Por mucho que su tráiler prometa diversión y risas pasadas por el personal filtro del director, hace mucho tiempo que aprendí a no fiarme de los avances de las producciones firmadas por Álex de la Iglesia, tanto como los veintidós años que han transcurrido entre el estreno de hoy de 'Mi gran noche' (id, 2015) y aquél que iniciaba la trayectoria del cineasta bilbaíno en el primer lustro de la década de los noventa. Un 'Acción mutante' (id, 1993) con el que hoy nos adelantamos al normal discurrir del ciclo de ciencia-ficción y que, precedida por aquél genial cortometraje que había sido 'Mirindas asesinas' (id, 1991), iba a servir para prefigurar una gran parte de la idiosincrasia del cineasta.
Rareza dentro del panorama patrio, que de la Iglesia eligiera un producto de un género tan olvidado por la cinematografía española —unas doce son las producciones que podríamos citar pertenecientes a la ciencia-ficción antes del presente título, y no llegan a la veintena las que seguirán a la cinta que hoy nos ocupa— venía a hablar de forma prematura de la fuerte personalidad de un director que a lo largo de las dos décadas que lleva haciendo cine siempre ha nadado a contracorriente tocando palos que van desde la comedia más salvaje al cine de acción, el thriller, la fantasía, el terror y hasta el western.
El cine del exceso
Ya lo apuntaba en el titular que encabezaba la entrada que dediqué hace un par de años a 'Las brujas de Zugarramurdi' (id, 2013): si hay algo que caracteriza, que siempre ha caracterizado, al cine de Álex de la Iglesa eso son los desmedidos excesos en los que el director ha incurrido de forma persistente, aunque con muy diferentes grados, en todos y cada uno de los once filmes que hasta hoy jalonan su trayectoria. Unos excesos que en no pocos momentos han terminado por arruinar lo que era una premisa de partida original y única en el poco agraciado panorama de un cine, el español, que nunca se ha caracterizado —salvo por ejemplos contados— por sus ansias innovadoras.
Como apuntaba más arriba, que 'Acción mutante' prefigure gran parte de la personalidad de Álex de la Iglesia implica, obviamente, que dichos excesos encuentran perfecto acomodo en los ajustados noventa minutos sobre los que se extiende una trama de cine negro montada sobre un vehículo de ciencia-ficción pasado por el filtro de la comedia. Ahí queda eso. Del noir, el director toma prestado un argumento que sigue a un grupo de criminales que, el día de su boda, secuestran a la hija de un importante empresario para solicitar un sustancioso rescate. Del sci-fi, que todo transcurre en un futuro indeterminado marcado por una estética que se mueve entre horteradas sacadas de los ochenta y un claro look post-apocalíptico.
De la mezcla de ambos mundos, surge un improbable híbrido que si no fuera por el vestuario y el maquillaje que lucen algunos de los personajes y por la aparición en medio del espacio de un par de planos de la nave donde viajan los secuestradores, se habría quedado en un muy interesante ejemplo de comedia negra, algo que sí abunda más en la cinematografía española y que, no cabe duda, encuentra en Luis García Berlanga su máximo valedor a lo largo de la historia del séptimo arte en nuestro país.
'Acción mutante', sutileza a cañonazos
Pero lo que le sobraba a Berlanga —y a Rafael Azcona, claro está— todavía le falta aquí a Álex de la Iglesia, y la fina sutileza con la que director y guionista hilvanaban ese elocuente cinismo que tan característico hizo el cine que ambos llegaron a concretar es reemplazada aquí con un humor que juega a disparar con misiles en lugar de utilizar balas de pequeño calibre, dando como resultado una cinta que, al menos en lo que se refiere a capacidad de generar risas en el respetable, cuenta con muchas limitaciones.
Funcionando por acumulación —y, de nuevo, excesos— no es el tratamiento de la comedia ni, por extensión, el del noir o la ciencia-ficción lo que funciona mejor de 'Acción mutante'. De hecho, casi podríamos afirmar que su guión acumula tantos lugares comunes y arquetipos de los diferentes géneros que toca, que nulas son las sorpresas en el devenir de la acción y todo el interés que despierta en última instancia la cinta recae de forma somera en el reparto —del que no sobresale nadie— y en modos más deslumbrantes, en la dirección de Álex de la Iglesia.
Es en ella donde encontramos los mayores motivos para acercarse de nuevo a un filme que en lo que al trabajo de su máximo responsable concierne se mueve en una línea que asume postulados de cinematografías foráneas para hacerlas pasar por el colador del cine español y poder ofrecer así un ecléctico vehículo no exento de fuerza visual. Pecando no obstante de cierto talante errático en el discurso, son la escena del secuestro y el tiroteo final los mejores y más brillantes ejemplos de lo que de la Iglesia propone en esta primera entrega de una manera de rodar películas que podrá gustar más o menos, pero que NUNCA deja indiferente.
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