Por fin se ha estrenado en VOD en España la esperada ‘El brillo de la televisión’ (I Saw the TV Glow, 2024), la nueva película de Jane Schoenbrun que aborda los peligros de la nostalgia y las difusas líneas que separan la realidad de la ficción, haciendo un homenaje a algunos clásicos de culto de los 90 mientras serpentea entre tendencias actuales a través del drama de iniciación con toques de cine fantástico, una fórmula de éxito que viene presentada por A24.
La productora, que ha ido dejando su puesto del terror independiente para cedérselo a Neon, se fijó en el anterior trabajo de Schoenbrun, la muy pandémica ‘We're All Going to the World's Fair’, que jugaba con la idea de los creepypastas online y la obsesión a través de un ejercicio visual de texturas retro, grano y no demasiada sensación de amenaza, por lo que su adscripción al cine de género era difusa como su narrativa, algo que ha pulido en su ambicioso nuevo trabajo.
Los peligros de los recuerdos
También ‘El brillo de la televisión’ conecta con la idea de los creepypasta, principalmente ‘Candle Cove’, pero de nuevo utiliza la fascinación por estos como tema, y no como esencia, es decir, realmente ‘El brillo de la televisión’ no es un relato que busque lo siniestro, sino lo mágico y la idea de la conexión colectiva. Los protagonistas, Owen y Maddy, encuentran consuelo a su marginalidad en una serie de televisión de fórmula “monstruo de la semana”, llamada ‘The Pink Opaque’, que refleja sus propias dudas respecto a a sus identidades y significa todo para ellos al salir de clase.
El programa es un genial homenaje de Schoenbrun a sus obsesiones de infancia, que seguramente conecten con muchos de los millenials crecidos en la misma época, ya que incorpora referencias directas éxitos televisivos adolescentes de los 90, como ‘Buffy Cazavampiros’ o ‘El club de la medianoche’, respetando el uso de efectos de la época, replicando las texturas de la televisión e incluso incorporando a la luna del videoclip de ‘Tonight, Tonight’ de Smashing Pumkins, cuya letra —y su luna— esconde algunas claves para descifrar la película.
De forma menos directa, también hay constantes referencias a ‘Twin Peaks’, como el Roadhouse, que se mezcla de forma inseparable con el Bronze e incorpora esa dinámica de incorporar actuaciones-videoclips dentro de la historia, aunque es uno de los intentos de la directora para crear un artefacto de culto que lastran la narrativa de la película, que aunque incorpora también los doppelgängers y dobles de la obra maestra de David Lynch y Mark Frost, no consigue que la intertextualidad logre un efecto deseado.
Muy buenas intenciones y demasiada "intensidad"
Las referencias acaban siendo verdaderos tropezones identificables y sin valor propio en el camino del personaje principal, cuyo conflicto permanece limitado a un comportamiento errático que no acaba de separar como una personalidad o un trastorno similar al autismo, dejando a la deriva el interés por lo que le pase mientras camina por cúpulas con la bandera bisexual o camina por los pasillos del instituto con canciones indie y letras escribiéndose en la pantalla.
Toda una serie de gimmicks constantes que la película vomita sin parar sin dejarnos entrar o conectar en ningún momento con la angustia del protagonista, con la cámara fija en los personajes, pero sin que el guion deje realmente expresar por qué nos deben de provocar ternura, compasión o admiración. Se huele demasiado la desesperación por convertirse en un fenómeno en redes sociales, se enamora de sí misma antes de lograr que el público sienta algo por los protagonistas, salvo algo de tedio e irritación.
Es tanto el apetito de consideración extracinematográfica que hasta se ha vendido como parte de una supuesta “Trilogía de la pantalla” de Schoenbrun, que anhela comentar el papel de la tecnología como espejo para uno mismo, cómo las pantallas pueden servir para decodificar el verdadero yo. Algo que podría resonar en el contexto de la exploración de la identidad trans reprimida y el consuelo en un mundo ficticio, pero que durante todo el metraje no logra ser un todo coherente, sino dos conceptos alejados que la directora desea que tengan una coherencia que no aparece nunca.
Un caótico quiero y no puedo
Demasiadas canciones, demasiadas sensaciones impostadas, todo en ‘El brillo de la televisión’ es un deseo y un intento, pero sin saber diferenciar entre las aspiraciones generacionales, el mensaje ideológico, las preferencias musicales personales y lo que realmente todo ello pueda aportar a la pantalla, por lo que el resultado es un vago estado de ánimo trasladado a imágenes, sin mucha dirección, muy pensado para cortar y pegar en tiktok sus momentos visualmente más atractivos sin conseguir que importen demasiado a un nivel emocional.
En realidad, cambiando el género abordado, no hay mucha diferencia con una de esas aparatosas obras que Zack Snyder siempre empieza por el tejado, pensando en lo que va a "molar" en la pantalla al reproducir algo que le ha gustado previamente, sin conseguir insuflar alma a esas imágenes. Se nota mucho más mimo en la representación de esa nostalgia que al final acaba representada como una trampa, que en la verdadera razón de las ansiedades del protagonista.
‘El brillo de la televisión’ idealiza la representación de una liberación personal como un elemento luminoso de colores rosas y púrpuras, pero está más pendiente de la simulación teatralizada del momento culmen para Owen que en dar vida a una verdadera sensación que el espectador pueda sentir al mismo tiempo. Es una pena, porque hay detalles visuales innegables, y es imposible no sentir simpatía por una obra con tanta voluntad por representar el dolor de la represión, pero resulta fallida hasta el bochorno al tratar de hacer un discurso, especialmente en la grotesca interpretación de los momentos finales, una copia un tanto pobre del clímax de ‘Twin Peaks: The Return’.
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