‘El monstruo de tiempos remotos’ (‘The Beast from 20,000 Fathoms’, Eugène Louiré, 1953) es el film al que debemos la fiebre Godzilla, por así llamarla. El conocido film japonés, obra de Ishirô Onda, se inspiró en el estadounidense cuando el mismo se estrenó en Japón y obtuvo un éxito espectacular. No obstante, la idea de la película de Lourié vino del reestreno del mítico film ‘King-Kong’ (id, Merian C. Cooper, Ernest B. Shoedsack, 1933) en 1952, obteniendo un gran éxito de nuevo.
El film coge un relato corto del gran Ray Bradbury, y supuso uno de los primeros trabajos en el campo de los efectos visuales por parte de Ray Harryhausen, quien concretamente se encargó de dar vida al monstruo, un dinosaurio dormido en el Polo Norte, y despertado a causa de pruebas atómicas, clara denuncia en aquellos años al uso de la energía atómica y los terrores que puede provocar en la humanidad. No obstante, el film de Lourié no pretende más que entretener como el espectáculo que es.
En aquellos años, la ciencia-ficción, con sus argumentos tan locos y atrevidos, era un género muy popular y admirado. La serie B, con sus limitados presupuestos, pero gran imaginación, llegaba a lugares a los que otro género no había sido capaz de llegar, ofreciendo diversión, espectáculo y terror a partes iguales. ‘El monstruo de tiempos remotos’ da comienzo en el Polo Norte, donde un científico será testigo de la existencia de un gran dinosaurio, presumiblemente ya extinguido. Nadie le creerá, hasta que el monstruo decide visitar la civilización.
El film sigue un esquema muy clásico, utilizado hasta la saciedad en películas posteriores ya hasta día de hoy. Primer avistamiento del monstruo, y luego apariciones dosificadas, con mayor o menor acierto, hasta el clímax final, en el que ya se da rienda suelta a las posibilidades del relato y el monstruo luce en todo su esplendor, que mirándolo con perspectiva está claro que atesora un gran encanto, a pesar de esos inanes primeros planos en los que la criatura evidencia su ficción.
Harryhausen, imaginación
Pero si en el cine posterior del género se trabajó y perfeccionó más ese esquema –podríamos poner como más claro ejemplo ‘Tiburón’ (‘Jaws’, Stven Spielberg, 1975)− en el film de Lourié el interés decae sobremanera en su tramo medio, y está lleno de ingenuidades, típicas de la época, que si bien son cosas que hay que mirar con perspectiva, alguna resulta demasiado escandalosa como para justificarla así. La lógica utilizada por el personaje central para convencer a un profesor de que lo que ha visto existe, raya curiosamente lo ilógico.
Dicho apunte en el guion, como otros hay, no es más que un elemento de relleno que intenta hacer avanzar la película hacia la esperada aparición final el monstruo, en plena ciudad de New York. El argumento se hace realmente interesante en las secuencias donde aparece el dinosaurio, en las que incluso mejora la puesta en escena de Lourié –director artístico que trabajó en títulos muy conocidos durante cuatro décadas−. Entre ellas destaca aquella en la que el monstruo destruye un faro, y que fue escrita por el propio Bradbury, a petición de los productores, cuando visitó a su amigo Harryausen durante el rodaje.
Es precisamente el trabajo de Harryhausen lo que ha hecho permanecer ‘El monstruo de tiempos remotos’ en la historia del cine conocida. El encanto, adquirido por el paso del tiempo, de los efectos visuales artesanales que daban forma, y vida, a la fantasía de un escritor magnífico que poseía la característica indispensable para el género: imaginación.
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