Comencemos, como he hecho alguna vez que otra, por tirar de recuerdos de niñez. En 1985 servidor se disponía a cambiar de década con una onomástica que, como llevaba pasando desde que dos años antes me regalaran mi primer reproductor de video, iba a celebrar con sus dos o tres mejores amigos del colegio en el salón de casa de sus padres compartiendo con aquéllos una tarde de chucherías y cine en formato doméstico —sí, sé lo que estáis pensando, que tiene bemoles que un niño de diez años celebrara así su cumpleaños, pero qué queréis que os diga, yo me lo pasaba bomba.
Dos iban a ser las seleccionadas para amenizar aquél 22 de noviembre que, en cierto sentido, sería un primer paso hacia todo un mundo hasta aquél entonces desconocido: 'Lady Halcón' ('Ladyhawke', Richard Donner, 1985) y 'Dune' (id, David Lynch, 1984) un filme éste que no había podido ver en el cine por ser "muy pequeño" pero que logré pasar bajo el radar de mis progenitores. Vista la primera bajo la constante crítica de unos amigos que no eran capaces de apreciar lo maravilloso de la historia rodada por Donner, fue con la segunda con la que los "eché" antes de lo previsto, quedándome yo absorto ante un filme que, más allá de lo imposible de su completo entendimiento, me fascinó.
Poco podía imaginar aquél niño que ambas cintas, cada una en sus muy diferentes ámbitos, jugarían papeles determinantes en el cinéfilo en ciernes que ya era. La una por encerrar una poderosa magia, la otra por abrir tempranos ojos a un cine al que, por edad, todavía no debía tener acceso, tanto 'Lady Halcón' como 'Dune' son títulos de referencia obligada cuando servidor hace repaso por las películas que marcaron mi tránsito por esa maravillosa década que fue los años ochenta y se refiere a ellas, junto a otras muchas, como dos de las "películas de mi vida".
El infierno hecho adaptación
Acotado de forma estricta al mero hecho cinematográfico, tendrían que pasar muchos años —y no pocos visionados— para que el que esto suscribe accediera a la larga y compleja historia que desembocó en la puesta en pie por parte de Dino De Laurentiis de la producción de 'Dune', una producción que antes de la que hoy nos ocupa ya había conocido una breve tentativa que se vio truncada por la muerte de Arthur P.Jacobs, el productor que había adquirido los derechos de adaptación; y otra, mucho más amplia, de la mano del ecléctico Alejandro Jodorowsky.
El chileno, que habría servido de director de un proyecto que siempre se ha antojado como apasionante por los nombres que en él iban a estar implicados, no era más que una pieza en un complejo rompecabezas en el que también se metieron de lleno H.R.Giger, Moebius y Dan O'Bannon en el equipo creativo e intérpretes de toda índole que iban desde nuestro Dalí, encarnando al Emperador Shadam IV, hasta Orson Welles, Udo Kier, Mick Jagger, David Carradine o la mismísima Gloria Swanson.
Explicado con todo lujo de detalles en ese apasionante documental que es 'Jodorowsky's Dune' (id, Fran Pavich, 2013), que la ambiciosa producción de la novela de Frank Herbert por parte del psicomago sudamericano no llegara a buen término se debió, según el artista, al sabotaje directo de "Hollywood en un filme que era francés y no estadounidense". Curiosamente, como bien han hecho notar muchos artículos que han versado sobre el tema desde entonces, mucho de lo que hubiera terminado siendo el estilo visual de 'Dune', influenció sobremanera a la ciencia-ficción posterior con 'Alien, el octavo pasajero' ('Alien', Ridley Scott, 1979) a la cabeza.
Tras la debacle de un proyecto que, según recuerda el propio Herbert, habría llegado a alcanzar las catorce horas de duración (sic), aparece Dino De Laurentiis en el primero de los dos intentos que el legendario —y temido— productor italiano llegaría a acometer sobre la compleja novela. Un intento que habría contado con Ridley Scott como director pero que, de nuevo, se vio suspendida por la lentitud con la que el productor estaba llevando a cabo su trabajo y por la trágica muerte del hermano mayor del director debido a un inesperado cáncer.
Scott terminaría emigrando a las más verdes costas de 'Blade Runner' (id, 1982) y De Laurentiis, con la expiración de derechos pisándole los talones, optaría hacer caso a su hija y aproximarse al responsable de 'El hombre elefante' ('The Elephant Man', David Lynch, 1980), un David Lynch al que le ofrecerían ese mismo año encargarse de la tercera entrega de cierta trilogía galáctica y que, rechazando inmiscuirse en los designios de Lucas, optaría por un filme de un género que nunca le había interesado para trasladar una novela que no se había leído. Mucho habría de arrepentirse el singular cineasta de tal decisión.
