‘Captain Fantastic’ tiene todos los ingredientes para ser la típica oveja descarriada de la comedia independiente. Algo que se desprende de su trama sobre adoctrinamiento de una familia reintegrada en la sociedad después de haber sido criada en los bosques del noroeste del Pacífico. Una comedia sobre niños que no saben casi nada acerca de la interacción humana, pero que pueden sobrevivir en un bosque mejor que John Rambo, forzados a afrontar el contacto con la civilización moderna que todos conocemos. El típico esquema de “crío salvaje en el mundo civilizado”.
Pero el director Matt Ross es demasiado inteligente para limitar su nueva película a eso. Su atención no sólo se centra en el potencial para los gags de su material, sino que muestra ternura y comprende a la familia en su lucha para adaptarse a su nuevo entorno. Por supuesto, hay momentos de comedia en abundancia, aunque su propósito no es sólo sacarnos una carcajada , sino resaltar la ingenuidad de los niños paulatinamente para contrastar el parecer del cabeza de familia con las consecuencias de sus decisiones.
El punto más conflictivo con el discurso de la película es la forma en la que los niños siguen a su padre de forma obtusa. La retórica que propone la educación para pensar por sí mismos a sus hijos choca con el seguimiento ciego a una figura, y acaba celebrando en positivo el dominio intelectual que Ben tiene sobre sus hijos. En resumen, durante toda sus vidas, no ha dejado de enseñarles que sean maoístas, budistas o anticapitalistas y aún cree que les ha enseñado a pensar por sí mismos. La película comparte esa ingenuidad de sugerir que, por naturaleza, todos llegaríamos a esas conclusiones por nosotros mismos.
Educación o adoctrinamiento
Este detalle, por supuesto, permite a los niños (y los realizadores) ver a todos los demás como una masa estúpida, ciega, y perezosa, en la que los niños del mundo real son pequeños bastardos que solo saben jugar a los videojuegos. En contraposición, los pequeños educados por el personaje de Viggo Mortensen idolatran la figura recortada de Pol Pot e incluso se recuerdan mutuamente que su papá les ha enseñado que está mal burlarse de nadie "excepto de los cristianos ". Todo un catecismo de pura tolerancia.
Además, la película legitima, sutilmente, los esfuerzos de Ben por separar a sus hijos de la sociedad, para evitar contaminarse de las ideologías inferiores del mundo real y, aunque llegado un punto de la película considera que está “convirtiendo en monstruos” a sus hijos, se excusa finalmente en una razón tan romántica como absurda, que desacredita a medias sus metodologías de aislamiento y adoctrinamiento. Sin embargo, a pesar de su turbio contenido ideológico, el guión funciona perfectamente.
La película se adhiere a su propia propuesta de forma honesta y es coherente en todo momento salvo, quizá, una pequeña traición a su carácter general en su final complaciente y dulcificado. Quizá un desenlace más oscuro y valiente la habrían convertido en algo más que una comedia dramática y más en un drama ácido, pero tras el momento de desesperación y vacío, el guion recupera la esperanza en sus personajes y da un giro conciliador que recupera el tradicional fondo familiar que se respira en el principio.
Oda a lo diferente
Durante los pasajes centrales, en los que la forma de vida alternativa de los personajes no es tomada del todo en serio, hay una separación del espectador con la familia. Cuanto más irreales y fuera de tono resultan sus excentricidades resulta más fácil simpatizar con ellos pero cuando se hace demasiado histriónico, llegado cierto punto, comenzamos a simpatizar con ellos pero con algo de lástima hasta que al final abrazamos su defensa de lo diferente, como lo hacíamos en la comedia que parece haber tomado como modelo: la genial ‘Pequeña Miss Shunshine’ (Little Miss Sunshine, 2006)
El director se toma su tiempo en ir explorando a cada uno de los hijos y sus posiciones sobre el conflicto principal. Lo que no es poca cosa con seis chicos, incluidos dos mellizas (Annalise Basso y Samantha Isler) y otro hermano (Nicholas Hamilton) que adopta una pose de rebelión pre-adolescente que funciona como elemento de fractura en el núcleo en el adolescente (George MacKay), el solitario del paquete, es quizá sobre el que se vuelca finalmente la gravedad de el sentimiento de naufragio en sociedad del resto grupo.
Mortensen es el adobe que sostiene el conjunto con su porte recia, su voz suave y su aspecto de hippie que le calza sospechosamente bien a su personalidad. Se le ve a gusto en un papel que enmascara un hombre cuya devoción por su progenie no siempre se opone a sus propios intereses. Su composición del personaje ayuda a convertir ‘Captain Fantastic’ es un examen oscuro, divertido, y muchas veces tierno, sobre la paternidad y sus responsabilidades, que parecen maquillarse dentro de la burbuja de nuestro contexto social.
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