Nominado a los Oscar a la Mejor Película de Animación, junto con ‘Rango’, la ganadora, ‘El gato con botas’, ‘Kung Fu Panda 2’ y ‘Una gato en París,’ ‘Chico & Rita’ (2010), el film de Fernando Trueba –quien ya tiene un Oscar–, Tono Errando y Javier Mariscal, regresó a las salas de cine tras haber cumplido su ciclo, para aprovechar el tirón de la preselección a los premios de la Academia de Hollywood. Aunque no se haya llevado la estatuilla, ostenta el Goya en la misma categoría y una sarta de galardones de igual prestigio.
El estilo de dibujo es vistoso, la fluidez del movimiento resulta hipnótica y la gama cromática es elegante, así que contemplar minutos de ‘Chico & Rita’ supone una experiencia agradable. Destacaría por encima de otras, las imágenes de cualquiera de las dos grandes ciudades: La Habana y Nueva York. Los planos de vistas de ambas urbes, así como los recorridos en automóvil, que pasan junto a carteles comerciales –el guiño “Hnos. Trueba“– y ambientan el paseo con locales de la época, constituyen el mayor aliciente. Nada de esto es suficiente para sostener, durante el metraje completo, un interés que no deriva del mínimo hilo narrativo. Y la opción tampoco pasa por deleitarse con una sucesión de piezas artísticas aisladas, pues ideas que se prestaban a este lucimiento, como lo es el sueño en el que aparece Bogart, quedan desaprovechadas al ser resueltas con relativa parquedad en comparación con el despliegue que podrían haber supuesto.
‘Chico y Rita’ apenas presenta progresión argumental. El teórico desencuentro que sufren los protagonistas, condenados a llevar existencias paralelas y a no poder jamás comenzar una vida juntos, está justificado sobre rupturas muy endebles, como son los malentendidos, más dignos de una teleserie de humor ramplona que de un film de categoría. La redada tras la que Chico es deportado, si ha sido enviada por el yanqui, podría considerarse el único impedimento válido, pero si es una casualidad más, se sumaría al conjunto de pretextos facilones. La excusa del flashback y la componenda de la resolución le dan un tono complaciente. Aunque estas trabas tuviesen mejor base, los constantes acercamientos y alejamientos entre ellos dos serían escasos para aportar consistencia a un argumento que no se fija en ningún otro elemento para sacarle partido y, en lugar de ello, pasa por encima de cuestiones que lo habrían enriquecido a modo de subtrama, como la Revolución Cubana o la mafia en EE. UU. Se encuentra en este guion simple, que se inicia con algo de humor y en seguida se queda solo en drama, el mayor defecto del musical. Confiados, tal vez, en el poder de las imágenes y de los temas, los autores han decidido que no era importante fundamentar su propuesta sobre una buena historia.
Tal como me temía, la opción estética me pone cuesta arriba entrar en los hechos o sentir cercanía hacia los personajes. Si bien ante otro tipo de animación o de dibujos animados me emociono tanto o más que ante la imagen real, aquí me cuesta acerarme a los sucesos o percibir como verdaderos a los personajes. Eso no se debe solo a la inexpresividad de los rostros ilustrados, sino a que el guion no ha profundizado en las definiciones. Los protagonistas no caen bien, ya que ella, con la voz de Limara Meneses, es demasiado desabrida y él, interpretado por Eman Xor Oña, es un insensato que antepone su orgullo a las sabias decisiones. Un secundario, Ramón Cifuentes, doblado por Mario Guerra, puede ser el que mejor retratado esté. El norteamericano es un cliché, error en el que es mucho más fácil de caer cuando se trata de dibujos, pues el tópico se complementa con la caricatura.
Siento una querencia especial por los boleros y disfruto cuando se cantan los más clásicos, como son algunos de los que se incluyen en ‘Chico y Rita’. Sin embargo, las versiones que ha arreglado Bebo Valdés y que interpreta Claudia Valdés, no se corresponden con la forma de interpretarlos que más podría apreciar. Las actuaciones de monstruos de este género, como Tito Puente, o de los otros que también escogen los creadores, como el Jazz y el Blues, con menciones a músicos como Dizzy Gillespie, quedan asimismo empequeñecidas por los arreglos elegidos. La débil anécdota que vertebra la propuesta podría haber servido como mero pretexto sobre el que situar magníficas actuaciones, lo cual es suficiente en algunos trabajos de Wim Wenders o en anteriores cintas de Trueba, quien comparte esta afición con el cineasta alemán. Como decía, en mi opinión –tan personal como pueda serlo el gusto musical–, la delectación melodiosa no cubre, en este caso, las otras ausencias.
La conclusión parece fácil de extraer: ‘Chico y Rita’, por bonita que sea, resulta tediosa. Aburre porque la historia que cuenta apenas consiste en nada y porque se hace costoso empatizar con los personajes. Intentar verla como film no narrativo, gozando la música y las imágenes no supone, tampoco, una opción, pues las escenas podrían haber sido aún más virtuosas y los arreglos musicales no son, en mi opinión, los que más favorecen a estas canciones.