Y no tanto por haber dejado de lado la oportunidad de firmar 'El retorno del jedi' ('Star Wars: Episode VI - Return of the Jedi', Richard Marquand, 1983) —sólo Dios sabe lo que habría salido de tan imposible encuentro— sino porque a día de hoy, treinta y cinco años después y con muchas ofertas desde entonces sobre la mesa para remontar en condiciones la cinta, Lynch sigue sin querer saber nada de una producción que fue un auténtico calvario de injerencias por parte de los Laurentiis, negándose incluso a hablar de ella en cualquiera de las entrevistas que concede con motivo de sus nuevas propuestas cinematográficas.
'Dune', Lynch-terruptus
No hay duda, viendo la única versión atribuible a Lynch —circulan por ahí dos montajes de más duración que metían tomas descartadas, planos repetidos y toda clase de historias, e incluso uno bastante interesante de tres horas editado por un fan del filme— de que si padre e hija Laurentiis hubieran dejado al cineasta hacer lo que tenía planeado, en lugar de estar hablando de un filme de culto cuya repercusión en la taquilla fue muy limitada, lo haríamos de la primera parte de una saga de títulos que habrían trasladado de forma bastante fidedigna la vasta complejidad de las cientos de páginas que componen el cosmos imaginado por Herbert.
Y si no la hay —duda, quiero decir— es porque mucho podemos encontrar en los 137 minutos del montaje que se estrenó en 1984 que, con el inequívoco sello del cineasta, planteaba ilimitadas posibilidades para que se hubiera dado continuidad a la historia de Paul Atreides, el joven destinado a convertirse en el ser supremo del universo, y sus luchas contra los Harkonnen y el poder del emperador desde las áridas tierras desérticas de Arrakis, el planeta también conocido como Dune.
Desafortunadamente, como decíamos, el taquillaje y las pésimas críticas que la cinta recibió desde su estreno impidieron que la historia continuara y hoy nos queda el poder asomarnos a un filme inequívocamente "roto" que, no obstante, alberga suficientes valores como para reivindicarlo como uno de los títulos más singulares de la ciencia-ficción de los ochenta y, por qué no, de la totalidad de lo que el género nos ha ido legando desde los albores del séptimo arte.
Entre esas cualidades, cabrían destacar lo fastuoso de un nivel de producción que supo exprimir al máximo el presupuesto de 40 millones con el que se rodó la cinta —un presupuesto que, si dio para tanto, fue por el "truco" de trasladar la filmación íntegra de la cinta a México—; una banda sonora fascinante obra de Toto que se aparta de forma consciente del sonido sinfónico asociado a las epopeyas galácticas de la época para optar por ecos marcadamente electrónicos; un reparto muy efectivo y variado que si no luce mejor es por mano directa de lo atribulado del montaje final y, por supuesto, por la dirección de Lynch.
El cineasta, que también se encargo de un guión que llegaría a pasar por cinco borradores diferentes, aporta a 'Dune' esa cualidad alucinógena que siempre ha estado presente en su cine y que, potenciada aquí por el vocabulario extraído de las páginas de la novela —en los pases iniciales del filme se llegó a dar al público un pequeño díptico con la explicación de los términos más extraños—, encuentra su mejor exponente en todas las voces en off añadidas por la necesidad de aclarar al público innumerables cuestiones que se quedaron en la mesa de montaje cuando las tres horas iniciales pretendidas por Lynch tuvieron que ser reducidas drásticamente a petición de Universal.
Ello terminó redundando, qué duda cabe, en que la experiencia de ver 'Dune' adquiriera tintes de una complejidad que, probablemente, existiría en el montaje inicial pero no con tantísima potencia como lo hace en el final. Con todo, y como apuntaba antes, la fusión de los diferentes apartados de la cinta ofrece al amante del género momentos imborrables que capturan de forma precisa la febril imaginación de Herbert, ya sea, por ejemplo, en la secuencia en la que el navegante pliega el espacio, ya en aquellas en las que se nos muestra Giedi Prime —el tecnificado planeta de los Harkonnen— ya, por supuesto, en la épica indiscutible que acompaña a la historia de Paul.
Encarnado por un novato y aún así muy convincente Kyle MacLachlan, no cabe duda de que cuando la cinta se centra en el futuro Kwisatz Haderach —una expresión que en hebreo significa "saltar el camino"— es cuando gana en interés, sobre todo en aquello que tiene que ver con la relación de éste con los Fremen, el entrenamiento en los modos sobrenaturales y, por supuesto, el control sobre los gigantescos gusanos de arena del planeta desierto, unas criaturas de gargantuescas proporciones diseñadas con su habitual genio por el gran Carlo Rambaldi.
Dieciséis años después del estreno del filme, la cadena Sci-fi haría una versión mucho más fidedigna al texto en una miniserie de casi cinco horas que podía permitirse explicar mejor todo el complejo entramado de intereses políticos y connotaciones filosófico-religiosas que dimanan del texto original. Y sí, era mucho más espectacular —obvio, dados los medios informáticos de hace tres lustros en comparación con los de hace seis— pero para aquellos que la descubrimos a mediados de los ochenta, cuando oímos 'Dune' sólo podemos pensar en el 'Dune' de David Lynch.
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