El remake se ha realizado desde que el cine es cine. Si escarbamos lo suficiente, encontramos una versión anterior de muchas películas denominadas “importantes”. No hay nada de malo en ello. Sin embargo la cantidad de remakes no confesos —no me refiero a esos que usan el tendencioso eufemismo de “nueva adaptación de tal obra”, sino a los que no dan crédito alguno a su referente— que se hacen ahora empieza a ser alarmante.
Esto que hace nada pasaba con ‘Absolutamente dodo’ (‘Absolutely Anything’, Terry Jones, 2015) alcanzará su cénit cuando Christopher Nolan, gran traductor al mainstream de trascendencias para las mal llamadas minorías, estrene ‘Dunkirk’ (2017). Hoy nos hacemos eco del estreno de ‘La última apuesta’ (‘Mississippi Grind’, Anna Boden, Ryan Fleck, 2015), estimable film con un inmenso Ben Mendelshon y la mejor interpretación, de lejos, de Ryan Reynolds. El film, una puesta al día de ‘California Split’ (íd., Robert Altman, 1974).
La película que a punto estuvo de dirigir nada menos que Steven Spielberg se basa en las experiencias personales, como apostador, de su guionista, Joseph Walsh, que también fue actor, apareciendo en films como el presente, ‘Driver’ (‘The Driver’, Walter Hill, 1978) o ‘Poltergeist’ (íd., Tobe Hooper, 1982). El libreto está lleno de diálogos, de hecho se trata de una de las películas de su director en la que más rápido hablan. Dos actores en estado de gracia los recitan a una velocidad de vértigo, el mismo que parecen sentir los jugadores, siempre el pie del cañón.
Esos dos actores son George Segal y Elliott Gould —protagonista de uno de los mejores Altman: ‘Un argo adiós’ (‘The Long Goodbye’, 1973)—, que se hizo con un personaje por el que se tanteó a actores como Steve McQueen, Peter Falk y Robert De Niro. Ambos componen las dos caras de un mismo tipo de personaje. Dos jugadores que no pueden vivir sin jugar, sin apostar, capaces de arriesgarlo absolutamente todo a una simple tirada de dados.
El juego de la vida
El reflejo de la sociedad estadounidense, que además estaba a punto de ser tocada en su orgullo en la Guerra de Vietnam. El ánimo por los suelos, y el juego como tabla poco segura de náufrago. ‘California Split’ capta a la perfección los ambientes denigrantes, excesivos y enviciados del juego, y en ningún momento lo ensalza, simplemente se dedica a hacer una descripción de un mundillo, sin discursos, sin maniqueísmos, y en el que a Altman sólo le interesa el más que imprescindible lado humano, a veces ausente.
No hay personajes para sentirse identificado, no son gratos, y he ahí parte de su grandeza. Bill y Charlie (Segal y Gould) son en esencia dos perdedores, o dos supervivientes que, de vez en cuando, tocan la gloria. Un espejismo en sus desperdiciadas vidas llenas de desorden y caos, en las que no hay sitio para el amor —atención a la reacción de Bill cuando es seducido por su amiga—, sólo para aquel al que no le importe hundirse con ellos en un momento dado.
Paul Lohman realiza uno de sus mejores trabajos en la fotografía, captando a la perfección ese tono desencantado de un mundo del que nuestros personajes no quieren/desean salir, porque es lo mejor que saben hacer, a pesar de las deudas y las desgracias personales. Entre partida y partida, entre juego y juego, entre apuesta y apuesta a veces se vislumbra la luz, ésa que afecta en el ánimo; y aunque el final parece una separación de caminos —jugueteando con el título del film—, también es una vuelta a empezar.
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