La mítica productora británica Hammer Films abarcó prácticamente todos los géneros, sobre todo el fantástico, dentro del cual podemos encontrar subdivisiones. Desde el repaso a todos los monstruos de la Universal, pasando por todo tipo de films que se hacían eco de los gustos del público según la época. En este caso historia tejidas a partir de ambientes exóticos en África., aunque podríamos remontarnos hasta Jacques Tourneur, incluso antes.
‘Las brujas’ ('The Witches', Cyril Frankel, 1966) contiene un excelente prólogo ambientado en el continente africano. La terrible y misteriosa experiencia que vive el personaje principal, por cierto la última interpretación para pantalla grande de la inolvidable Joan Fontaine, experta en personajes frágiles. En ella está una de las mayores bazas de un film que traslada todo el ambiente malsano de la brujería a un pueblecito británico, de apariencia amable y tranquila, pero que esconde un terrible secreto.
Gwen Mayfield (Fontaine) es una profesora recién llegada a una pequeña comunidad inglesa, en la que enseguida empezarán a pasar cosas extrañas, al menos a los ojos de Gwen, cuyo pasado en África reaparecerá cuando tenga la sospecha de que en el pueblo existe un culto al diablo, orquestado por una líder, que no escatima en sacrificos de jóvenes vírgenes para conseguir lo que el ser humano jamás debe conseguir: la inmortalidad.
Cyril Frankel no es tan solvente como otros directores de la Hammer, caso de Roy Ward Baker o Freddie Francis, y ya no digamos de alguien del calibre de Terence Fisher. Sin embargo ‘Las brujas’ es su mejor trabajo tras las cámaras, aunque en ocasiones no sepa llevar a buen puerto los sugerido en el libreto de Nigel Kneale, escritor sobre todo televisivo, que adapta el material de Norah Lofts, que el mismo año conocía otra adaptación de una de sus obras y que sería la última película dirigida por John Ford.
Atípico producto Hammer
El mismo está lleno de detalles ingeniosos en cuanto a la ambigüedad que tan bien queda en este tipo de relatos. Así, el film parece por momentos un drama costumbrista, con todos los quehaceres de los lugareños, que enseguida quedan dibujados con una envidiable economía de recursos. Un plano, una mirada, un gesto, sirven para “vestir” a los personajes que pululan por tan sospechoso pueblo. Lo que es el relato de terror tarda en hacer acto de presencia, y cuando lo hace bordea peligrosamente el ridículo.
Me refiero, cómo no, a esa parte final, en la que descubierto el pastel del grupo satánico, se desatan en lo que sin duda es la representación de una orgía, clamando por los instintos más bajos y puros. Una secuencia muy sesentera. ‘Las brujas’ es muy hija de su tiempo, pero consigue mantener siempre el interés y atreverse a mezclar ciencia y superstición en la figura de Stephanie Bax, a la que interpreta una muy entregada Kay Walsh, añadiendo así su personaje a la larga lista de “científicos” que juegan a ser Dios y que la Hammer nos ha brindado en muy diferentes aspectos.
A pesar de un clímax peligroso, que se mueve en terreno pantanoso, de ciertos tics televisivos —Frankel proviene de la pequeña pantalla, y se nota—, ‘Las brujas’ resulta estimable en su conjunto, ya sea por la citada descripción de los habitantes del pueblo —que se alarman por el coqueteo entre dos jóvenes, en un momento dado—, o por acercar al thriller psicológico —tan de moda en aquellos años gracias a Hitchcock y la propia Hammer— la personal aventura de la maestra, sugiriendo incluso que todo podría estar en su mente. Como en la inmortal obra de Jack Clayton.
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