Tal como comenté el día de su estreno, soy incapaz de perderme una película de Woody Allen, a pesar, como en este caso, de que venga acompañada de un buen número de malas críticas, incluida la de mi compañera Beatriz que a punto estuvo de hacerme desistir del intento.
De la filmografía del director siempre he preferido su faceta más cómica, así que entre unas cosas y otras ayer acudí a ver Cassandra’s Dream con muy pocas esperanzas (¡Mujer de poca fe!), y me llevé una de las mejores sorpresas del año.
La definición más adecuada del resultado de la penúltima película de Woody Allen la dio ayer en su crítica mi compañero Chico Viejo: “Dan ganas de llorar de lo brutal que es”. (Crítica con la que por cierto estoy totalmente de acuerdo, así que en la medida de lo posible intentaré no repetirme).
Pero lo de las ganas de llorar no es en sentido metafórico, no, la historia está tan bien contada e interpretada, es tan palpable, humana y sobrecogedora que cuando acabó tenía la garganta hecha un nudo, y la cabeza en una nube por la impresionante obra maestra que acababa de contemplar.
Algo que hace que me resulte totalmente incomprensible su mala acogida, sobretodo teniendo en cuenta que es una vuelta de tuerca más (y mejor) de la exitosa y también estupenda Match Point.
Si el film protagonizado por Scarlett Johansson y Jonathan Rhys-Meyers encontraba en su final la muerte, en Cassandra’s Dream el crimen se cruza en la vida de los protagonistas y lo ocupa todo, antes y después de suceder.
Personajes normales y corrientes, a los que se les propone algo tan inusual como cometer un asesinato, y que nos obligan a plantearnos en muchas situaciones qué hubiéramos hecho nosotros.
Durante la presentación del film en el pasado Festival de Venecia Allen declaró lo siguiente:
Siempre quise ser un escritor trágico, pero cuando era joven me salían sólo chistes. Ahora que estoy mayor me puedo permitir escribir tragedias
"Cassandra’s Dream" es la confirmación de que no sólo se lo puede permitir, sino que a través de un esquema sencillo pero profundo, consigue ahondar en los rincones más oscuros del alma, como pocos saben hacerlo.
Un guión impecable, la cuidada selección de los escenarios, una fotografía cautivadora y una banda sonora encajada perfectamente con los acontencimientos, forman un cóctel de ingredientes que redondean los magníficos trabajos de Ewan McGregor y Colin Farrell.
La suerte, el destino, las dudas morales, la angustia, la tensión, la pasión sexual, la ambición, la culpabilidad, el poder, y la búsqueda de los propios límites, quedan reflejados en la evolución de los dos hermanos protagonistas, que en ocasiones logran arrancarnos una sonrisa con su comprensible torpeza, pero que en la mayor parte del tiempo nos mantienen en vilo, por lo que les va a pasar.
Al igual que sucede según la mitología griega con el Síndrome de Casandra, los espectadores vemos el futuro que les espera, pero no podemos hacer nada por evitarlo.
Esto podría confundirse con una falta de originalidad, o con un guión previsible, pero es precisamente en esa certera imposibilidad por que las cosas ocurran de otra forma, donde nos damos cuenta de la dimensión, la universalidad y la negrura de esta tragedia.
Por supuesto también de su arte, para el que Woody Allen ha demostrado tener tanto o más talento que para la comedia.
Y si eso no es ser un genio, yo me bajo del mundo oiga.