Han pasado 22 años desde el estreno de ‘La buena vida’, la ópera prima de David Trueba para la que contó con un reparto liderado por Lucía Jiménez y Fernando Ramallo, debutantes por aquel entonces. Ahora el responsable de títulos como ‘Soldados de Salamina’ o ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’ ha querido reencontrarse con los dos personajes interpretados en su momento por Jiménez y Ramallo para ver cómo ha cambiado su vida desde entonces.
Cada vez es más habitual que los autores de ciertas películas quieran volver sobre sus protagonistas una vez ha pasado un tiempo, pero suele ser en títulos que han gozado de un mayor impacto que ‘La buena vida’, vista por poco más de 12.000 espectadores en su momento 224.000 espectadores. Supongo que en ella hay algo de capricho de Trueba pero lo importante es que el resultado es estimable y justifica volver con dos personajes de los que quizá ya nos habíamos olvidado.
Historias mínimas
Es evidente que todos vamos cambiando con el paso del tiempo .hay excepciones que intentan agarrarse a determinados momentos de su vida y la cosa no suele acabar bien para ellos- y que el salto de encontrarnos con un par de adolescentes a dos personas ya adultas rozando la cuarentena iba a ser notable. Trueba opta por potenciar al máximo los diálogos entre los dos protagonistas para mostrarnos ese cambio pero también esa conexión que aún existe entre ambos.
Una improvisada gira musical del personaje interpretado por Jiménez, quien formó parte en su momento de un grupo de cierto éxito pero que ya ha dejado casi totalmente de lado los escenarios, que organiza él es la excusa perfecta para que ambos vuelvan a verse y charlen sin parar como si nada hubiese cambiado aunque ellos son conscientes en todo momento de que no es el caso, aunque aborden eso de formas distintas.
Ahí hay un puntito de amargura en el que Trueba nunca incide demasiado -lo más parecido es el detalle recurrente de que ella se niegue en varias ocasiones a interpretar cierta canción de su repertorio- pero que da otro aire tanto a la amistad que le une como a la situación vital por la que pasan ambos. No lo llamaría desencanto y tampoco lo achacaría a esa indefinida madurez. Simplemente son distintos y la química entre ambos sigue ahí pero ha cambiado.
Ese viaje con fecha de caducidad -aquí no hay realmente un destino, sino el hecho de que la gira acaba y ella volverá a su casa- permite a Trueba mostrar la cercanía que hay entre ambos, oponer su evolución vital, recordar en situaciones puntuales y desviarse lo mínimo posible el uno del otro. Apenas hay otros personajes con algún tipo de relevancia y lo cierto es que todo funciona mejor cuando se centra simplemente en ellos dos.
Luces y sombras de 'Casi 40'
Lo que está claro es que Trueba busca potenciar al máximo la naturalidad en las charlas entre ambos y ahí el resultado no es siempre igual de satisfactorio. Entiendo que se le quiera dar más calado a los personajes y que hasta cierto punto se puedan achacar sus expresiones a los golpes que les ha ido dando la vida y de los que solamente sabemos lo que quieren compartir con nosotros, pero había ocasiones en las que les oía hablar y me sonaba todo demasiado preparado para conseguir el efecto buscado.
Esa molestia la achaco no a una posición de superioridad de Trueba respecto a sus personajes, pero sí a una forma de entender la normalidad por su parte algo afectada por su intelectualidad. Eso es algo que ya me sucedí en ‘Madrid, 1987’, pero al menos aquí está menos agudizado y solamente sucede de forma puntual, cuando en esa otra cinta suya era un rasgo común.
Por su parte, Ramallo y Jiménez saben reflejar con soltura las situaciones de los personajes y nunca se dejan llevar por ninguno de los elementos que los definen. Ahí sí que Trueba los ata muy bien para conseguir exactamente lo que busca de ellos, y es por ahí por donde puede conquistar al espectador, tanto aquella minoría que recuerde quiénes eran más allá de los detalles que comentan sobre su relación en ‘La buena vida’ como los que lleguen sin conocerlos de nada.
En definitiva, ‘Casi 40’ es un reencuentro que seguramente no necesitábamos pero que acaba resultando una experiencia grata más allá de algunos detalles mejorables en el tratamiento de los diálogos por parte de Trueba para conseguir la naturalidad buscada. Todo aliñado con un agradecido componente musical que aporta el personaje de Jiménez