuentas, esa es más o menos la intención que tiene este ciclo, llamar la atención sobre las cintas que han ido siendo puntales del género por un motivo u otro a través de las décadas— tiene poco que ver con sus cualidades artísticas, como pasaremos a desgranar algo más abajo, y mucho con lo que supone en la trayectoria de dos nombres que deberían ser harto familiares para aquellos que seguís estas entradas desde su inicio y, por supuesto, para los muchos amantes del género que os encontráis al otro lado de la pantalla.
A fin de cuentas, 'El poder' supuso la última incursión de Byron Haskin en la gran pantalla y la penúltima en la que George Pal, el mítico George Pal, creador durante los años cincuenta de tantos sueños cinemtográficos del género, serviría de productor antes de finalizar su prolífica carrera en 1975 con 'Doc Savage, el hombre de bronce' ('Doc Savage: the Man of Bronze', Michael Anderson) y fallecer en 1980 con tan sólo 72 años. Con él, y la defunción de Haskin cuatro años después, moría una forma de hacer cine que había marcado a fuego no sólo una de las etapas más recordadas de la ciencia-ficción en la historia del séptimo arte sino, por supuesto, a un género que no habría sido el mismo sin su providencial intervención.
Es por este motivo que a la hora de tener que centrar el discurso en 'El poder', entristece tener que analizar una cinta que, aún con ciertos valores puntuales, acusa sobremanera el paso de los cuarenta y seis años que han transcurrido desde su estreno, atesorando en última instancia un carácter sesentero —el incluso pre-setentero— que en una secuencia en concreto deviene en uno de esos momentos de vergüenza ajena que tanto abundaron en el cine en general y en la ciencia-ficción en particular hace cuatro décadas.
Basada en la novela homónima de Frank M.Robinson —sobre la que se efectuarán bastantes cambios, sobre todo en lo relativo al suavizado final que encontramos en su salto al cine— 'El poder' es, ante todo, una cinta extraña: tras unos enérgicos créditos iniciales puntualizados por el igualmente portentoso tema principal compuesto por un Miklós Rozsa que daba aquí por finalizada su prolongada colaboración con la Metro, la cinta parece arrancar in media res con la llegada del personaje interpretado por Michael Rennie, el mítico Klaatu de 'Ultimatum a la Tierra' ('The Day the Earth Stood Still', Robert Wise, 1951), a un centro de investigación donde se ponen a prueba los límites de la resistencia física humana de cara a su aplicación en la conquista del espacio.
En dicho centro se nos presentará a un grupo de científicos de entre los que destacan la pareja protagonista, ese guaperas con pocas capacidades interpretativas que siempre ha sido George Hamilton y una Suzanne Pleshette que, da igual cuántas veces la haya visto en 'Los pájaros' ('The Birds', Alfred Hitchcock, 1963), siempre estará asociada por un servidor a los tres títulos que rodó para la Disney entre los sesenta y los setenta compartiendo protagonismo con Dean Jones. Ambos actores encarnan a sendos expertos que, junto con el resto de especialistas, comprobarán con pavor como uno de ellos tiene poderes mentales que superan lo conocido.
Sin saber muy bien quién es el que atesora tales habilidades, y circunscrita la cuota de ciencia-ficción al hecho de que hay un personaje que las posee, la cinta mueve su metraje ajustándose mucho más a los patrones del thriller que a aquellos que tienen que ver con este ciclo, discurriendo toda la cinta como una larga persecución en la que el personaje de Hamilton intenta dar con pistas que lo lleven al hallazgo del culpable de las muertes que se van sucediendo a su alrededor de formas más que misteriosas.
Con todo, y aún considerando que la dirección en términos generales no pasa de cumplir sin muchas estridencias —esa secuencia de una alocada fiesta a la que hacia referencia más arriba— resultan estimables ciertos momentos aislados en los que la componente del género propiamente dicho hace su aparición. Entre ellos destaca, qué duda cabe, aquél en el que la cámara sigue a Hamilton mientras tiene aparentes alucinaciones con juguetes y señales de tráfico y que termina en un tiovivo, o ese puntual en el que dicho personaje parece romper la cuarta pared al reaccionar alarmado ante la potencial amenaza que se deriva del uso del címbalo húngaro, el instrumento musical que Rozsa ha ido utilizando para destacar las amenazas que se ciernen sobre los protagonistas.
Con alguna que otra escena más que añadir a las virtudes del filme —que, eso sí, tiene un espléndido sentido del ritmo y no da descanso al espectador en su hora y cuarenta y ocho minutos—, 'El poder' es, como decía, un filme extraño con un happy ending algo forzado que elimina de un plumazo las consecuencias más lógicas para los personajes que se derivaban de la novela original. Como curiosidad para pasar una noche cualquiera resulta muy válido. Como referente inexcusable de la ciencia-ficción, no tanto.
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