Ciencia-ficción: 'Brainstorm', de Douglas Trumbull

Responsabilidad de mi compañero Alberto para que dé buena cuenta de ella cuando así lo desee, ese obligatorio repaso a la primera cinta como director del legendario mago de los efectos visuales que fue Douglas Trumbull da paso hoy al correspondiente a su segundo y último filme, una aproximación primitiva al mundo de la realidad virtual que, aún contando con sus treinta y dos años de edad y con problemas que la apartan de la plenitud de formas, se establece hoy como una producción visionaria cuya plausibilidad no ha hecho más que aumentar con el paso del tiempo.

Y es que, ante todo, acercarnos hoy a 'Proyecto Brainstorm' ('Brainstorm', Douglas Trumbull, 1983) es hacerlo a un filme que anticipa mucho de lo que ya se da casi por hecho en torno a una tecnología que el cine ha tratado con desigual acierto y que aquí adquiere visos casi proféticos por más que, como decía, arrastre un par de problemas de envergadura que provocan, en última instancia, el que en lugar de poder citarla como punto de encuentro inexcusable del género, la tengamos en la memoria como un filme simpático con unos espléndidos trucajes visuales.

Jugando a desdibujar

Contar con un reparto encabezado por Christopher Walken, Natalie Wood —en el que sería su último papel para el cine—, Cliff Robertson y Louise Fletcher y desaprovecharlo como aquí se hace es, sin lugar a dudas, el delito más grave de los dos en los que incurre 'Proyecto Brainstorm': la paupérrima definición que se hace de todos ellos sin excepción comienza como una molestia moderada para convertirse en una auténtica traba capaz por sí sola de sacar del visionado hasta al espectador menos exigente.

Flagrante, como digo, en cada uno de los personajes principales, es quizás en Louise Fletcher donde más patente se hace lo mucho que Trumbull desaprovechó la oportunidad de agarrar el guión de Bruce Joel Rubin y darle un par de sacudidas para sacar el partido que merecían los protagonistas: aquí una científica que estudia la creación de un dispositivo capaz de trasladar a aquél que se conecte a él todo un mundo de completas sensaciones vividas previamente por otro usuario, la "enfermera Ratchet" queda reducida a una fumadora compulsiva que enciende un cigarro cada vez que está en pantalla.

Tan malsana costumbre es utilizada por el guión como torpe justificante para plantear el giro argumental clave de una historia que, como suele ocurrir en la práctica totalidad de los guiones firmados por Rubin —a excepción hecha de la chorrada protagonizada por Stuart Little— gira en torno a las obsesiones del escritor por la vida más allá de la vida y las experiencias cercanas a la muerte; unas obsesiones que aquí son puestas en valor de mano de una espléndida secuencia que, por sí sola, casi justificaría acercarse a 'Proyecto Brainstorm'.

'Proyecto Brainstorm', fascinación por lo visual

No tengo ningún interés en rodar otra película en Hollywood...ninguno en absoluto. El negocio del cine está tan jodido que no tengo la energía para invertir tres o cuatro años en una producción. Hacer películas es como librar una guerra. Destruye tu vida personal. La gente que puede sobrevivir al proceso de rodar un filme tiempo ha abandonó su vida privada (...) Y al hacerlo, se aislaron de la audiencia a la que tratan de llegar. (Douglas Trumbull)

Habiendo dado muestras de auténtica genialidad en sus trabajos para esos tres pináculos del género de ciencia-ficción que son '2001: Una odisea en el espacio' ('2001: A Space Odissey', Stanley Kubrick, 1968), 'Encuentros en la tercera fase' ('Close Encounters of the Third Kind', Steven Spielberg, 1977) y 'Blade Runner' (id, Ridley Scott, 1982), y con una primera cinta como director que dejaba claro su potencial tras la cámara, si hay algo que llama poderosamente la atención de 'Proyecto Brainstorm' es precisamente lo que Trumbull pone en juego en el terreno visual.

Para empezar, la cinta se rueda en dos formatos diferentes, uno panorámico de ratio 2.2:1 —filmado en Super Panavisión de 70mm— para todas las escenas en las que se nos muestran las grabaciones de "realidad virtual" y otro recortado de ratio 1.7:1 —en 35mm— para el resto del filme; una decisión ésta que confiere a la película una espléndida personalidad que queda aumentada, no cabe duda, por aquello a lo que asistimos en el momento en el que el personaje de Christopher Walken tiene acceso a la grabación en torno a la que orbita todo el tramo final de acción.

Un tramo final resuelto con extrema torpeza que parece puesto ahí de forma expresa para lucimiento del equipo de efectos visuales; un departamento éste que sorprende por la solidez de una secuencia asombrosa que, junto a la forma en la que se ruedan las tomas de "realidad virtual", se alza como lo mejor de un filme que podría haber funcionado de forma muchísimo más eficiente si su libreto no fallara tan estrepitosamente en, bien conseguir que sintamos cercanos a sus protagonistas, bien en plantear una trama que no llegara a sus últimos minutos completamente deshilachada.

La pésima recepción en taquilla del filme —que sólo llegó a recaudar 10 de los 18 millones invertidos en él— y los incontables problemas que Trumbull se encontró durante un rodaje que fue congelado por la MGM debido a imponderables financieros fueron los motivos fundamentales que llevarían al cineasta a afirmar la cita que podéis encontrar más arriba y a abandonar una carrera tras el objetivo que podría haber dejado algún que otro ejemplo más del talento del artista estadounidense. Una lástima.

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