'Carmina y amén', (sur)realista como la vida misma

Dispuesta a hacer frente a esa apisonadora de taquilla que es 'Ocho apellidos vascos' (id, Emilio Martínez Lázaro, 2014) —una película que va a terminar viendo hasta el último español de la península— con unas herramientas muy distintas a las que esgrime la por momentos desternillante comedia protagonizada por Dani Rovira, Paco León estrenaba la semana pasada 'Carmina y amén' (id, 2014), secuela de la puesta de largo en las labores de dirección que supuso, hace un par de años, la singular 'Carmina o revienta' (id, 2012).

Un calificativo éste, el de singular, que queda muy lejos de describir el muy particular uso del humor que el "Luisma" de 'Aída' (id, 2005- ) enhebraba en una producción filmada con muy pocos medios y mucha imaginación que servía sobre todo para poner de relieve las muy buenas dotes que el actor tenía, y tiene, para sentarse en la silla de director. Dotes que en esta secuela quedan mejor fijadas en virtud de la voluntad por parte de León de abundar en aquello que hacía distinta a su ópera prima pero, al mismo tiempo, de hacer más "asequible" lo que de surrealista había en ella.

Ello no implica que el cineasta haya renunciado a la cualidad que mejor sirve para describir lo que su cine ha dado de sí hasta el momento y, de hecho, la que considero la mejor secuencia de las varias que componen la trama de 'Carmina y amén' se ceba a placer en explotar lo que de surrealista hay en lo cotidiano. Dicha secuencia, que no es más que un prolongado y desopilante diálogo entre Carmina Barrios y Yolanda Ramos —la madre del director vuelve a estar tremenda y otro tanto se puede decir de la televisiva Ramos— es la que, a mi entender, sirve de máximo exponente de las intenciones de la película.

Unas intenciones que pasan, en cierto modo, por servir de actualización de lo que el cine de Berlanga y Azcona hizo en su momento, tomando situaciones cotidianas de las que cualquier ciudadano de a pie podría vivir en un momento dado y plasmándolas de tal manera que queden acentuadas sus componentes más cínicas. Bien es cierto que tanto al León guionista como al León director le queda mucho que aprender para acercarse a lo que el inigualable dúo planteó en algunas de sus colaboraciones —me viene a la cabeza esa maravilla que es 'Plácido' (id, Luis García Berlanga, 1961)— pero también lo es que hay aquí mucho potencial por explorar.

Y eso es algo que denota, en primera instancia, un libreto que, con la muerte del esposo de la protagonista como excusa, se esfuerza en maridar un cierto hilo conductor lógico con el carácter casual que ya mostraba su antecesora, componiendo León la cinta a base de pequeños retales que, vistos de forma aislada pueden parecer completamente arbitrarios pero que, considerados en su totalidad dibujan un retrato que, a su manera, toma el pulso a las inquietudes vitales del entorno en el que se sitúa la acción.

Completando el potencial de la vertiente escrita, la dirección de León no siente la necesidad de alardear en vano, y por más que parezca que la cohesión interna del relato se deja de lado por momentos, el actor metido a cineasta tiene muy claro lo que significa narrar y lo que implica hacerlo de tal manera que aquello que se expone se haga en términos de una total cercanía con el espectador, hablándole de tú a tú al respetable por medio de un lenguaje conciso y efectivo. Huelga decir, en virtud de todo lo expuesto, que seguiremos con mucho interés lo que Paco León tenga a bien ofrecernos en un futuro, esperemos, muy cercano.

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