La nueva versión de 'Cementerio de animales' lo tenía fácil para enhebrar una propuesta digna y efectiva: intentar mantenerse relativamente fiel al libro original, uno de los más directos y macabros de Stephen King. Una ficción tan negra y excesiva para la época que por consejo de la mujer y el agente de King, permaneció seis años en un cajón hasta que decidió entregarla para rematar un contrato. Se trata de un novela breve, oscura y sencilla de adaptar: un solo escenario, pocos personajes y escasas disgresiones de la trama principal.
Esta nueva versión de 'Cementerio de animales', además, viene firmada por unos cuantos nombres con experiencia en el género: el guionista Jeff Buhler (responsable de la estupenda 'El vagón de la muerte' y de la reciente y más bien floja 'The Prodigy', así como creador de la mediocrilla serie 'Nightflyers') y los directores Kevin Kölsch y Dennis Widmyer (que habían firmado unas cuantas películas menores de género, como la simpática 'Starry Eyes' y 'Absence'). Todos ellos demuestran cierta sensibilidad afín a los tropos del terror más abrupto y seco, lo que sin duda le sienta bien al film, y conecta con la novela original.
Sin embargo, la sensación es de cierta desgana general, o quizás de no haber sabido aprovechar la atractiva abstracción de las reflexiones sobre la muerte del original, o la posibilidad de insertar cambios sorprendentes en el conjunto. De hecho, algunos de esos cambios están entre los detalles que más chirrían, empezando por la procesión de niños ataviados con máscaras que se adivina importante por trailers y carteles, pero que no es más que un guiño nada más empezar la película al folk horror de moda.
En casi todo lo demás y salvo algún detalle que no desvelaremos aquí, la película permanece fiel a las líneas argumentales de la novela, esencialmente una regurgitación del clasiquísimo relato de W. W. Jacobs 'La pata de mono': una familia compuesta por un matrimonio (Jason Clarke, Amy Seimetz) y un par de niños (ella, Jeté Laurence, de increíble parecido con la Drew Barrymore infantil que tan vinculada estuvo a King en los ochenta) se instala en una casa ubicada cerca de un cementerio de animales. Cuando el gato de la familia muere en un accidente, un misterioso vecino (John Lithgow) ayuda a resucitarlo acudiendo a una vieja magia indígena. Pero pronto la familia se ve sumida en una espiral inevitable de muerte.
'Cementerio de animales': morbosidad a medio gas
El problema esencial de 'Cementerio de animales' está en que quizás vivamos tiempos menos crudos que en los ochenta. O quizás, relacionado con ello, las películas de terror, pese al brillante momento creativo que atraviesan en términos generales, tengan que vestirse con esquemas más reconocibles para el público, paradójicamente para que este se sienta "cómodo" con lo que ve. El caso es que tanto en la novela original como en la estupenda adaptación de Mary Lambert -que justo ahora cumple treinta años- hay una ominosa sensación de muerte constante, flotando en el ambiente, que aquí desaparece. Es una sensación que los originales plantean a través de una atmósfera más mundana, más cotidiana, con ese costumbrismo mórbido de algunos personajes secundarios tan de King, y que aquí desaparecen. Allí no se sentía la necesidad de establecer reglas "mágicas" para justificar algo tan arraigado a toda cultura como es que a los muertos hay que dejarlos descansar.
Es decir, la nueva 'Cementerio de animales' es menos corrosiva, menos atrevida: los mazazos de humor negro de la película precedente (con un espectro con la sesera literalmente colgando), se suavizan aquí para que no se resquebraje el tono solemne de la película. Y la versión 2019, sin percatarse de que nos está contando una historia grotesca y excesiva, propone alternativas similares a la película de 1989 en la forma (el espectro de mal agüero) pero absolutamente prescindibles en el fondo.
También en su esquema narrativo es más conservadora, y por ello intercala un poco por compromiso sustos y escenas de tensión algo mecánicas, que obligan a incrementar los flashbacks traumáticos de la madre con su hermana difunta y enferma. El resultado de esas escenas no desmerece, pero -de nuevo- carecen del tono histérico de la anterior adaptación, y parecen diseñadas con escuadra y cartabón.
Porque al final, esa es la impresión con todos sus elementos en una película contra la que, en realidad, no se pueden blandir pegas serias. Hay cierto trabajo de atmósfera muy potente en el cementerio de animales (aunque se pierde la idea de la espiral, y la zona india es infinitamente superior en la versión de Lambert). Y el personaje del vecino nos presenta a un Lightgow muy entonado y que salva, gracias a que se dedica más atención a su relación con la familia protagonista, uno de los principales escollos de credibilidad de la historia original.
El gato Church es estupendo, el hermano pequeño hace olvidar al horrendo actor infantil de la versión Lambert, hay planos que generan cierta atmósfera turbia y salvo un tramo final que será discutido (pero para el que no tengo pegas: creo que abraza el espíritu marranazo y punk-rock del King de los ochenta), todo está más o menos en su sitio. Funciona y hasta se permite ocasionales guiños meta a la versión de hace treinta años. Pero hay algo del espíritu transgresor que se ha quedado por el camino y cuyo mejor símbolo es la versión de Starcrawler de la mítica 'Pet Sematary' de los Ramones. Funciona, es fiel, no chirría, pero quién sabe si realmente era necesaria.
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