Es gay, es gay… Okay.
Esa línea, rapeada de forma desganada por Snoop Dogg, uno de los famosos invitados que participan en la canción con la que se acaba la película, resume perfectamente la indiferencia que llega a causar, demasiado pronto, el nuevo personaje creado por Sacha Baron Cohen. Tres años después del éxito de ‘Borat’, el cómico británico se vuelve a aliar con Larry Charles para repetir la misma fórmula y tratar de obtener el mismo resultado, dando vida esta vez a un reportero austriaco, gay, obsesionado con el sexo, la moda, el culto al cuerpo… Su nombre es Brüno. Sin el efecto sorpresa, la película debía superar a la anterior en incorrección, crítica y humor, pero finalmente es mucho más floja e inofensiva.
Llevar a la gran pantalla a Brüno Gehard (el apellido se pronuncia como “gay hard”, creo que no necesita traducción), personaje creado por Cohen para la televisión en 1998, parecía la continuación lógica de aquel otro polémico periodista de Kazajistán, cuyas aventuras por Norteamérica sorprendieron y escandalizaron al público en 2006. Sin embargo, la tercera incursión de las criaturas de Cohen en el cine (el rapero Ali G fue el primero, en 2002) está exenta de la frescura y la sorpresa que sí había en ‘Borat’; además, el personaje se agota enseguida, resultando que sus “travesuras” son menos agudas y provocadoras de lo que cabía esperar.
‘Brüno’ empieza sin concesiones ni titubeos, presentándonos adecuadamente al bizarro protagonista que encarna , un presentador de un programa de moda de la televisión austriaca. En poco tiempo se nos da una descripción bastante exacta de quién es este tal Brüno, qué hace, qué le gusta, qué no, etcétera. Y ya desde el principio se puede ver el principal problema de la película, que a Sacha Baron Cohen le gusta demasiado su personaje y no sabe cuándo parar, creyendo que cualquier cosa que hace es graciosa o tiene algún valor. No es así, y ya en los primeros minutos asistimos a escenas que duran más de lo necesario (como todo lo que gira en torno al desfile de Agatha Ruiz de la Prada, explotadísimo antes del estreno por lo que ya es difícil reírse con algo de lo que se ve aquí) o que sencillamente sobran (como lo del saludo repetido a los espectadores del programa).
Ya en este primer tramo se ve que Cohen va a aprovechar al máximo las posibilidades que le da tener a un personaje gay totalmente descontrolado, deseoso de mostrar sus encantos y su sexualidad al público. Desde el principio no se corta un pelo, y durante el resto de la película asistiremos a todo tipo de comportamientos exagerados que van desde mostrarnos las burradas que hace con su pequeño novio (de nombre Paul Gasoil, si no recuerdo mal) a un primer plano de su supuesto pene bailando y dando vueltas (una escena que sobraría, por aburrida, si no fuera por el toque final, que me hizo estallar en carcajadas). Este tipo de situaciones, evidentemente, espantará a un público desinformado que no sabía donde se metía, pensando que iban a ver la última película que se ha puesto de moda, y que podríamos clasificar en dos grupos: el primero, padres y madres con sus críos, que no deberían perder ni un segundo para salir pitando de la sala; el segundo, homófobos, a los que Cohen dirige sus ataques, y oye, si se han sentido ofendidos y dolidos por lo que han visto, por mí genial, me gustaría pensar que incluso han tenido pesadillas donde son perseguidos por un hombre que les intenta atacar con dos consoladores.
Cohen sabe que si ‘Borat’ triunfó fue porque trasladó a su personaje a Estados Unidos, así que vuelve a repetir la jugada. Brüno mete la pata, es despedido, y hundido en la miseria decide viajar a Los Angeles a buscar la fama y recuperar el prestigio que creía tener. La película, que ya se estaba estancando nada más empezar, retoma el vuelo y parece encaminarse bien, lanzándose a poner en evidencia la moralidad, las costumbres y la educación de los todopoderosos norteamericanos, esa sociedad que tantas veces ha sido puesta como ejemplo en las películas de Hollywood, pero que en realidad puede dar más miedo que un puñado de alcaldes con mayoría absoluta. Así que, como si fuera la versión “loca” de Michael Moore, Brüno cruza el Atlántico y lleva a su personaje al país donde mejor rendimiento le puede sacar…
O eso parecía. Como en la primera parte, Cohen se lía solo y no sabe cuándo parar, arruinando gran parte de las ideas que vemos en la pantalla. Si uno ha visto el tráiler de la película ya ha visto los mejores momentos de Brüno de Estados Unidos. Poco más hay que rascar ahí. Lo mejor: alguna frase de las entrevistas a los padres que llevaban a sus bebés a una sesión de fotos, la sesión nocturna junto a los tres rudos cazadores (que aunque también dura demasiado, tiene un par de chispazos que provocan la risa descontrolada) y con la visita de Brüno a una fiesta de intercambio de parejas, donde se muestra más cariñoso de la cuenta con los hombres que con las mujeres (igualmente, sobran minutos ahí, como cuando ensaya posturas fuera de la casa).
Luego viene el salto a Oriente Medio, donde se logra arrancar alguna sonrisa entre incontables bostezos, y poco más, quedando al descubierto la falta de dirección de la película, repetitiva y cansina, que avanza de forma penosa hasta acabar en casi una hora y media; cuesta mantenerse despierto, atento. Por otra parte, aquí falla algo fundamental, que en ‘Borat’ no cantaba tanto, y es la verosimilitud de los secundarios que rodean a Brüno, presentados al público como si fueran personas reales en situaciones reales (claro, no son robots en entornos digitales, eso seguro); hay demasiados comportamientos increíbles, actuaciones forzadas (como toda la presentación de OJ, por ejemplo), y eso es letal para el disfrute de esta comedia. El resultado es que hay que ser muy ingenuo, demasiado. Es como tragarse lo que pasó con Eminem en los premios de la MTv, una broma más del irreverente Sacha Baron Cohen, que consiguió confundir a muchos medios, los cuales llegaron a contar el suceso como si el suceso fuera real, como una noticia.
Planificada de otra forma, con ideas más afiladas y objetivos más definidos, ‘Brüno’ podría haber sido no sólo una acertada continuación de ‘Borat’, sino también una gran burla hacia la sociedad “moderna”, obsesionada por la fama y el culto al cuerpo, y no sólo un escupitajo en pleno rostro a todos los ceporros que aún atacan la homosexualidad y se escandalizan ante ella, que es en lo que se queda finalmente este amago de película (por cierto, ¿en qué se han gastado los 30 millones del presupuesto?). En resumen, y en pocas palabras, que Brüno es gay, muy gay, alocadamente gaaaaaaaaay… Vale, ¿y qué?