Si la comedia como género no vive su mejor momento en el cine, la hecha en España está particularmente marcada y es difícil cambiar la percepción de un público que mira ya por encima del hombro a los estrenos que logran hacer buena taquilla. El caso de ‘Canallas’ podría entrar en muchos sacos de lo conocido, pero que fuera elegida para presentarse en el festival de Málaga debería dar alguna pista de que no estamos ante el típico producto pensado para la taquilla familiar de Santiago Segura.
Sin embargo, esta nueva propuesta española sí que tiene parte del cine del director de ‘Torrente’ (1998), cuya ópera prima era muy distinta a las secuelas que le siguieron, mucho más ácida, negra y conectada con la sensibilidad social de su momento de lo que se recuerda. A primera vista, la película de Daniel Guzmán se presenta como otra más de esa caterva de productos comerciales, compuestos por productos elaborados con listas de actores que se presentan con posters con fotos del reparto muy contrastada y con tipografía gruesa de color amarillo sobre azul.
Llegado un momento, tenemos casi tres tipos de categorías que parecen inamovibles, entre las excursiones al extranjero —normalmente con Carmen Machi de por medio—, las comedias de cuñados de Carlos Theron y las variantes escritas por Borja Cobeaga, que pasaron de ser ácidas lecturas culturales territoriales a dramedias románticas con alguna canción indie y fondo blanco que han quedado un tanto amarradas al primer Apatow. Muchas de estas están protagonizadas con un ímpetu que trata de ser “campechano” y acaba siendo todas una imitación regular de tics que solo le funcionan a José Coronado.
Un experimento de neopicaresca
Y puede que el mayor problema, lo que hace que este tipo de comedias sean aborrecidas por el otro lado de la población, ese que se siente demasiado especial como para verlas sin miedo a que se le pegue nada, es que suelen dibujar la picaresca española como algo casi genético y no como una característica identitaria a nuestro pesar. Hay mucha diferencia entre reír la pillería de un “canallita” a reírsela a un pobre hombre forzado por las circunstancias. Y por eso, el título ‘Canallas’ tiene aquí una lectura diferente a lo que parece.
La gran diferencia de película de Guzmán con el resto es que la suya no trata sobre canallas, sino de gente que aspira a serlo… y no le sale. Entiende que un pícaro no lo es para comentar la jugada en la barra del bar con sus amigos, sino quien lo necesita. No olvida que las pillerías del Lazarillo de Tormes aparecían como fruto del hambre y de las penurias, y muchas veces acababan mal para él. Por ello, la película deja clara la dinámica de sus tres personajes protagonistas en su escena inicial, un flashback en el que un intento de puentear al sistema acaba mal para Joaquín, el centro de nuestra historia.
Joaquín, Brujo y Luismi son tres vaguetes de barrio que vuelven a encontrarse después de veinte años. Brujo y Luismi siguen sin oficio, no tienen trabajo, pero siguen adelante como pueden mientras que parece que Joaquín se ha convertido en un importante y reconocido empresario, pero en realidad está peor que ellos. Su incapacidad para hacer trampas acaba siempre en una deuda mayor, sus trapicheos funcionan solo en su cabeza y vive convencido de imitar una vida que no tiene.
Atraco a las 2022
‘Canallas’ tiene una cubierta de comedia, pero es una tragedia a cámara lenta, cada paso se complica más, y el trío improbable debe dar un nuevo salto mortal para salir de enredos bien orquestados. Hay mientras tanto unas cuantas estampas costumbristas con sabor a Rafael Azcona, como esas soluciones desesperadas para poder ver una televisión en las últimas, y otras historias de romance con ecos al buen Javier Fesser, con una entrañable pareja de la tercera edad, que ubica de forma realista la franja de edad de los fans castizos que vivieron la buena época de Leño.
Si con ‘A cambio de Nada’ Guzmán rememoraba el cine social de los 90 con toques de cultura quinqui, en ‘Canallas’ propone una comedia con ecos de thriller de golpes, tiene un punto de ‘La suerte de los Logan’ (2017) en su habilidad para narrar el despropósito con cariño y tensión, con un tercer acto con las lecciones de George Roy Hill bien aprendidas, un poco de la espiral de errores con la mafia en los talones de ‘Airbag’ (1997) y mucho de ‘El gran Vázquez’ (2010) para establecer la distancia moral adecuada para poder admirar y lamentar las fechorías de los protagonistas, de nuevo, puro género de picaresca bien entendido.
Pero nada funcionaría sin la arriesgada maniobra de Daniel Guzmán, que ha hecho una jugada kamikaze haciendo de protagonista absoluto a Joaquín González, amigo suyo de su infancia sobre el que gira todo, junto a Esther, su madre, Brenda, su hija, y Chema, su hermano. Todos debutan como actores. Esto puede ser, para muchos, un problema, pero es muy difícil no maravillarse ante la naturalidad capturada en crudo de González, que deja ver lo que llamaríamos en la vida real “un personaje”, un desastre, un delirio divertidísimo y una nueva estrella para el cine español.
Nuevo cine de la crisis
La espontaneidad de sus gestos añaden verdad, y su familia no lo hace nada mal, pero hay que tener en cuenta el esfuerzo y a veces se nota. La película, por cierto, está dedicada a Ester, que falleció antes de que se estrenara la película. Puede achacarse que en este intento de capturar realidad Guzmán caiga en un surrealismo que no acaba de funcionar, como la aparición de dos bomberos toreros de baja estatura, que sin embargo si amplían el mundo de timos de Joaquín a sectores insospechados, estableciendo un nexo con las grandes figuras del género sinvergüenzas patrios como Tony Leblanc.
Guzmán sigue la estela de Fernando Palacios o Pedro Lazaga, pero con toques de Eloy de la Iglesia, su espíritu es de cine de Barrio, pero de las afueras de Madrid, habla sobre lo que conoce y lo hace bien, con un guion que prefiere la situaciones disparatadas a direccionar sus chistes a la boca del espectador, dejando por el camino gags de un slapstick muy cabrón, porque trata a sus personajes con perversidad y cariño, evitando convencionalismos salvo cuando hacen falta, retratando de paso a banqueros y empresarios.
‘Canallas’ es puro cine de la crisis, un reflejo con el que nos resulta fácil identificarnos porque refleja una puesta al día de la sociedad española fruto del gran engaño de los bancos, con cuarentones viviendo en casa de sus padres y pidiendo suelto a sus propios hijos. Quizá ese análisis pertenece a un cine social más lúcido que el que se limita a dibujar al patrón con chistes telegrafiados con un itineriario ideológico que se aleja más de la realidad de lo que creen; un retrato sencillo, divertidísimo y que apuesta por mostrar otra cara de la comedia cañí con enredos utilizando una cubierta troyana.
Ver todos los comentarios en https://www.espinof.com
VER 5 Comentarios