El estreno de ‘El callejón de las almas perdidas’ (Nightmare Alley, 2021) de Guillermo del Toro es un buen momento para repasar la versión de Edmund Goulding, quien adaptó la sórdida novela negra de William Lindsay Gresham en un lujoso melodrama para la pantalla grande en 1947. 75 años después se repite el destino de aquella en la taquilla, cuyo fracaso económico no impidió que se convirtiera en un clásico de culto a medida que el público la fue redescubriendo con los años.
El destino de la versión de Del Toro está por ver, pero pese a su calidad cinematográfica en todos los aspectos de factura pierde la batalla si se compara con la primera adaptación, un cautivador estudio de personajes que acompaña a un hombre en un viaje de ida y vuelta desde la miseria de una feria ambulante barata hasta la gran ciudad en una economía narrativa que hace que la historia fluya con su duración por debajo de las dos horas frente a los impracticables 150 minutos de la protagonizada por Bradley Cooper.
El carnaval de las tinieblas
A diferencia de la nueva, ‘El callejón de las almas perdidas’ comienza con Stan Carlisle ya empleado en la feria de Clem, con su relación con todos los demás feriantes formada y siempre buscando la forma de ir más allá, mientras que sus compañeros parecen bastante contentos con su vida tranquila. Sus ambiciones son más grandes, y cuando se entera de un truco de su compañera de trabajo Zeena (Joan Blondell), con su ahora compañero Pete (Ian Keith) lo aprende de formas poco éticas para llegar un público con más dinero.
La segunda parte, cuando se une a la dulce e inocente Molly (Coleen Gray) para presionar a la alta sociedad en los clubes nocturnos, donde afirma que puede leer sus mentes y se encuentra con la psicóloga Lilith Ritter (Helen Walker), con quien empieza a planear una estafa, se convierte en la parte más importante de la obra, a diferencia de la nueva, que se estructura en dos partes más diferenciadas. Estrenada en el apogeo del restrictivo Código Hays, la versión de 1947 contiene mucha menos violencia e imágenes gráficas, pero de igual forma logra transmitir mucha oscuridad.
En esta Clem se niega a hablar sobre el espectáculo del geek, y se cuenta cómo llegó a ese estado debido al consumo excesivo de alcohol, dejando el hálito del destino oscuro apuntado pero no mostrado de forma tan explícita. El primer acto está lleno de callejones, trampillas, baúles, cortinas, e imágenes con múltiples planos que sugieren motivaciones enfrentadas, deseos y verdades y mentiras. El título se convierte en algo literal por el escenario, que finalmente se ofrece como una representación de la trampa del sueño americano.
Un weird noir tenebroso
También aligera las sesiones de psicoanálisis de Stan con la Dra. Lilith Ritter y omite cómo murió Dory y la sesión culminante de Stan con Ezra es mucho menos violenta y brutal. El final, sin embargo, a pedido del estudio, altera el texto de Gresham cuando Molly encuentra a Stan trabajando en una feria y promete cuidarlo, infiriendo un final feliz que rompe incluso con los abismos de perdición del noir de esa década. Sorprende en todo momento el gran papel que hace Tyrone Power, que presionó para que se hiciera la película para probar que era un actor serio, no solo un producto de moda para interpretar a héroes audaces.
‘El callejón de las almas perdidas’ siempre juega con la visión que se tenía de Power como una cara encantadora y afable que solo insinúa una intención siniestra en momentos clave, lo que permite avanzar junto a él viéndolo casi como una figura heroica a pesar de su cinismo hacia el mundo. Pero su verdadera debilidad es creerse más inteligente y más capaz que los demás, la razón por la cual su caída es tan rápida cuando su autopercepción se destroza por los acontecimientos.
En cuanto a sus elementos fantásticos, esta versión tiene algo inquietante porque no descarta por completo la existencia de un reino místico, y el elemento sobrenatural se adivina en el castigo moral, casi divino y él mismo cree en esa posibilidad, a pesar de utilizar la creencia de otros en su propio beneficio. Su uso de las sombras y el imaginario que despliega en el inicio también conecta con las obras de Tod Browning e incluso con algunos toques del gótico de Universal.
Una historia atemporal
Esos matices hacen que ‘El callejón de las almas perdidas’ sea una rareza dentro del cine negro del momento, además de ofrecer una visión muy diferente de la femme fatale. La caída de Stan a causa de Lilith no tiene nada que ver con su sexualidad. No es el clásico femenino y funciona en todo momento como su igual, desde su atuendo masculino, su profesión dentro de un campo dominado por hombres y su conexión con la trama de Stan desde el principio.
Ella le toma ventaja sin tener remordimiento por hacerlo, y eso es un golpe mortal para el ego de Stan, que entra en barrena rápidamente. De hecho, los tres personajes femeninos de la película son fuertes, excepcionalmente bien definidos, y se mantienen fieles a quienes son, indiferentes a los estados fluctuantes de Stan. Cobran vida con tres actuaciones diferentes pero que muestras tres caras, la más prudente de Joan Blondell, la apasionada de Coleen Gray y las más fría de Helen Walker.
Los temas de ‘El callejón de las almas perdidas’ golpean el núcleo de la farsa y la fragilidad del ideal estadounidense, explorando sus oscuros placeres como una tentación vacía y sin camino de salida. La dimensión psicológica de la historia sugiere el peligro moral de ceder a deseos que el capitalismo monetiza de forma fácil y rápida. Todo en la obra sugiere esa idea sinuosa, desde el diseño de producción, fotografía, dirección y actuaciones, dan una textura rica que explora los límites del hambre alimentada por la codicia y el engaño, una obra humana, no tan nihilista como la moderna, pero que aún hoy explica por qué Del Toro la ha elegido para conectarla con estos tiempos convulsos.
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