‘Cell’ (íd., 2016) es la cuarta película de Tod Williams en casi veinte años. En todo ese tiempo se ha pasado del drama al género del terror con la presente y la infumable ‘Paranormal Activity 2’ (íd., 2010). El último trabajo de Williams, que se ha estrenado en VOD en diversos lugares, parte de una novela de Stephen King, de sobra conocido por todo amante del fantástico y el terror. El escritor de Maine ha participado también en el guión, al lado de Adam Alleca.
La idea que navega por la película, la de los móviles conectándonos a todos como una única gran masa que actúa al unísono, convirtiéndonos en una especie de zombies, no puede ser más actual. Las nuevas tecnologías, que se supone están hechas para facilitarnos el trabajo, para economizar tiempo en operaciones como la comunicación, en realidad se convierte en una jaula sin barrotes físicos, sino mentales. De ahí al terror sólo hay un paso, y es lo que se narra en ‘Cell’, aunque el resultado sea bastante desconcertante.
John Cusack, que debe ser el actor estadounidense más prolífico en la actualidad —aunque más de la mitad de sus trabajos no lleguen a circuitos comerciales “normales”—, al lado de Nicolas Cage, Bruce Willis o Samuel L. Jackson, da vida a Clay, un dibujante de cómics, separado y pasando por una mala época —suelen ir de la mano, si eres un fracasado, nadie con dos dedos de frente va a estar a tu lado—, se ve inmerso en un estallido de violencia por parte de todo aquel que está utilizando un móvil.
Infectados en antena
Samuel L. Jackson, que debe ser el actor estadounidense más prolífico en la actualidad, al lado de Nicolas Cage, Bruce Willis y John Cusack, se topará con Clay y juntos intentarán sobrevivir a lo que parece una nueva epidemia cinematográfica de infectados. Desde ese punto, el film navega por todos los previsibles puertos en los que puede atracar: la pérdida dura de uno del grupo, el encierro a lo Howard Hakws, el viaje hacia un lugar que significa esperanza, etc. Mientras la naturaleza humana va mutando, evolucionando.
Así lo sentencia sin ningún tipo de duda el personaje al que da vida un breve Brian Cox, probablemente la parte más desconcertante del film, que además adolece de ciertos problemas de ritmo, concretamente en el uso de las elipsis. Posee ese tramo una de las imágenes más perturbadoras del fantastique, aquella que reúne a miles de “infectados” agrupados en un estadio a punto de correr una calurosa suerte. Ideas visuales como esa escasean en el film, que según avanza pierde interés y contundencia.
Quizá porque Williams jamás aporta fuerza, o personalidad, a la puesta en escena, que por cierto maneja el formato scope con total arbitrariedad, únicamente porque parece lucir más, quizá porque el guión va desintegrándose poco a poco, a la par que entra, en su tramo final, en lo más confuso, apartándose de la siempre bien recibida ambivalencia que el buen fantástico posee. El buen planteamiento de su premisa, de infinitas y terroríficas posiblidades, se desvanece incluso cuando quiere tirar de la poesía, de la trascendencia. La metáfora convertida en subrayado.
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