‘Castillo de arena’ (‘Sand Castle’, Fernando Coimbra, 2017) es la última producción cinematográfica de Netflix, estrenada, cómo no, en la plataforma que a base de sistemas de votación dudosos recomienda a sus abonados cada uno de sus productos —en mi caso falla siempre—, mientras aumenta considerablemente su catálogo —el de cine clásico deja bastante que desear, supongo que por desconocimiento—, y apuesta con fuerza por sus propias películas, algunas realmente interesantes.
También, como el caso que nos ocupa, se hacen con los derechos de distribución de ciertos films, que por una u otra razón no encuentran, o no quieren —debido a lógicos y coherentes motivos de producción— un estreno en salas de cine. Hasta que nos lleguen las miradas de directores tan personales, y diferentes, como David Ayer, Bong Joon-ho o Martin Scorsese, tenemos que conformarnos con films tan poco personales como el que nos ocupa, que convierte un hecho real en un soberano aburrimiento.
‘Castillo de arena’ recoge un hecho real acaecido en Irak en el 2003, cuando el guionista del film, Chris Roessner, servía como soldado y vio ‘Platton’ (íd., Oliver Stone, 1986), film que navega continuamente por el trabajo de Fernando Coimbra. Si en aquélla el personaje de Charlie Sheen era el punto de vista —un novato que descubre los horrores de la guerra—, aquí dicho peso recae sobre el rol de Nicholas Hoult, en un personaje con demasiadas similitudes con el de Sheen, y al igual que aquél con poca experiencia dramática a sus espaldas.
Hoult da vida a lo que muchos llamarían un cobarde, un soldado que, para no ser enviado a misiones peligrosas, se autolesiona la mano. Enviado junto a su batallón para arreglar la distribución de agua en una región, se encontrarán frente a un enemigo invisible que nos les quiere allí. El eco lejano de ‘Blak Hawk derribado’ (‘Black Hawk Down’, Ridley Scott, 2001) se oye también en el film, pero ‘Castillo de arena’ está en las antípodas de un film tan frenético como el de Scott; podríamos decir que es su reverso.
Totalmente desaprovechada
El film se pasa más de una hora presentando personajes, todos ellos clichés sin ningún tipo de dibujo dramático, sin interés, al igual que las situaciones, pareciendo un retrato, bastante aburrido, de cómo es la vida del soldado estadounidense en Irak. Cuando nos damos cuenta de que las presencias de Henry Cavill y Glen Powell, que parecen salidos de una película de Michael Bay, son meramente anecdóticas, pasamos a centrarnos en los de Hoult y Logan Marshall-Green, probablemente lo mejor de la función. El clon pequeño de Tom Hardy merece mejor suerte.
Pasada la hora de metraje ‘Castillo de arena’ presenta su primera situación con algo de interés. La incursión del equipo americano en terreno hostil en la que Coimbra acierta con uno de los pocos elementos interesantes del film: jamás vemos la cara del enemigo. El horror de un conflicto bélico, de primera línea de combate, el miedo y el desconcierto reflejados a través de ese enemigo invisible. La secuencia de la incursión es, de lejos, la mejor de un film que, desgraciadamente, a esa atura, ha dejado de interesar.
Ni siquiera es aprovechado el mejor apunte de la historia, aquel que aboga por el entendimiento en tiempos de guerra. Mientras que los soldados americanos no son queridos por buena parte de los iraquíes, y lo hace sin hacer ningún tipo de discurso político, otros les ayudan a un bien común que traerá de vuelta al lugar un elemento tan básico como el agua.
Coimbra intenta dar algo de dinamismo al conjunto con el uso de una cámara en movimiento, tirando de pequeños planos secuencia. Afortunadamente no estamos ante uno de esos films mareantes en los que perdemos la ubicación, pero no es suficiente. Dinero —el de ellos— y tiempo —el nuestro— mal gastado.
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