Cada vez me cuesta más sentir verdadera emoción ante el estreno de una película, sobre todo porque los estudios llevan años apostando de tal manera por la sobredosis de información que no es raro ir al cine pensando que ya sabes prácticamente todo lo que pasar. Tampoco ayudan la paulatina desaparición de esos largometrajes de presupuesto medio enfocado al público adulto, pues parece ser que ese segmento del público ya no le interesa a Hollywood o el hecho de que ciertas producciones independientes cada vez parecen más cortadas por el mismo patrón.
Por ello, la llegada de una película como 'Boyhood (Momentos de una vida)' debería ser recibida como poco menos que un acontecimiento, ya que aunque el planteamiento de Richard Linklater no es del todo original -la serie de documentales 'Up' y las obras de Truffaut protagonizadas por el personaje Antoine Doinel ya jugaron con premisas similares-, sí que es un soplo de aire fresco dentro del séptimo arte y también una cinta que alcanza cotas de brillantez emocional pocas veces vistas hasta ahora, aunque lo haga a costa de varios peros cinematográficos.
La brillantez emocional de 'Boyhood (Momentos de una vida)'
Lo primero que conviene dejar claro es que 'Boyhood (Momentos de una vida)' no es un relato tradicional, ya que Linklater apuesta de forma decidida por simplemente contarnos el proceso mediante el que un niño alcanza la adolescencia y la supera para llegar a una primera etapa de madurez -ojalá sigan rodando en secreto para que el experimento vaya a más y abarque toda la vida del desconocido Ellar Coltrane-. Eso sí, mucho cuidado con el “simplemente”, porque estamos ante una película que transmite mucho más que la práctica totalidad de cintas que llegan cada semana a nuestros cines.
Haciendo de la sencillez y la naturalidad sus principales armas, Linklater apuesta por la fórmula de los grandes éxitos vitales para conectar con el espectador, pero lo hace sin caer en la temida superficialidad que en la mayoría de los casos hubiera salido como resultado de ello. Además, el viaje emocional es algo que nosotros también hacemos con nuestra propia vida casi sin darnos cuenta, siendo muy efectivos los diversos recursos -canciones, películas o incluso la política- utilizado por Linklater para situarnos temporalmente.
Sin embargo, la conexión emocional con el espectador, algo que puede hacernos llevar a obviar cualquier limitación cinematográfica que pueda tener una película que realmente nos toque en lo más hondo, sería mucho más débil sin el espléndido trabajo de todo su reparto, desde el ya mencionado Coltrane hasta la propia hija de Linklater, su actor fetiche Ethan Hawke -mucho mejor como adulto inmaduro que cuando va encontrando su sitio en la vida, aunque ahí también cumple con creces- o una Patricia Arquette que es la que mejor muestra el terremoto de sentimientos que va padeciendo su personaje a lo largo de los años. Impecables.
Además, Linklater prefiere huir de todo alarde -la principal excepción sería esa estupenda escena en la que el protagonista charla con una niña montada en una bicicleta, ya que su ejecución recuerda poderosamente al de ciertos planos-secuencia de su trilogía 'Antes de...'- y también de los subrayados emocionales para realzar innecesariamente esos instantes mágicos que desarmarían incluso a aquellos con un corazón hecho de piedra. Es esa pureza la que eleva aún más a 'Boyhood' y la convierte en una película que simplemente hay que ver y, sobre todo, sentir.
Los (pequeños) peros cinematográficos
El problema es que también hay que saber reflexionar más allá del dejarse llevar por lo que nos plantea 'Boyhood (Momentos de una vida)' y es ahí donde encontramos una serie de detalles que conviene tener en cuenta. El primero y más importante es que funciona más por acumulación que por la propia brillantez de cada escena, ya que es cierto que la práctica totalidad de ellas alcanza un muy buen nivel de forma aislada, pero es la fuerza del conjunto la que realmente consigue elevarlas, incluso a aquellas que presentan ciertas debilidades.
Un buen ejemplo de ello sería la escena en la que aparece el tema del bullying sin apenas preparación y sin ninguna consecuencia relevante posterior, algo bastante extraño, ya que Linklater cuida por regla general bastante ese punto, pero ahí da la sensación de estar incluido de forma un tanto forzada para ampliar el espectro del público que sienta empatía hacia lo que sucede en pantalla. No por ello deja de ser un truco efectivo, ya que la avalancha emocional hasta ese momento es tal que habrá quien lo pase por alto, pero es una lástima que en realidad sea un añadido un tanto gratuito.
Por lo demás, es cierto que hay ocasiones en las que es muy fina la línea que separa el realismo total del tópico cansino y aunque Linklater nunca llega a caer en esto último, sí que provoca ligeros altibajos en el embrujo al que te somete durante las tres casi horas de metraje que se pasan volando por la fascinación que sientes ante estar viendo lo que realmente parece la vida de alguien en pantalla -y que te lleva de forma inevitable a rememorar la tuya propia- y no una muy lograda dramatización. Un detalle clave para valorar su supervivencia en el tiempo, ya que no dudo que acabarán saliendo más títulos con premisas similares, desapareciendo así la novedad incluso para el caso que nos ocupa.
En definitiva, 'Boyhood (Momentos de una vida)' es una película imprescindible ante la casi todo el mundo va a caer rendido, ya que resulta muy complicado no verte reflejado en pantalla de una forma u otra y eso siempre ayuda para dejarse engatusar. Hay alguna pega de corte cinematográfico y quizá haya a quien este punto llegue a resultarle demasiado molesto, pero Linklater y Coltrane se ganaron un hueco en mi corazón con relativa rapidez y ante eso no hay peros que valgan. Ya tardáis en verla.
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