En 2017, una serie de críticos, especialmente latinoamericanos, hablaban desde el Festival de Cannes de que había una corriente de cine deshumanizado que ellos denominaron "cine de la crueldad". Así se referían a los últimos trabajos de cineastas como Yorgos Lanthimos, Michael Haneke, Lynne Ramsay e incluso los hermanos Dardenne, destacando la extrema deshumanización y brutalidad de sus personajes y situaciones.
Este pasado año, Cannes se volvió lo opuesto a ese cine y la prueba es el gran premio del jurado a 'Infiltrado en el KKKlan' ('BlacKkKlansman') de Spike Lee, y el premio del jurado a 'Cafarnaúm' de Nadine Labaki, la película que hoy nos ha traído aquí, nominada al Óscar.
Bajo el humilde y cínico punto de vista de quien escribe esto, esas dos obras son consecuencia de la cultura del activismo de teclado, de quien se compadece desde su ordenador por los problemas del mundo, y cree que los soluciona a través de la "visibilización" (cómo les gusta esa palabra) que aportan 240 caracteres.
A este cine podríamos denominarlo cine de la compasión, un cine inamovible a la era de la posverdad que convierte cualquier problema en sensacionalismo, al narrarlo desde el extremo pero sin mancharse las manos.
Para hablar de la película de Labaki, que ha provocado opiniones extremadamente polarizadas, es bueno citar a su compatriota Roula Seghaier quien concluye su artículo Poverty Porn and Reproductive Injustice: A Review of Capernaum (Pornografía de la pobreza e injusticia reproductiva: una crítica de Cafarnaúm) diciendo: "Cafarnaúm no es caos, es una distopía liberal". Esto resume muy bien todo lo expuesto anteriormente acerca de la obsesión moderna de occidente con una compasión que sólo sirve para limpiar conciencias.
Escaparate de miseria
El problema no es que Labaki filme a gente pobre sin más, con elegancia eso se puede hacer, es el burdo planteamiento de su película que, como dice Seghaier, es algo completamente sacado de contexto que sólo muestra a los pobres como "Los condenados de la Tierra". Una visión totalmente clasista y liberal porque no busca entender, no se plantea los motivos por los que esa gente vive así, simplemente coge una cámara y sin piedad alguna los sigue durante horas y horas (500 según ha declarado la directora en varias entrevistas).
Y claro, como esto no es un documental o una campaña de alguna ONG multinacional, aunque mucho no dista porque ambas se lucran de "ayudar a esta gente", Labaki plantea una especie de Macguffin para llegar al flashback que le permitirá mostrar lo peor del ser humano.
El burdo planteamiento utilizado por la cineasta es la denuncia de un niño a sus padres por haberle traído al mundo (denuncia que hace después de ser detenido). Labaki pierde toda sutileza y, si podría haber algún tipo de resquicio, decide vomitar sobre ella al interpretar a la abogada de Zayn (el niño protagonista) y ser la redentora de su propia cinta.
Los críticos no estamos aquí para explicar a los directores cómo deben o no deben hacer sus películas, pero está claro que en el arte debe haber cierta moral, sobre todo en este caso que se hace desde una posición de poder y ya que se tiene esta posibilidad de dar voz a un problema qué mínimo que hacerlo desde el respeto y sin caer en lo paródico.
Diferentes aproximaciones
Un buen ejemplo reciente de cómo hablar de la pobreza con naturalismo y verdadero amor por lo que se cuenta es 'The Florida Project' de Sean Baker. El director norteamericano se limita a hablarnos de fantasías infantiles, del día a día de unos niños que tampoco tienen nada y que no dejan de ser críos.
Evidentemente el contexto de la pobreza en Estados Unidos y Oriente Medio es muy diferente aunque en muchos de estos países los niños tienen que ser adultos muy pronto. Filmarlos chupando hielos con azúcar o comiendo leche en polvo atados a una cadena en medio de la calle, y rodeados de cucarachas, por mucho que sea realidad, es sólo recrearse en lo grotesco y lo morboso.
En la película de Baker sabíamos que mientras Monee, su protagonista, estaba compartiendo un helado con sus amigos, su madre se pinchaba heroína. Pero como es un buen cineasta no necesita mostrarlo ya que sus imágenes tienen la fuerza para contar lo que no se ve en pantalla y la emotividad aparece de forma orgánica (no necesita subir la música) y nunca nace de la compasión.
Inglaterra también ha dado muchísimo cine social al mundo, al ser un país con ciudades muy industrializadas donde vivían obreros en extrema precariedad, y cineastas como Ken Loach han sabido retratar esto a lo largo de toda su obra pero buscando siempre el origen del problema real y por eso su trabajo ha combinado siempre ficción y documental. Una de las obras más representativas de este cine social sería 'Billy Elliot' (2000) de Stephen Daldry, donde pone el foco de toda la revolución minera en un niño que lo único que quiere es bailar.
Volviendo a tener en cuenta que la miseria que retrata este trabajo y el de Nadine Labaki es radicalmente distinto, resulta interesante la forma en la que Daldry puede reflejar en un niño todos los problemas de un colectivo y no sólo los externos (las medidas de Margaret Thatcher).
Con 'Billy Elliot', Daldry consigue hablar de toda una revolución social que va mucho más allá de los problemas sindicales; Billy representa todo un cambio hacia una mentalidad abierta en una sociedad misógina, los inicios de la liberación sexual y la aceptación obrera (con resignación) a los cambios. Lo maravilloso de esta cinta es que entiende que un niño es el futuro del mundo, el que puede transformar una sociedad y por eso es tan relevante el epílogo que muchas veces se cuestiona.
¿Qué nos deja 'Cafarnaúm'?
Lo que quiero decir con todo esto es que el cine puede servir para plantear un problema sin necesidad de aportar una posible solución, pero esto nunca debería ser una vía para el morbo o la lágrima fácil que busca Labaki; se puede ser crítico y crudo, pero ante todo elegante.
Porque sí, el cine puede ser un arma muy poderosa, ya que llega a todo el mundo y puede mostrar una realidad tal y como es, pero lo que debemos plantearnos es qué aporta una película como 'Cafarnaum'. Si nos hace actuar de verdad o su conmoción se limita a las dos horas que dura la experiencia, y el impacto nos dura en el cuerpo apenas la distancia de la sala de cine a la cafetería o pastelería más cercana.
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