‘Brooklyn’ (íd., John Crowley, 2015) es una de esas “pequeñas” películas que han logrado colarse en la carrera de los Oscars, en la que aspira a mejor guión adaptado (Nick Hornby), mejor actriz principal (Saoirse Ronan) y mejor película. Esta última nominación hace que otros films, más merecedores de tal premio, se quedaran sin él, caso de la monumental ‘Carol’ (íd., Todd Haynes, 2015), ambientada en la misma época que ‘Brooklyn’, pero más atrevida y menos conservadora en sus pretensiones, además de no hacer concesiones.
Lo cierto es que tras ver la enorme corrección que se palpa en cada fotograma del film de Crowley —firmante de las interesantes ‘InterMission' (íd., 2003) y ‘¿Hay alguien ahí?’ (‘Is Anybody There?’, 2008), también del despropósito ‘Circuito cerrado’ (‘Closed Circuit’, 2013)—, esa nominación tan importante puede reflejar cierto agradecimiento a que el film ensalza la ciudad de New York, sobre todo Brooklyn, por todo lo alto, casi dando a entender que es el mejor lugar del mundo, aquel donde los sueños se hacen realidad, y al que huir dejando las penas atrás.
¿Es ‘Brooklyn’ merecedora de los premios a los que aspira? Sin duda la de Saoirse Ronan es muy acertada. Creo que nos encontramos ante el mejor trabajo de una actriz que mejora con el paso de los años, algo raro en la gente de su edad. Su Eilis —¿coincidencia el parecido con el nombre de la isla Ellis, por la que pasaban todos los inmigrantes que acudían a la Tierra de los sueños?— está llena de matices. La actriz dibuja muy bien el arco dramático de su personaje, esa especie de periplo de madurez, y el sentimiento de tristeza al recordar lo que comúnmente llamamos hogar.
El de mejor guión no lo voy a discutir, la historia camina por senderos más que trillados —claro que la originalidad no es, ni será nunca, virtud o defecto—, y soy de los que prefieren a Hornby como novelista que como guionista. Pero hay en el film un tratamiento del significado de “hogar”, “home” en inglés, y que en la historia en concreto no significa precisamente el lugar al que se pertenece por nacimiento, por mucho que éste sea la maravillosa y bellísima Irlanda.
Un lugar en el mundo
Posee ‘Brooklyn’ tres partes diferenciadas por el trabajo de fotografía de Yves Bélanger, y que corresponden a las tres fases del proceso de crecimiento y madurez de la protagonista en relación con su viaje físico. Primero la estancia en Irlanda, segundo el descubrimiento de Brooklyn, y tercero, el regreso al país de origen. Sumados a los acontecimientos —algunos de los cuales se suceden con demasiada facilidad y “bondad”— terminan de trazar esa descripción de un término tan familiar y querido.
Porque muchas veces el hogar no está al lado de los que te dieron la vida, en una tierra donde las leyes parecen escritas, y tu camino trazado de antemano, incluso con quién debes emparejarte —el personaje de Domnhall Gleeson muestra cómo el amor abre sus posibilidades donde menos lo esperas—, muchas veces está precisamente allí donde has elegido amar —sobre todo si es a un muchacho italiano de enorme corazón y amante del béisbol—. Así pues, el título de la mejor película de Adolfo Aristarain resuena en la decisión final que toma Eilis, encontrando su lugar en el mundo.
Menciones especiales merece el uso del violín en la banda sonora de Michael Brook —interpretado por su esposa—, de abierto carácter melancólico, acorde con la historia. Y existe un momento único, típico tal vez, pero sencillamente emotivo, aquel en el que un hombre —el cantante irlandés Iarla Ó Lionáird— canta a capella una canción en gaélico. La tonada se introduce en los recuerdos de rostros envejecidos ya olvidados, de aquellos que añoran más que sueñan, y esa poderosa nostalgia —morriña en gallego— baña cada verso, cada mirada, cada silencio.
Es el instante más recordable de una bonita película, en la que todo parece estar en su sitio, sin que llegue a ser memorable ni una sola vez.
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