Quizás no premeditadamente, pero está claro que Nick Antosca, creador y guionista de 'Channel Zero', ha bajado algo el nivel de exigencia al espectador de su notabilísima y aun no suficientemente estimada serie de terror de Syfy en su última temporada. Nos ha brindado la que con diferencia es la entrega menos extrema y desafiante de la serie, aunque eso no impide que siga siendo una de las propuestas más valientes y sugestivas del género en televisión.
El responsable, en esta ocasión, es Pretzel Jack, quizás el mejor monstruo que ha tenido 'Channel Zero' en cualquiera de sus cuatro temporadas, en dura pugna con el niño de la dentera de la primera temporada, y que pese a su potencial icónico (que le llevó a ser un poco el símbolo de la serie durante meses) posee mucho menos carisma que este payaso contorsionista que funciona como una mezcla de Pennywise y la mascota de chicles Boomer. Sin duda se debe a este personaje que esta 'The Dream Door' no sea un sopapo tras otro en la cara del espectador, sino que abrace con más facilidad las reglas del horror tradicional.
Pretzel Jack sale, en realidad, de las fantasías infantiles de una mujer, Jillian (Maria Sten), que acaba de instalarse con su marido en una nueva casa. Una puerta misteriosa aparece de la nada en el sótano y tras ella habita este peculiar mimo macabro, que parece ejecutar con implacable frialdad los deseos más oscuros de Jill. Pronto descubriremos que el vecino de la pareja, Ian (Steven Robertson) parece tener más datos de los esperables sobre esta extraña aparición. Todo ello inspirado, como temporadas anteriores, en un relato creepypasta previo.
La propuesta de esta temporada se acerca a los códigos del slasher (con una rara incursión final en el psycho-thriller) más abiertamente de lo que expresa cualquier otra temporada de 'Channel Zero'. Las anteriores entregas, aunque dejaban bien claras sus referencias (cierto terror indie reciente en la segunda, 'La matanza de Texas' en la tercera), al final eran solo citas remotas y encontraban su propio lenguaje en la atmósfera infernal tan propia de la serie de Antosca. Aquí tenemos persecuciones, asesinos cuchillo en ristre por edificios abandonados, resortes tan habituales en el género como la final girl y su juego de gato y ratón con el asesino...
Eso, por una parte, juega en su contra: 'Channel Zero' cae más de lo deseable en el obvio simbolismo que traen consigo las puertas, símbolo freudiano por excelencia para los recuerdos reprimidos. Para redondear lo complaciente del significado, Antosca llega a plantar frente al espectador un psiquiatra que literalmente explica la metáfora de la serie. No era necesario, y aunque los códigos algo más trabajados de otras temporadas son superiores (especialmente en la tercera, casi un jeroglífico de simbolismos), esta 'Channel Zero' tampoco se lo da todo mascado al espectador.
'Channel Zero: The Dream Door': Entre 'Cabeza borradora' e 'It'
Por suerte, Antosca centra su atención en la impagable presencia física de Pretzel Jack y del resto de los monstruos generados tras las puertas. Entre ellos están unos niños de colores que recuerdan a una versión alucinógena de las criaturas psicogeneradas (el guiño es obvio) de 'Cromosoma 3' de David Cronenberg. Y también está la criatura que enhebra un guiño muy bien traído a 'Cabeza borradora'. Nunca 'Channel Zero' había sido tan referencial, pero lo cierto es que Antosca se mueve cómodamente en ese terreno que pisan los últimos capítulos de la temporada, donde se percibe con más claridad el sello del director E.L. Katz ('Juegos sucios', 'Small Crimes')
Quizás por su influencia, en sus últimos episodios la serie se convierte en un thriller rarísimo, más convencional quizás que la narrativa en espiral de anteriores temporadas, pero con segmentos divertidísimos, como las persecuciones a zancadas y cámara lenta por una urbanización vacía o la aparición de nuevos villanos que nos llevan ya directamente a territorios depalmianos. Pero en general, 'Channel Zero: The Dream Door' no pierde nunca esa lógica de pesadilla donde los personajes se mueven como hipnotizados, llegan a conclusiones arbitrarias y toman decisiones impulsivas e inesperadas.
Además, volvemos al mundo (y los dilemas) adultos de la primera temporada, después de un par de historias centradas en personajes juveniles, con dilemas propios de esa edad. Aquí tenemos crisis de pareja, traumas psicológicos y dudas sobre la propia descendencia (con ese giro neocárnico en el que no se profundiza, pero que brinda algunas de las mejores imágenes a la temporada). La bienvenida presencia de la mítica scream-queen Barbara Crampton es la guinda para la entrega menos críptica de la serie, pero que aún puede presumir de brindarnos extraordinarios momentos de horror onírico.
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