En un momento de ‘La Casa Gucci' (House of Gucci) el personaje de Adam Driver asiste a una pasarela de moda, y entre los flashes y la oscuridad le parece vislumbrar a una Lady Gaga bañada por los destellos de luz que permiten ver una sonrisa siniestra, en lo que parece casi una aparición diabólica muy en consonancia con la versatilidad de la cantante y actriz. Es uno de los mejores momentos de la nueva película de Ridley Scott, que recuerda estéticamente a su flamante ‘Black Rain’ (1989).
Sin embargo, es un momento aislado, una pequeña fuga casi onírica que no representa el tono general de la película, curiosamente en un momento en el que el diseñador Tom Ford aparece mencionado, ya que fue uno de los artífices de la resurrección de la casa Gucci en plenos 90. La coincidencia tiene gracia, porque Ford es ahora un director muy notable, y a uno no se le ocurre un nombre más apropiado para llevar esta historia de pasiones frígidas, decadencia de la burguesía y traiciones con ecos de tragedia griega que el director de ‘Animales Nocturnos’ (2016).
Y no es que Ridley Scott no tenga cierta filmografía reciente que le convertía en un candidato óptimo. ‘Todo el dinero del mundo’ (All the Money in the World, 2017) es una historia de familias ricas disfuncionales, legado, herencias envenenadas y violencia, pero la fascinación por el mundo clásico cuadraba de una forma muy natural, consiguiendo momentos de gran cine. Sin embargo, en ‘La casa Gucci’ hay un componente de colisión de culturas y clase bien distinto.
La historia de Maurizio, el mimado y solitario hijo de Rodolfo Gucci que se enamora de una mujer de clase media para horror de su padre (Jeremy Irons) tiene algo de cuento de Cenicienta a la inversa. Una buena oportunidad para jugar las posibilidades creativas del material con respecto al parecido a historias populares, sin embargo la cámara se limita a retratar el idilio desde sus primeros pasos, desde la seducción, al momento final décadas más tarde.
Lady Gaga es la estrella
Nuestro punto de introducción a la familia es Patrizia, una Lady Gaga ocurrente que vive el papel de chica vulgar con aspiraciones como si estuviera en la película que ella ha imaginado que es ‘House of Gucci’ para convencernos de que es la que debería haber sido. Hay un toque de telenovela a lo ‘Dinastía’ en el juego de personajes y en vez de abrazar el lado del folletín, Scott trata de amarrarlo a su habitual rigidez para darle un halo de consistencia y elegancia.
El director se encuentra cómodo ante el juego de intrigas de sucesión y patrimonio con el que Patrizia juega para aumentar la participación de Maurizio en la marca de moda de lujo, explotando la tensión entre el primo Paolo (Jared Leto) y el padre astuto de este último, Aldo (Al Pacino). Sin embargo, cuando Gaga es apartada del centro de acción la película pierde enteros y su ausencia solo se compensa con el trasfondo del mundo de la moda.
Los momentos más jugosos de la Patrizia desesperada, que comienza a alternar con la vidente Giuseppina Auriemma (Salma Hayek), son relegados al mero contrapunto, desaprovechando el lado esotérico de ese plan, perdiendo también el foco en la ola de desesperación que le lleva a tomar las decisiones que nos llevan a la existencia de ‘La Casa Gucci’. Falta frivolidad y una delineación en lienzo y no en renglones de cuadernos de cuadrícula. Falta absurdo, locura y oscuridad.
En tierra de nadie
Porque, aunque en algunos momentos quiere parecerlo, ‘La Casa Gucci’ no es una comedia negra. Durante algunos pasajes hay un festival de acentos italianos impostados mientras los actores hablan inglés, que parece que asistamos a una representación, no una historia real. Y no es que no estemos acostumbrados a que las producciones anglosajonas trabajen así, pero el punto medio no acaba de cuajar, y Jared Leto toma la opción de convertir su personaje en una caricatura grotesca de SNL que acaba siendo lo más divertido del film, pese a chirriar tanto en el conjunto.
Driver hace bien su papel de pamplinas y Jeremy Irons encaja como un guante con acento o no, pero la corrección del conjunto pide un festival camp que no acaba llegando nunca. Y el inconveniente es que con la duración de dos horas y media se acaba resintiendo la parte más turbia, un tramo final que no consigue el peso trágico y siniestro que pide a gritos, acumulando eventos más como un documental –uno bastante interesante– que como la historia de esos personajes de carne y hueso que hemos seguido en muchas etapas de su vida.
Sigue siendo asombroso que un director de 83 años haya sacado dos películas sólidas como ‘El último duelo’ y esta en el mismo año. Porque no nos llevemos a engaño, ‘La Casa Gucci’ es una obra atractiva y didáctica que está resuelta con callo y concreción narrativa. No es ni más ni menos que la obra de un trabajador nato que sigue ofreciendo solvencia y efectividad en los proyectos que afronta y queda muy lejos del desastre que muchos esperan, pero sí que había abierta una puerta para la verbena con más riesgo, incluso para el mal gusto y el desparrame, que permanece cerrada casi todo el metraje.
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