Cuando no sé nada de él, es como si yo muriera, como si el aire me fuera arrebatado de mis pulmones, y quedo desolada. Pero cuando recibo una carta… sé que nuestro mundo es real. Es lo único que me importa.(Fanny)
Hay veces que un tráiler vale más que la película que anuncia. Aunque el ritmo es importante (hay avances trepidantes que luego no tienen continuidad en el largometraje) creo que lo es más la capacidad de sugerencia; en un tráiler puedes incluir breves momentos que dejen mucho a la imaginación, jugar con las expectativas del público, mientras que en un largometraje tienes ya que descubrir tus cartas, y por desgracia es muy habitual que los guionistas y los directores sean excesivamente explicativos, teniendo muy poco en cuenta nuestra creatividad. Tenemos la necesidad de rellenar los huecos, y cuando esto lo hacen otros, no nos dejan en cierta manera participar, a menudo resulta decepcionante. Digo todo esto porque el tráiler de ‘Bright Star’ es una gozada, precioso, mientras que la película es muy floja, no emociona nunca y resulta muy aburrida.
Parecía que no se iba a estrenar nunca, pero ‘Bright Star’ finalmente llegó a los cines españoles el pasado 3 de septiembre, casi un año más tarde que en Reino Unido. Se trata del último trabajo de la directora neozelandesa Jane Campion, famosa por ‘El piano’ (‘The Piano’, 1993), si bien ha dirigido cuatro películas desde entonces, ninguna de las cuales ha gozado de tanta popularidad como el drama protagonizado por Holly Hunter y Anna Paquin (quien se llevó uno de los Oscars más absurdos de la historia). En esta ocasión, Campion adapta a la gran pantalla ‘Keats’, una biografía escrita por Andrew Motion, con la intención de narrar la historia de amor que iluminó la vida y la obra del poeta John Keats. Lo hace mal, se centra demasiado en detalles irrelevantes, y es incapaz de captar y hacer creíble un romance que debería dejarnos devastados, y aun así, con la cálida certeza de que amar a otra persona justifica cualquier sufrimiento.
La película nos traslada al Londres de 1818, y, en ese sentido, no hay nada que objetar. La ambientación está muy lograda, se luce el vestuario (diseñado por Janet Patterson), como suele ocurrir en las cuidadas producciones de época, y tras los típicos diálogos recargados y la demostración de las rígidas costumbres sociales, se nos presenta a los protagonistas, que empiezan un tanto enfrentados. Ella es Fanny Brawne (Abbie Cornish), una joven extrovertida muy aficionada a la moda (diseña su propia ropa), a la que ya le buscan marido (en esos bailes de salón donde se reúne la alta sociedad), principalmente porque su familia no dispone de mucho dinero; él es John Keats (Ben Whishaw), también joven pero dedicado a la poesía, sin demasiada fortuna, igualmente con escasos recursos económicos (con ninguno, en realidad).
Keats vive con su protector y amigo, Charles Brown (Paul Schneider), en una casa que alquila la familia Brawne, un sitio tranquilo donde pueden escribir, y así es cómo conoce a Fanny. Ella no entiende de poesía y al detestar a Brown, quien menosprecia su inteligencia, tampoco tiene una buena opinión de Keats, al que ve como un vago que no escribe nada de valor. Sin embargo, todo cambia entre ellos cuando Fanny descubre que Keats está prácticamente solo en el mundo, y que su hermano menor está muy grave, a punto de morir. Fanny se interesa por la obra de Keats y comienza a ver algo que los demás prefieren despreciar (el poeta sólo recibe críticas despiadadas). Poco a poco, los dos jóvenes aceptan su mutua atracción e inician una relación imposible, en primer lugar por la desesperada situación financiera de Keats. Pero ya se sabe que todo puede empeorar…
Aunque en el cine hemos visto millones de enamoramientos, muchos se despachan como si nada, porque sí, se ven forzados, y a menudo es difícil entender que se haya realizado un casting tan desafortunado, emparejando actores que no quedan nada bien juntos. Además de un acertado guión y la inspirada visión del director, se requiere a dos intérpretes que conecten, que puedan vivir en la ficción de manera creíble ese romance que nos quieren contar. He aquí uno de los grandes errores de ‘Bright Star’, no saltan chispas entre Cornish y Wishaw. Sencillamente, no encajan en sus personajes (no me extraña leer que a Cornish más que la poesía le gusta el rap, o que se veía ridícula con las ropas de su personaje), y cuando están juntos parecen más buenos amigos que amantes apasionados. Tampoco hay pasión en el recitar de Keats, y aunque puede que el hombre fuera muy apagado y gris en la vida real, en la película no cuadra demasiado que lea sus versos como si tratase de una receta de cocina.
Jane Campion no acierta con los actores (sólo Schneider saca provecho de su personaje, con bastante diferencia, es el único que se comporta y habla de forma que no dudas que estás viendo al verdadero Sr. Brown) pero sobre todo se equivoca con el enfoque y la estructura de la narración. Mueve la cámara sin criterio, enfoca situaciones que no tienen relevancia alguna, y se detiene en postales que, aun siendo bellas, sólo entorpecen el relato. Sin remedio, ‘Bright Star’ se hace lenta y pesada (dos interminables horas), resultando realmente triste que una historia como ésta consiga dejar indiferente. Impecable el diseño de producción, la dirección artística, el vestuario, la fotografía de Greig Fraser (la música de Mark Bradshaw, sin embargo, nunca se integra con la narración), pero con eso sólo obtienes bonitas postales, no una película. Faltó entendimiento de los personajes, menos mariposas y más pasión, y dos actores con química, por lo menos.
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