Ciencia-ficción: 'El mundo perdido (Jurassic Park)', de Steven Spielberg

Me mortificaba...me estaba volviendo cada vez más impaciente...provocó que deseara hacer una película con diálogos porque en no pocas ocasiones sentía que lo único que estaba filmando era una cinta muda con rugidos...me encontré diciéndome a mi mismo "¿Esto es todo lo que hay? No es suficiente para mi". (Steven Spielberg)

Cuando algo se hace con desgana, los resultados suelen ser como poco mediocres...cuando no desastrosos. Sacar a colación tamaña obviedad no es más que una consecuencia directa de las palabras de Steven Spielberg que encabezan este párrafo y que afirman, más allá de cualquier otra disquisición, que la poca predisposición inicial con la que el cineasta encaró la muy forzada continuación escrita por Michael Crichton —que cedió a la misma, entre otras cosas, por la presión de los fans— terminó convirtiéndose en un claro desinterés durante la producción de 'El mundo perdido (Jurassic Park)' ('The Lost World: Jurassic Park', 1997).

Un desinterés que quedaba expuesto de forma muy llamativa —si no me falla la memoria— por el hecho de que Spielberg llegó a simultanear la filmación de algunas de las escenas del presente filme con el otro estreno que nos hizo llegar durante 1997, la irregular 'Amistad': mientras estaba en el set de ésta, dirigía a distancia aquella a través de conexiones por satélite con David Koepp, director de segunda unidad y de nuevo guionista de una producción que levantó una expectación como pocas se habían vivido hasta entonces.

'El mundo perdido', más, pero no mejor

Todo en 'El mundo perdido' es más grande: hay más personajes, hay muchísima más acción y, por supuesto, hay muchos más dinosaurios. Vamos, lo que cabría esperar de cualquier secuela que se precie, para qué engañarnos. Ahora bien, como reza el titular, si mucho es lo que en cantidad nos ofrece la cinta, no tanto es lo que a nivel de calidad se consigue, y si el filme funciona a intervalos —pocos— es gracias a los breves fogonazos de maestría que Spielberg imprime a ciertas secuencias.

Ya desde el comienzo, tras un prólogo efectivo pero algo desangelado —que hace que echemos en falta, y cómo, la energía que desprendían aquellos que precedían a las aventuras de cierto arqueólogo con látigo en ristre— la cinta comienza a mostrar la apatía de un director que descuida encuadres, que parece poco apasionado con lo que tiene entre manos y que al prescindir de Cundey y dar paso a los excesos de Janusz Kaminski elimina de raíz uno de los mejores valores que atesoraba la primera entrega de la saga.

Siguiendo los pasos de un guión que apuesta, como decía, por abundar en muchos más personajes y en la aún más odiosa inclusión de la niña de turno —si en la antecesora los niños estaban metidos con calzador aquí se introdujo a presión un elefante en un manguito flotador—, la cinta no tarda mucho en trasladar su acción a la isla Sorna, una antesala del parque montado en la isla Nublar original en la que confluirán los contrapuestos intereses "ecologistas" de la novia de Ian Malcom con los claramente capitalistas del sobrino de John Hammond.

En medio, todo un rosario de protagonistas que levantan poco o ningún interés —¿a alguien le importan los destinos de Richard Schiff y Peter Stormare o lo que hagan o no Vince Vaughn y Julianne Moore?— y que afirman de forma categórica que en lugar de apostar por unos personajes que fueran capaces de sostener por si solos la supuesta aventura épica que aquí se nos pretende vender, las mentes pensantes detrás de la producción se inclinan por unir fases de un videojuego con secuencias de exposición de nulo impacto.

Dicho hilvanado deja al desnudo esa desgana a la que me refería antes, evidencia de forma estridente que la cinta se hubiera beneficiado sobremanera perdiendo por el camino alguna que otra escena completamente prescindible —y me estoy acordando de la muerte de cierto personaje o el "momentazo-clase de gimnasia"— y pone sobre el tapete que cuando el buen Spielberg hace acto de aparición es cuando 'El mundo perdido' da la cara y muestra lo que pudo haber sido y finalmente no fue.

De hecho, en los pocos instantes en los que la cinta brilla con autoridad todo se da la mano para que la sensación de asombro que vivíamos de forma recurrente en su predecesora vuelva a tomar posesión del espectador, ya sea en esa milimétricamente planteada secuencia de la caravana ya en el clímax con el Rex suelto por las calles de San Diego, un doble homenaje tanto al final de 'El mundo perdido' ('The Lost World', Harry Hoyt, 1925) —adaptación de la novela homónima de Arthur Conan Doyle— como a cualquiera de los dos 'King Kong'.

Es en esta segunda secuencia cuando la partitura de un John Williams que prescinde casi por completo de referencias a su trabajo para la primera parte luce sus mejores galas —el mejor tema que el compositor escribió para la cinta se quedó para su disfrute exclusivo en la edición en cd— y cuando ese sentido de la aventura plena logra traspasar realmente la pantalla. El problema es que ya es tarde para poder recuperar el favor de un respetable que ha asistido más o menos impávido a un despliegue impecable en lo técnico pero falto por completo de alma. Y aún habrá sitio para tocar fondo...

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