Consagración definitiva de George Pal en el mundo de la ciencia-ficción tan sólo un año después del estreno de 'Con destino a la Luna' ('Destination Moon', Irving Pilcher, 1950), al hablar de 'Cuando los mundos chocan' ('When worlds collide', Rudolph Maté, 1951) sería muy sencillo hacerlo en términos similares a los que usé para referirme al primer filme que el cineasta húngaro produjo en Estados Unidos aunque no en los mismos que mi compañero Alberto exponía al hablar de 'La conquista del espacio' (‘The Conquest of Space’, Byron Haskin, 1955).
Muchas son las similitudes que encontramos aquí entre los dos primeros filmes, pero el que más llama la atención por encima de otros es lo mal que ese implacable juez llamado tiempo ha tratado a una cinta que llegó a hacerse acreedora del Oscar a los Mejores Efectos Visuales en 1952 y que, como le pasaba a 'Con destino a la Luna', evidencia sesenta años después de su estreno el caduco carácter que la ciencia-ficción mediocre —no diré directamente mala, que hay ciertos valores que sí pueden salvarse— siempre ha ido ostentando a lo largo de las décadas, no siendo exclusivo de estos años 50 en los que tantísimo se produjo de cara al género.
La voluntad de Pal de avenir ciencia y religión, tecnología y naturaleza se hace dolorosamente palpable en este filme desde sus primeros planos (atención spoilers): ominosas llamas infernales dan paso a una Biblia en la que se nos muestra, de forma fantasiosa, el momento en que Dios le comunica Noé su decisión de eliminar a la raza humana por medio del diluvio universal. Tamaña declaración de principios sirve para marcar a fuego una cinta que nunca ocultará su vocación cristiana y que irá retomando el discurso bíblico a lo largo y ancho del metraje de muy burdas maneras.
La historia de Noé sirve para dar pie al hallazgo científico de que un planeta, al que se bautiza como Bellus, supondrá el fin de la Tierra cuando su trayectoria de colisión alcance a nuestro planeta. Y al igual que la enseñanza que acompaña al relato bíblico del diluvio, la oportunidad de redención queda abierta cuando se nos dice que Bellus arrastra en su órbita a un planeta que parece ser habitable y en el que la humanidad podrá sobrevivir si aúna esfuerzos y construye naves espaciales que le sirvan de modernas arcas.
Dejando a un lado momentáneamente las concomitancias para con el texto sagrado, no son menos sangrantes aquellas que establece la cinta con 'Con destino a la Luna', y la responsabilidad de salvar a la humanidad de su propia estupidez —una estupidez puesta de manifiesto en la secuencia que tiene lugar en la sede de la O.N.U— queda de nuevo en manos de la iniciativa privada encarnada en un minusválido y amargado multimillonario que sufraga los gastos de construcción del "arca" por motivos meramente egoístas.
De duración escueta —la cinta supera por poco la hora y veinte de metraje—, resulta significativo que el visionado de 'Cuando los mundos chocan' se eternice por momentos, ya sea por mor de los diversos y acartonados "dramas" humanos a los que debemos asistir, puestos en valor por las teatralizadas interpretaciones de todo el elenco, ya debido a la cantidad de tiempo que el relato invierte en mostrar la "interesantísima" construcción de la nave, y sólo es cuando la atención se focaliza en la visualización de los desastres naturales que produce el acercamiento de Bellus cuando el filme gana algo de interés.
Las claras influencias que dichos planos en particular, con esa escueta y decepcionante inundación de Times Square, y el esquema en general de la película tendrá en el cine de catástrofes que Irwin Allen desarrollará un par de décadas más tarde no sirve para valorar de forma más positiva a una cinta que, tocando su tercer y último acto, vuelve a hacerse fuerte en las resonancias religiosas, sustituyendo a Noé por Moisés y convirtiendo a esos elegidos que ocupan la nave espacial —y que resultaron seleccionados por puro azar— en el pueblo de Dios escogido para colonizar la tierra prometida.
Pleno en todo tipo de connotaciones racistas tan propias de la década en la que se produce la cinta —la más alarmante de todas es que al parecer sólo los blancos tienen derecho a subir al arca— el tono religioso que acompaña a los planos finales del desembarco en Zyra ha pasado de ser cuestionable a infumable, y esa nada sutil evocación al génesis con Adán y Eva llegando al paraíso es la gota que colma el vaso de la paciencia del amante del género, que ha tenido que asistir impávido al travestido de un relato de ciencia-ficción en una suerte de panfleto destinado a convencer al respetable de las innumerables ventajas de ser anglo-sajón protestante y, por supuesto, blanco.
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