“Sé que sientes lo mismo que yo. Y yo siento fuego en mi interior”.Valerie (Amanda Seyfried)
Pese a lo aburrida y aparatosa que era, la nueva versión de ‘Alicia en el país de las maravillas’ (‘Alice in Wonderland’, 2010) que Tim Burton dirigió para Disney se convirtió en un rotundo éxito de taquilla, provocando que en la industria norteamericana empezaran a fraguarse un buen número de revisiones de relatos o cuentos clásicos orientados al público juvenil, como si hubieran encontrado una mina de oro. Uno de los proyectos que arrancó enseguida fue ‘Caperucita roja. ¿A quién tienes miedo?’ (‘Red Riding Hood’, 2011), que además con el fichaje de Catherine Hardwicke intentaría aprovechar descaradamente la estela de ‘Crepúsculo’ (‘Twilight’, 2008), como ya intentaron con escasa fortuna los responsables de la olvidable ‘Soy el número cuatro’ (‘I Am Number Four’, 2011). El resultado, como no podía ser de otra manera, es un producto vacío que no consigue nada de lo que se propone (ni siquiera buenos resultados en taquilla), una película artificial, desalmada, sin pasión ni emoción alguna, y con algunos de los momentos más ridículos que un servidor ha visto en mucho tiempo.
Curiosamente, Hardwicke es la segunda realizadora de la saga ‘Crepúsculo’ (ella dirigió la primera película) que ha adaptado al cine, a su manera, la vieja historia de Caperucita roja; el responsable de ‘La saga Crepúsculo: Eclipse’ (‘The Twilight Saga: Eclipse’, 2010), David Slade, debutó en el año 2005 con una versión muy libre del mismo cuento, titulada ‘Hard Candy’. Pese a que ésta me parece una película sobrevaloradísima y ‘Eclipse’ divierte más por sus torpezas que por sus logros, al menos se queda uno con la sensación de que Slade tiene agallas, sentido del humor y cuida el tono de sus películas, aunque no resulten tan potentes como él piensa, mientras que Catherine Hardwicke no ha hecho otra cosa que confirmar su escasez de ideas y su nefasta puesta en escena, repitiendo en ‘Caperucita roja’ todos los errores que cometió en ‘Crepúsculo’, quizá porque consideraba que el éxito de la saga se debía en parte a su mediocre trabajo. Así que vuelve a recrearse en el rostro de su protagonista, una joven de ardientes deseos insatisfechos con dos guapos pretendientes, descuidando conceptos como el ritmo, la verosimilitud y la atmósfera. Total, las adolescentes solo quieren ver insinuaciones sexuales, besos apasionados y cursis promesas de amor eterno, ¿verdad? Pues ya está.
No hay en ‘Caperucita roja’ ningún vampiro, pero sí un hombre lobo, que además es clavado a los que aparecen en ‘Crepúsculo’. Tras unos apresurados pero al parecer necesarios planos aéreos de bosques, lagos y montañas, tiene lugar un breve y desastroso prólogo en el que nos muestran que ya desde pequeña la protagonista sentía una atracción especial por el “chico malo” del pueblo, y que no tenía reparo alguno en matar a un manso conejillo (no se escapa ni cuando levantan la trampa) para hacerse unas botas de piel. La cuestión es que la chica tiene un lado horripilante, ¿vale?, es fundamental para “entender” toda la profundidad de lo que será desvelado al final, después de un montón de bochornosas pistas falsas (por ejemplo, que un personaje huela como el lobo por culpa de una caprichosa ráfaga). En fin, diez años más tarde, Valerie, ya convertida en una candidata perfecta a portada de revista actual, con sus enormes morros pintados sugiriendo excitación constante, y esa actitud de “me da igual todo pero necesito un revolcón en el granero”, es vendida vilmente por su madre, quien la compromete con un chico de buena familia. Uno caballeroso y entregado, pero a Caperucita le gusta el pobre, “el malo”.
A todo esto, mientras se desarrolla la plana y previsible subtrama telenovelesca, que en un momento dado alcanza también a la madre de Valerie, resulta que el pueblo de Daggerhorn está amenazado por un lobo. O eso pensaban ellos, que no habían visto la estupenda ‘En compañía de lobos’ (‘The Company of Wolves’, 1984). Hasta que llega el excéntrico padre Solomon y les convence de que en realidad el bicho que han estado temiendo durante décadas es un licántropo. Y les mete miedo avisándoles que uno de ellos es ese descomunal lobo que de pronto se ha puesto a matar como loco. Sumamente avispado (enseguida vincula un lamentable truco de cartas con la magia negra) y maestro en el arte de la tortura (su elefante de hojalata debe usarse todavía, con cerrojo mejorado), descubre que Valerie tiene una conexión especial con la bestia, y la utiliza como cebo. Así es, ella puede oír al lobo y sabe que éste solo desea que lo acompañe, que dejará en paz al pueblo y no matará más, pero… bueno, la chica tiene planes, hay que entenderla. Lo que no se entiende es el razonamiento del licántropo, una vez que revela su identidad, o cómo es posible no notar una profunda mordedura. El disparate llega a su cima en los minutos finales, donde Valerie descubre la naturaleza de su deseo sexual.
Dicen que Amanda Seyfried es buena actriz, pero yo sigo sin ver en ella más que una cara bonita (y ni eso, pero seamos amables), una chica a la que necesitan vender como una estrella, sacándola siempre lo más favorecida posible, importando muy poco su interpretación, o lo que sea que intenta, en este caso un calco de lo que hace Kristen Stewart en la saga de los vampiros. No por casualidad, al padre de ambas lo encarna el mismo actor, un Billy Burke que gana puntos cuando se desmelena (‘Furia ciega 3D’/‘Drive Angry 3D’), y el pretendiente que no conviene a Valerie, pero que la atrae sin remedio, está interpretado por Shiloh Fernandez, que estuvo a punto de arrebatar el papel de Edward a Robert Pattinson (dicen que fue Stewart quien decidió). Por el torpe escenario de cartón piedra, nunca convincente como pueblo, se pasean entre desorientados e histriónicos actores de tan variada competencia como Max Irons (al igual que Fernandez, con un look actual, y posando más que interpretando), Virginia Madsen, Lukas Haas, Julie Christie o Gary Oldman, protagonista involuntario de las escenas más divertidas de la película. Cien minutos de ñoño romanticismo, hueca intriga y descafeinado terror; no recomendaría ‘Caperucita roja’ ni a mi peor enemigo. Bueno, solo a él.
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